Valdeajos, la desilusión del sueño del 'oro negro' español
Este mes de junio se cumple el 19º aniversario de lo que fue uno de los sueños desarrollistas de la España de los años sesenta: ¡Teníamos petróleo! En Valdeajos, un pequeño pueblo burgalés cuyo nombre ni se veía en los mapas, había surgido el codiciado oro negro y 30 millones de españoles pusieron sus ojos y sus esperanzas en una desconocida comarca: La Lora. Todo el país envidiaba a aquellos campesinos burgaleses que según se decía se iban a hacer millonarios. Pero ese espejismo pasó y hoy, casi 20 años después, esta tierra sigue estando tan abandonada como antes sus pueblos se quedan vacíos de gente, sus casas amenazan ruina y el boom del petróleo sólo es para esta gente una anécdota pasada que muchos prefieren olvidar.
A las tres de la tarde, con un sol de justicia que cae implacable sobre las pocas calles de la localidad, Sargentes de La Lora, capital de la comarca, parece un pueblo abandonado. No en vano esta tierra burgalesa, situada en los confines de la provincia, a la vera de Cantabria, forma parte de un páramo, y aquí se dejan sentir por igual los rigores del invierno y los calores del estío.Nada en este pueblo dormido parece recordar que un lejano 6 de junio de 1964 cayera algún maná en forma de petróleo; sus calles, por las que ahora sólo transitan algunos perros y gallinas, se encuentran aún sin asfaltar; las casas, algunas de aspecto sólido, muestran, no obstante, síntomas de abandono, y hasta el único bar que queda permanece desierto.
En medio de esa desolación, un coro de voces infantiles provenientes de una escuela un tanto desvencijada viene a recordar que todavía hay vida en Sargentes. La cosa se anima. Por una calle lateral a la escuela, que conserva una placa alusiva al Padre Manjón, gloria local y fundador de las Escuelas del Ave María, aparece la figura de un hombre vestido de clerigman.
Se trata de Joaquín Cidad, cura de la comarca y uno de los pocos hombres que, a través de artículos en diarios y diversas publicaciones, ha denunciado el abandono de esta zona y la nula repercusión que el petróleo tia tenido en el desarrollo y promoción de la comarca.
Estas denuncias parecen haber tenido un cierto eco, "porque el caso es que las cosas parecen ir mejor. En los últimos tres años, la Administración se ha acordado un poco de nosotros, nos ha arreglado las carreteras y nos ha puesto agua corriente; por otra parte, Amospain, la compaía que viene explotando el petróleo de la comarca desde 1964, está empezando a pagar bien las tierras donde se efectúan los últimos sondeos".
Pero aparte de los pequeños ingresos que algunos de los campesinos perciben por la venta de sus tierras, la repercusión económica del petróleo en La Lora es prácticamente nula. "Sólo cuatro habitantes de Sargentes trabajan en la factoría. El resto sigue dedicándose a la agricultura, fundamentalmente. al cultivo de la patata de siembra, que en definitiva es la fuente de ingresos de la zona", señala Joaquín Cidad, quien añade que en la actualidad están peleando para que revierta en la comarca el canon energético que a su juicio les corresponde.
El fantasma de la emigración
Como el propio párroco de Sargentes reconoce, el futuro inmediato de esta comarca afortunada es más bien oscuro. El petróleo podía haber supuesto un freno a la emigración, pero no fue así. En los primeros años de la fiebre petrolífera, la población, que nunca había sido demasiado numerosa -en Sargentes, el pueblo más grande, no se ha pasado de los 308 habitantes-, se duplicó.Los vecinos recuerdan que por aquella época la comarca era un constante ir y venir de propios y extraños, un hervidero de personas de toda índole que pedían whisky u otras bebidas extrañas en los cinco restaurantes -algunos con nombres tan sugestivos como El Rey del Petróleo- que en aquel momento se abrieron en Sargentes.
Pero al poco tiempo, los vecinos de La Lora ya vieron que aquello no era precisamente esa Texas lejana que las crónicas de la época mencionaban al referirse al primer poblado petrolífero español. "¿Las tierras?", dice Segundo Ruiz, por aquel entonces alcalde de Valdeajos, "las tierras nos las compraron por dos reales. Nosotros no entendíamos y las autoridades provinciales tampoco nos supieron orientar; todo lo contrario. Además, te compraban sólo el trocillo donde iban a perforar. ¡Vamos, terrenos no más grandes que esta plaza! Aquello no daba dinero y tampoco muchos puestos de trabajo De Valdeajos sólo hay uno de los 40 vecinos que trabaje en el petróleo; el resto, a lo nuestro, a cultivar patatas".
Uno de los pocos que lo vio claro fue el padre de Segundo, Lorenzo Ruiz, "que cuando algún periodista le preguntaba que qué iba a hacer con todo el dinero que iba a sacar del petróleo cogía un par, de patatas bien grandes y decía: 'Ésta es nuestra riqueza; esto y nuestro trabajo'".
No todos los habitantes de La Lora pensaban igual y hubo muchos que tiraron por la calle de enmedio y se fueron de estas tierras en busca de mejores horizontes. "Lo peor de los del petróleo es que encima nos dejaron sin mozas", dice Saturnina Merino, una mujer alegre y reidora que se acerca a pegar la hebra con el grupo que hace tertulia en la plaza de Valdeajos, en espera de que el sol se aplaque un poco. "Sí, porque aquí había más de 20 chicas -entre ellas, la mía-, que se fueron casando con los técnicos, los electricistas o guardias civiles que venían por aquel entonces, y luego se han ido a vivir a otros sitios".
Así pues, los pocos jóvenes que quedan, "porque a dónde nos vamos a ir como están ahora las cosas del trabajo", lo tienen crudo. En los 10 últimos años, según el recuento del párroco de Sargentes, sólo se han celebrado siete bodas en el pueblo, y tal como está la cosa no es previsible que se celebren muchas más. En Sargentes sólo quedan tres chicas solteras y otros tantos chicos, lo cual ya es mucho si se compara con los jóvenes que quedan en Valdeajos o Ayoluengo, donde además no vive ni un solo niño.
La vida para los jóvenes que se han quedado en estos pueblos no es muy halagüeña: trabajo, trabajo, y, los fines de semana, una copa o un baile en alguna discoteca de Aguilar de Campoo, pueblo grande palentino que linda con La Lora.
Hoy, casi 20 años después del magno descubrimiento del petróleo, la comarca de La Lora -Sargentes, Ayoluengo, Valdeajos y los pueblos del valle- ha perdido más de la mitad de los habitantes que tenía en aquel momento. Sargentes, la capital, cuenta sólo con 141 personas, de las cuales la mayoría superan los 40 años; Valdeajos, cuyo nombre pasará ya a la historia, cuenta con una población de 40 personas, y en Ayoluengo apenas llegan a 20.
18 niños
La situación es agónica. Sólo esos 18 niños que cantaban en la escuela de Sargentes constituyen la savia de esta tierra. Son los frutos de esos siete matrimonios de los que hablaba el cura del pueblo.Gente joven que ha preferido o no ha tenido más remedio que quedarse en el pueblo y vivir de la agricultura. Pero quién sabe, tal vez cuando crezcan se vayan a estudiar a Burgos y sólo vuelvan a alegrar el pueblo en días de fiesta o en vacaciones.
O tal vez quien tenga razón es Alfonso González, un joven de Valdeajos, que piensa que con eso del paro la gente va a volver a cultivar las tierras y habitar esas casas que sólo se ocupan durante el verano.
Puede que el nuevo ayuntamiento de la zona, de mayoría aliancista, consiga rascar alguna partida de la Diputación que mejore el nivel de vida de estos pueblos. Mientras tanto, allá a lo lejos, recortados sobre el cielo, en medio de una tierra donde crece el trigo y la patata, los pozos de petróleo siguen horadando imperturbables los terrenos para sacar la riqueza energética de esta comarca y llevarla a lugares lejanos.
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