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Tribuna:
Tribuna
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Piratas

Y a mí que los contrabandistas me caen bien. Porque es excitante pensar que, mientras una duerme plácidamente en la ciudad que debe permanecer desnuclearizada -según dicen los alcaldes que se reúnen en Madrid, y que al decirlo te impulsan a buscar misiles bajo la cama-, hay hombres que se dan cita a la luz de la luna para conspirar sus fechorías; que atraviesan montañas agrestes por senderos impracticables, zarpan en barcas camufiadas y arriban a puertos naturales en donde, desafiando todos los peligros, descargan su mercancía.En definitiva, a mí me gusta pensar que todavía existen los aventureros. Ya sé que lo legal es ponerse en la cola a que te den el subsidio de paro, que lo legal es trabajar en una oficina de ocho a siete, que lo legal es, incluso, defraudar al fisco haciendo capirotes con la declaración de renta. Pero esos hombres avezados y aguerridos que surcan los mares arrastrando su botín me parecen dignos de salir en el telediario con honores de homínido de Orce: auténticas piezas raras en este siglo XX adicto a la tarjeta de crédito.

Los nuevos John Silver el Largo, Barbarroja y Sir Francis Drake ya no van por ahí con 10 cañones por banda, viento en popa a toda vela, cargados de oro, gemas y sedas salvajes. Quizá no se desayunan con un barril de ron, ni se pierden por los bellos ojos de una muchacha ceñida por corpiño y calzada con borceguíes. Conservan, sin embargo, algo que poco a poco hemos ido perdiendo: el mito de la vida difícil.

Por eso yo no sólo no les condenaría, sino que les estimularía. Y convocaría unas justas en donde los nuevos piratas nos contaran sus hazañas, y premiaría al vencedor con la mano de la hija del gobernador civil de la provincia.

¿Y el escarmiento?, me preguntaréís. El escarmiento para los Solís, para los de Rumasa, para los de Banca Catalana. El escarmiento para los que trafican de día y con corbata. Para los otros, indulto general y fiesta con tabaco rubio pata negra gratis para todo el mundo.

Que no es poca alegría que, a partir de ahora, cuando una se tropieza con un guardia civil, en vez de tener ganas de darse a la fuga sienta la tentación de pedirle un Winston.

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