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Escamoteo

Con frecuencia sensaciones profundas se expresan en el lenguaje vulgar con palabras que nada de profundo tienen en su primer uso. A medida que avanza la vida se piensa más en la cantidad de veces que se ha tenido la sensación de que algo desaparece de modo arbitrario. No sólo lo agradable, también lo desagradable. Es como si un misterioso jugador de manos, cuando se está más atento a los objetos que presenta y manipula, los hiciera desaparecer: los escamotease, en una palabra. Lo más doloroso y repugnante de la vida, al menos para mí, es este continuo escamoteo. Cuando se siente que se es joven, el prestímano hace desaparecer la juventud. Cuando está uno rodeado de amor y de amistad, viene lo mismo, el escamoteo, y desde la niñez hasta la vejez extrema, si se llega a ella, se le van quitando al hombre sus juguetes más queridos, con una maldad brutal. Era de Mérimée de quien se decía que no creía en Dios, pero sí en el diablo. Los datos para creer en el diablo son abundantes. Pero del diablo como escamoteador somos las gentes mayores los que sabemos más. Los que también creemos que la vida es, al fin, un juego de manos grosero. El verbo escamotear, que es moderno en el habla española, a lo que parece de origen francés, por su acepción primera ramplona, por provenir de la prestidigitación, es el que conviene más para (definir y caracterizar a este juego sucio, ya que no hábil, de la vida. No se trata de que le estén diciendo a uno de modo constante: "La verás, pero no la catarás". Se trata de que uno la ve y la cata y después se la quitan. A un niño no le podríamos hacer infamia mayor. Pero a los hombres nos la hacen una y otra vez y no podemos ni llorar, ni gritar, ni patalear. Hay que resignarse. Pero la mayoría parece que prefiere vivir sin enterarse, en la agitación cotidiana. ¿Hasta cuándo? Hasta caer rendido.Sin embargo, pensando en el futuro del mundo, que se presenta tan amenazador, parece que sería conveniente dar una preparación colectiva a hombres y mujeres para que resistieran mejor ciertos escamoteos que van a llegar a todos y con caracteres generales no previstos. Porque hoy el hambre, la miseria y las escaseces de todas clases se ceban sobre una gran parte de la humanidad: pero pueden llegar también a nosotros, entontecidos ahora por el consumo. Hoy hay muchas morales programadas, desde la de los cristianos a la de los materialistas: pero la verdad es que cristianos y materialistas se parecen en la conducta como un huevo a otro. Y los que se echan al surco, como los pasotas, o los que actúan colectivamente con un nuevo programa político, como los ecologistas y los verdes, lo hacen con teatralidad y algo de incongruencia. Nos es preciso buscar una nueva moral, como a los griegos en la época de su decadencia, que crearon el estoicismo o el epicureísmo morales, que daban fortaleza individual frente a los infortunios colectivos: o acaso lo que hace falta es restaurar aquellos sistemas éticos para crear hombres fuertes ante la adversidad. Una adversidad que ya se ha cebado sobre la mayoría de los europeos y americanos desde 1914, (de modo que asombra no se tenga más en cuenta.

Vivimos sanchopancescamente: "El muerto al hoyo y el vivo al bollo". Muy bien. Pero el bollo puede terminarse y hay cosas mil veces peores que morirse. Los moralistas griegos y latinos Ya afirmaban en tiempos conflictivos: "Muerte, no eres un mal".

En estos nuestros convendría inculcar idea semejante a muchos: por lo menos a los que piensan. Porque además del escamoteo vital que padecemos todos, el sentimental y afectivo, ahora puede haber otro en lo material cotidiano: pueden llegar épocas de privación de todo aquello a lo que la generalidad está ya acostumbrada y que considera poseer de derecho. "El derecho a..." está a la orden del día. "El escamoteo de..." puede llegar a comidas, bebidas, trajes, electrodomésticos, pisos, autos. Hay que hacerse a la idea, porque los datos generales que se nos dan sobre cuestiones políticas y económicas nos hacen ver que especulamos sobre falsedades. Un gobierno socialista descubre que hay muchas empresas que cuestan al Estado, es decir, que la noción clásica y popular de El capital no tiene gran contenido. Descubre que la producción por sí misma es una quimera: una quimera costosa, que entrampa. Descubre que el trabajo en cualquier dirección no es posible y que es algo distinto al puesto de trabajo. En el paro se descubren fraudes, etcétera. Podemos esperar cualquier cosa mala. Pero en vez de prepararnos y preparar a otros para cuando lleguen las grandes apreturas nos dedicamos a hacer campañas electorales con retratitos, consignas y argumentos que acaso ya no tenían validez allá cuando hace sesenta años casi dio su golpe el general Primo de Rivera o cuando algo antes Mussolini realizó la marcha sobre Roma. Escamoteando la realidad, en este caso para seguir con un optimismo injustificado.

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