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Cinco siglos de historia y desventura / 1

Tal vez aterrorizados ante el porvenir que se prepara ("..la vista aterradora / de la llama prendida en la espoleta / de su granada", como decía Abel Martín en el más alto poema de la lengua castellana), los hombres hincan estacas en el calendario de los años venideros, porque el calendario es -aunque lo sea por vacío, por absolutamente inexistente- lo único seguro e indefectible, y atan a ellas imaginarias cuerdas, para sentirse amarrados a alguna cosa cierta e irresponsabilizados en su cobardía. Si un centenario empieza a prepararse con un decenio de anticipación, es de temer que un milenario pueda, proporcionalmente, tomarse un siglo entero de adelanto en los preparativos del festejo. Se me dirá que este es un quinto centenario, y yo diré que entonces doblemente idiota, pues no sólo se rinde culto al cero sino también al cinco. Con todo, a mí con los diez años que se han dado para empezar a enredar y revolver con la conmemoración del Descubrimiento me basta para abrumarme y espantarme ya tal vez tanto como a cualquiera creo que le asustaría el siglo de adelanto que he supuesto para la celebración de un milenario. La imagen de tal decenio me da una sensación de petrificada irrealidad, de precongelación del porvenir, como si el año 1992, a semejanza de la mujer de Lot, hubiese vuelto la vista atrás hasta nosotros y al instante se hubiese convertido, por un hechizo lanzado desde el hoy hacia sus ojos, en estatua de sal.Parece que se trata de que, pase lo que pase, caiga quien caiga, venga de donde viniere, el centenario ya está determinado, programado, empaquetado, listo y, last but not least, presupuestado y comercializado para entonces indefectiblemente, ineluctablemente, en todos sus detalles, y de forma insensatamente confiada en que antes no se destruya y se termine cuanto en cualquier instante se halla expuesto a destruirse y terminar. Cuanto más cacarean a cada paso con el huero fetiche del futuro, más sistemáticamente se: dedican a asesinar in nuce cualquier posible indeterminación o incertidumbre sobre lo venidero. El propio sentido de la previsión, que antes estaba en el aprovechamiento de la abundancia de hoy para defensa contra posibles carestías de un mañana siempre incierto, se ha convertido en voluntad de supresión de ese mañana mismo, con su eventual ventura y abundancia. Es muy simbólico que la palabra "silo" haya extendido su significado de almacén de cereales que aseguren la posibilidad de la superviviencia al de almacén de armas nucleares que aseguren la posibilidad del aniquilamiento. Atento al centenario, no sé si es paranoia sentir tamaña antelación como una especie de conjura disuasoria para acabar con el mínimo resto de esperanza de que en estos diez años pueda cambiar la superstición tradicional sobre los números múltiplos de diez, sobre los centenarios como ocasión de fiesta y, especialmente, en fin, sobre el contenido particular de aquel hecho concreto y, con él, de los fastos de la historia en general. Quiero decir sobre si, a la vista de los resultados, de todo lo ocurrido en estos cinco siglos en aquellas tierras y entre aquellas gentes por consecuencia y por secuela de tal descubrimiento, seguirá o no la hazaña pareciendo dentro de diez años cosa digna de fausto jubileo o habrá empezado de una vez a vérsele infinitamente más pena que gloria, más horror que esplendor, habiéndose invertido la inclinación del sentimiento, ante este y todos los otros fastos de la historia, hasta sustituir el infatuado criterio de quienes se apacientan de vientos de grandeza y de dominio por el criterio de la misericordia que no puede dejar de detenerse en el dolor, el sometimiento y la injusticia.

"Entrar en la historia"

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El diplomático uruguayo don Héctor Gros Espiell, en un artículo rotulado justamente "Centenario del descubrimiento de América" (EL PAIS, 22 de marzo de 1983), decía: "Lo único que interesa para la historia, concebida en función de las consecuencias de los hechos acaecidos, es que fue recién a partir de 1492, que comenzó la integración de la futura América, de sus tierras y de sus hombres, a la historia universal. / Fue, en efecto, sólo luego del descubrimiento, que América entró en la historia". Por la solemnidad del contexto en que se inscriben, no parece que esa "integración a la historia universal" ni ese "entrar en la historia" sean para Gros Espiell simples imágenes sumarias del hecho de que aquel continente con sus pueblos empezase a figurar en las conversaciones, las noticias, los informes, los anales, las deliberaciones y, sobre todo, en las previsiones militares y los libros comerciales de algunos reinos de la Cristiandad; ese "entrar en la historia" comporta un énfasis categorial que parece tener la pretensión de referirse a alguna suprema realidad, de estar expresando el último significado real de algo respecto de lo cual los hechos enumerados no serían más que la manifestación y la apariencia. Es por tanto una alegoría hipostasiada que quiere hacerse pasar por carne de realidad, o, pero aun, una convicción apologética capaz de cobrar vigencia operativa en intelecto, pasión y voluntad, y, como tal, algo que nunca debería decirse con desenvoltura, sino con consternación y hasta espeluzno. Ese "entrar en la historia" suscita antes que nada la connotación valorativa de una especie de solemne incorporación en las inmarcesibles singladuras de un tiempo y un devenir escatológicos, en el imperial desfile de un destino universal, o sea en la fatídica maldición que entrañan ese tiempo, ese devenir y ese destino. No sé quién fue el que dijo: "Mientras no cambien los dioses, nada habrá cambiado", y hoy el dios imperante sigue siendo, a la postre, el de Moisés, el siempre cruento señor de los ejércitos, rejuvenecido, recrudecido, reensoberbecido en el Yavé Sabahoz hegeliano, que no es sino aquel mismo viejo iracundo y sanguinario, rehabilitado, racionalizado, hecho "científico", bajo el nombre supuestamente laico de "Historia Universal".

"No me fue contestado"

Pero ¿quién entró en la historia?, ¿quién Fue el sujeto activo de ese verbo activo? América, se nos dice, o "la futura América". La pregunta inmediata será entonces: ¿Y quién era esa dama?, ¿quién era aquella América o futura América, como sujeto humano activo, por englobador y por genérico que tuviese que ser? ¿Eran acaso América y entraron en la historia -se sobrentiende que por su propio pie- aquellos cuatro primeros hombres desnudos de Guanahaní ante los que Colón tomó posesión de aquellas tierras en nombre de Isabel de Castilla -a lo que la relación escrita de los hechos en la carta a Santángel añade a renglón seguido: "Y no me fue contestado"? La falta de impugnación ("contestación") o de retracto por parte de aquellos hombres ratificaba y hacía firme, en el sentir de Colón, su toma de posesión de aquellas tierras y su adscripción dominical al nombre de Isabel. De modo que aquellos hombres acababan de hacerse castellanos aún antes de conocer la lengua en que pudiesen entender siquiera en qué consistiría aquello de ser o hacerse castellano o cosa equivalente. ¿Eran América, como sujeto humano activo, aquellos hombres que callando otorgaban y otorgando recibían por nueva, o mejor, por primera soberana de sus propias personas y señora de sus tierras a la ignota y remota reina de Castilla? No obstante, mal podría negarse que fue precisamente esta toma de posesión por parte de Colón el acto jurídico inaugural que puso a América en las siempre despiadadas manos de la historia universal y dejó a aquellas gentes a merced de su único sujeto verdadero, el blanco. Y aunque siguiésemos del mismo modo examinando, a lo largo de todos los descubrimientos y conquistas, uno por uno, todos los primeros encuentros y contac-

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tos, jamás encontraríamos que los indios -y por consiguiente América o "la futura América"- tuviesen en ello otro papel que el totalmente pasivo de receptor forzoso de sus nuevos señores, o cuando no, el activo de resistirse a su dominio; rechazando con la pelea o con el suicidio su "integraciónen la historia universal". Si se le exige al uso de la voz activa todo el sentido que es de ley pedirle para un sujeto humano, hay que decir que América jamás entró en la historia; América fue entrada por la historia -entrada a sangre y fuego, a saco y a degúello, que es la única forma de, entrar que se le ha visto desde siempre a la historia universal-, metida en la historia a viva fuerza de armas, donde no totalmente destruida.

El fracaso de la Cruz

El luminoso florecimiento que en el siglo XIII había conocido el cristianismo, nacido de la noche a la mañana, como el lirio silvestre, bajo los pies descalzos de Francisco de Asís, fue degradándose rápidamente en los dos siglos siguientes, de tal suerte que cuando se llegó a la prueba de fuego del descubrimiento, la conquista y la colonización de América, no pudo ya asistirse sino al. fracaso más terrible y más escandaloso de la confesión cristiana y de su Iglesia. Cierto que la Cristiandad aumentó. como nunca desde la Edad Antigua el territorio de la fe y el número de los fieles, pero las meras dimensiones demográficas y territoriales son criterios de magnitud tan buenos para medir imperios como discutibles para evaluar religiones. El hecho es que nos encontramos con que la colonización de América, en funesta combinación con el establecimiento de los portugueses en las costas del África occidental, comportó, en plena égida cristiana, bajo el signo de la Cruz, el más intenso y extenso recrudecimiento de la esclavitud, con grados de inhumanidad difícilmente registrables en la antigüedad pagana. El fondo del Atlánticovio balizadas las rutas marineras con regueros de miles y miles de cadáveres, de negros arrancados al África natal tan sólo para morir en alta mar, destino horrendo, pero con todo acaso más piadoso que el calvario en el que prolongarían sus vidas y las de sus descendientes los que, sobreviviendo a la travesía del océano, alcanzarían la orilla americana. Por lo que hace a los indios, los que se mostraron del todo irreductibles a la voluntad del blanco (o sea, al espíritu de la historia universal) fueron sin más exterminados, los que se doblegaron se vieron reducidos ala más dura condición de siervos de la gleba.

Así, exterminio y esclavitud en la colonización angIofrancesa, exterminio y esclavitud en la portuguesa, exterminio, esclavitud y servidumbre de la gleba en la española. La antigua explotación mediante esclavos de las minas de plata del Laurion ateniense se vio multiplicada por mil o por diez mil en la prestación personal obligatoria del servicio minero de la mita, que sólo en el cerro del Potosí llegaría a enterrar centenares dé millares de indios reventados y muertos bajo sus esportillas para henchir de plata durante siglo y medio las insaciables panzas de los galeones españoles.Tintada en el vasto lienzo de las gavias de esos galeones -como todavía hoy puede observarse en la que se conserva en el museo de la marina-, la Mater misericordiae se convirtió de esta manera en el black jack imperial, transfigurándose realmente en aquella Inmaculada negra de pólvora y de sangre" del poema de Rafael Sánchez Mazas ("Nuestra Señora de los Austrias", 1919).

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