Espanto aéreo
Hallábame esperando a una amistad que llegaba de Barcelona en el Puente Aéreo cuando un buen mozo de como metro ochenta y guedeja rubia sobre la sien me tomó por los codos y me miró como si acabara de descubrir a la mujer de su vida. Yo, que para esto siempre he sido desconfiada, me apresuré a echar un ojo atrás. No, no había nadie más que yo, de medo que le encaré, procurando no ahuyentarle al mostrarle la dentadura montada al turmix.-Loque tú necesitas es amor -me dijo el tipo, de entrada.
-Un poco -admití.
-Dios te ama.,
-iOh, no!
Porque la última vez que me dijeron eso fue en Indianápolis, entre dos carreras, y a punto estuve de estrellarme contra una banda de majorettes. Huí, perseguida por una lluvia de folletos editados en satin de mijo, y en pleno galope, otro macizo espécimen, completamente rapado, me refugió en sus brazos, prácticamente asfixiándome contra su túnica.
-Buda te ama -me espetó, echándome una salivilla azafranosa sobre la pechera.
Miré a mi alrededor con desesperación, pero sólo encontré comprensión en un zagal de camisa deshilachada y gesto contrito. Me aceirqué a él, esquivando al de la túniza.
-Hola-dijo el nuevo- ¿Te drogas, hermana?
-Sólo cuando no hay Casera.
-En ese caso, plas -y me depositó en el cráneo un voluminoso ejemplar de Cómo fumar canutos de soja y colocarse sin peligro.
Conseguí deshacerme del tercer tipo ensartándole una jeringuilla hipodérmica a modo de pendiente y echando a correr al grito de ¡Viene Barrionuevo!". Para entonces ya había desistido de recoger a mi amistad y estaba empezando a hilvanar una amarga reflexión acerca de las exóticas posibilidades de ligue que ofrecen los aerepuertos.
Entonces busqué refugio. No sé cómo llegué hasta allí. Sólo sé que me vi sentada en una butaca, ante un enorme vídeo lleno de delfines.
-¿Bailas,vida? -preguntó el delfín en extinción.
Tal como estaban las cosas, le sonreí.
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