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Alcaldes por méritos propios

Del 'tercio familiar' a la elección democrática

Las primeras declaraciones de Juan Hormaechea tras ser reelegido alcalde fueron para confirmar algo que ya era de dominio público: el Ayuntamiento de Santander se le ha quedado pequeño. Ampliar su radio de acción, convertirse en un presidente regional bis, cara al resto del país. Es la máxima aspiración de este político, santanderino, consciente de que su tirón personal ha dado a la coalición de derechas no sólo el ayuntamiento de la capital de Cantabria, sino la presidencia del Gobierno regional.Con una actitud populista de ribetes tercermundistas, autoritario, personalista y poco dado a reconocer errores, Hormaechea planteó la campaña electoral como un paseo inaugurador de fuentes, plazas, estatuas, fincas expropiadas, alumbrado público y hasta un semáforo. Una campaña en la que los publicistas electorales a su servicio sólo fueron meros ejecutores de sus ideas, y en las que lo institucional y lo partidista tuvo siempre difuminada su línea divisoria. Subido en el podio de la alcaldía y consciente de su fuerza, Juan Hormaechea llegó a no aceptar la condición de candidato, "porque yo soy el alcalde", y a negar, con mucha más vehemencia, su vinculación con los partidos políticos integrantes de la coalición de derechas que el representaba.

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Llevado de su peculiar estilo de estar en la política, Hormaechea dedicaría más de media hora de discurso en el mitin central de la campaña, ante la sorpresa de los asistentes y el visible malestar de Manuel Fraga, a explicar su condición de aún militante de Unión de Centro Democrático, partido "con el que tengo un compromiso moral hasta su total disolución".

El convencimiento de que el voto de la coalición no era suficiente para obtener una holgada mayoría en la corporación le indujo a tales manifestaciones, como la necesidad de reunir el apoyo de la extrema derecha con fuerza electoral significativa en la capital de Cantabria, le llevó a erigir en pocas horas la base sobre la que asentar de nuevo la estatua ecuestre del general Franco.

El populismo de Hormaechea no puede calificarse ni de derechas ni de izquierdas. Dependerá de la postura del contrario y de su puntual estado de ánimo. Enamorado de las citas, puede pasar a lo largo de un pleno de la referencia erudita a Carlos Marx, al recitado de unos versos de san Juan de la Cruz, de alabar al alcalde comunista de Roma a calificar al filósofo italiano Antonio Gramsci de inspirador de las Brigadas Rojas y de defender el derecho al aborto o la legalización de las drogas duras, a oponerse a que la mujer busque trabajo fuera de casa por considerar que es el camino más directo hacia el adulterio.

Aposentado desde 1973 en el Ayuntamiento de Santander, al que llegó por la vía del tercio familiar, pasó a ocupar la alcaldía tras las elecciones democráticas del 15 de junio de 1977, con el visto bueno de la corporación, del gobernador civil y del alcalde cesante, Alfonso Fuente. En 1979 concurrió a las primeras elecciones municipales en las listas de UCD y obtuvo la alcaldía, al ser la de este partido la lista más votada, al fallar el acuerdo entre los concejales de izquierda y el partido regionalista, que optó, en el último momento, por la abstención. Durante los cuatro años de su mandato, Juan Hormaechea concitó fuera y dentro de la corporación municipal opiniones radicalmente encontradas, admiración y desprecio, loas y críticas, odios y amores, siempre en grado superlativo, sin términos medios.

Doble juego

Dispuesto a dejar su impronta en la ciudad, acometió en los dos últimos años el remozado de amplias zonas de la ciudad, el escaparate para consumo de turistas, que se ha dicho desde la izquierda, junto a otras obras de indudable necesidad, como el saneamiento de las playas. Un afán desmedido por aumentar el patrimonio municipal adquiriendo fincas situadas en el término municipal le ha enfrentado con algunos intereses privados, que se han sentido injustamente tratados, en tanto que la política urbanística, llevada bajo su entera responsabilidad, le ha conducido hasta el punto de ser el principal inspirador y hasta diseñador de algunas plazas públicas que se han hecho.

En ningún momento, al margen de las conspiraciones de partido, supo Hormaechea imponer su autoridad a los concejales centristas divididos por las luchas internas. Su doble juego, ora con la oposición al entonces todopoderoso Justo de las Cuevas, ora a su lado sin fisuras, le hizo salir indemne del desastre final de UCD, partido en el que aún ostenta la presidencia de la comisión gestora, a la que llegó tras una rocambolesca entrevista clandestina con el entonces presidente del partido, Landelino Lavilla, y que tuvo como escenario el palacio de la Magdalena, durante los cursos de verano de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo del pasado año.

Desde ese cargo organizó las elecciones legislativas, tras traerse de Madrid a José María de Areilza, después de fracasar en su intento de formar una amplia mayoría neutral en Cantabria. Ésta ha sido la única derrota conocida de su vida política, aunque la misma noche de las elecciones negase cualquier responsabilidad personal en el pobre resultado de UCD y buscase en la condición de vasco del conde de Motrico las razones del fiasco electoral.

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