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La Plaza Mayor de Madrid volvió a ser socialista

Todavía no había caído sobre Madrid la anochecida y ya algunas calles presentaban aspecto de sueño de Amarcord, con las luces de fiesta tejiéndose de árbol a árbol. Así, las entradas al Retiro, anunciando verbena, y la calle Bailén. La explanada de las Vistillas, toda ella entrecruzada de cenefas de papel de colorines y bombillas centelleantes, parecía un barco. No un Titanic o un Andrea Doria, sino un barco gozoso, resplandeciente, anclado en una nube que olía a churros, en la noche de las elecciones municipales. El río de votantes covergía en la plaza Mayor.

La gente tardó en salir a la calle. Alrededor de las ocho, las vías madrileñas estaban prácticamente desiertas, y los taxistas cabeceaban con pesar: que hoy no nos vamos a sacar el jornal, decían. Presagios que no se cumplieron, Porque, alrededor de las nueve de la noche, y seguía sin anochecer, se echaron a la calle los grandes y los chicos, racimos de adolescentes mitad chelis, mitad punkies, familias completas con su nene y su chupachups, abuelos de cabello venerable y recuerdos del frente de Madrid, novios sudorosos y demás ciudadanos de a pie.A esa hora, el río lento pei o implacable de votantes que sa ían a recoger su fruto empezó a arrastrarse por las calles del centro, para converger en una sola dirección: la Plaza Mayor. Si te zambullías en la corriente humana, con el cuerpo suelto y dispuesto a la comunicación, te encontrabas con esa sensación especial, promiscua y cálida, que sólo suele experimentarse en días de elecciones o de nevada, que es cuando parece establecerse complicidad entre seres que vienen de lugares distintos y no tienen, aparentemente, nada que decirse. Y el codazo, el roce de anca, la petición de cigarrillo o un simple fruncido de párpados acompañado por media sonrisa, se convierten en el código de comunicación que sustituye a las palabras, que resultan tan obvias aquí, en este Madrid proclive al grito, al arrebato de entusiasmo, al abucheo cuando se trata de censurar los éxitos del contrario.

Los hay que han preferido verbenear antes de acercarse a la Plaza Mayor. En Vistillas, por ejemplo: "Yo prefiero darle caña al cuerpo antes de meterme en la movida", dice un muchacho que lleva un pañuelo rojo socialista anudado al cuello. "Nosotros iremos a tiempo de oír hablar a E.T.". "¿Cómo?", pregunto. "Sí, mujer, E.T. Enrique Tierno. El colega".

Así de claro lo tenían algunos.

En la Plaza Mayor, a menés de las diez de la noche, un tercio de entrada y bastante marcha en el cuerpo gracias al cha-cha-chá con que se ha iniciado la noche, después de que Antonio Buero Vallejo -"mira, es como Drácula", decía un castizo- declarara inaugurada la verbena con su pregón. En el escenario situado al pie de la Casa de la Panadería, cuyas dos torres agudas parecen dos sombreros de bruja acechante, el conjunto Burbujas se lo monta de revival. Tras El bodeguero atacan un twist, que un municipal rechonchito y entrado en años, encargado de vigilar un extremo de valla, se pone a bailar con entusiasmo digno de esta causa y claro peligro para sus riñones. "Ay, hija, esto es vida". No tengo más remedio que darle la razón.

Nada por aquí parece requerir la presencia de la fuerza pública. Se han vendido por centenares las botellas de sidra y de cerveza, tamaño familiar, y el empedrado se va a convertir, con el paso de las horas, en el sueño dorado de un faquir, pero la gente se las apaña para no molestarse ni molestar. Un gran mogollón de personal se ha adueñado del espacio que circunda el escenario, y allí monta corros, pega saltos, alza los brazos y convierte en una jota todo el ritmo que recibe. Hay pegatinas de papel sobre las solapas -rosa y puño, en su mayoría-, y pegatinas de sonrisa empresas en los rostros. Nadie duda del triunfo socialista, pero nadie deja de mostrar una leve inquietud por los resultados.

A ambos lados de la Casa de la Panadería, dos pantallas de video, gigantescas, reproducen lo que está sucediendo en el escenario y, de vez en cuando, conectan con el Ministerio del Interior. La primera vez que el rostro del ministro Barrionuevo aparece en pantalla, se alza una pitada de muchísimo cuidado. Pero los ánimos se calman en cuanto el de Interior empieza a anunciar la espectacular barrida del partido del Gobierno. "¡Este no nos mandará a la poli", grita un chaval, seguramente recordando la desdichada carga que protagonizó la policía nacional hace cuatro años,a Tierno ganado, cuando las otras elecciones municipales.

Poquito de todo

Pero la Plaza Mayor hoy tiene visos de historia pacífica que nadie va a ser capaz de trastornar. La verdad es, que el ambiente está mucho más calmado que en las elecciones de octubre. "Verdad, tú", está explicando un muchacho muy castizo, "es que somos un pueblo maduro, no, que esto de la democracia lo tenemos ya hecho, no, que esto es Europa ya, a que sí". Y la compañerita de cuatro pendientes por oreja asiente, embelesada.

Por aquí hay de todo, como en botica. Una señora que pregunta si va a cantar Plácido Domingo -"tranquila, madre, que ahora sale Nuestro Pequeño Mundo, que canta El vino que tiene Asunción"-, un socialista casi histórico -uno de los pocos que sí eran socialistas en el año 70, comenta una mala víbora a mi lado-, y que es hermano del batería de Nacha Pop, y también una pareja de aire desvaído que me examinan de arriba abajo antes de atacar: "Oye, tú, tronca, que aquí mi señora y yo hemos salido hoy del talego y no tenemos qué comer".

Y una pareja de catetillos. Ella: .¿Y esto tan grande es la Calle Mayor?". El, impaciente: "Que no, que te lo vengo diciendo, que esto es la Plaza Mayor. La Calle Mayor te la he enseñado antes".

Con marcha de rayo laser

Lo mejor de todo es el rayo laser que envía su resplandor verde billar a la fachada de la Casa de la Panadería. Primero una palabra, bienvenidos, estrellándose contra la pared como una pelota de frontón; luego, San Isidro 83. Después, un dibujo que los exaltados toman por el puño y la rosa, y no, es mucho más: el oso y el madroño. Y muchísimos signos entre cabalísticos y psicodélicos, entre rosquillas y porritas de desayuno, entre mariposas y hélices de ventilador antiguo.

Hay banderas constitucionales que ha traído el personal, y las agita al mismo tiempo que las botellas de sidra. Hay también banderas de Castilla, y quienes las llevan van gritando: "Viva Madrid castellano" y "Tierno, hermano, Madrid es castellano". Hay niños disfrazados, o con los restos del disfraz que llevaban esta mañana, en esta misma plaza, los pies ya hechos puré y el lapiz de labios, inocente, corrido en las mejillas.

En un momento dado, aparece Tierno Galván en las pantallas, muy brevemente, para decir que el pueblo de Madrid ha dado una gran zancada, "a la que sabremos responder". A esa hora, ya se sabe que el PSOE sigue en la alcaldía madrileña, ya se sabe, sobre todo, que E.T. continúa entre nosotros. Son poco más de las doce, y los ares de los alrededores se ponen rigurosos, impiden la entrada a los sedientos.

Los más animosos cantan No nos moverán, pero de nada les sirve la declaración de principios. En la Plaza Mayor se espera, ya con las existencias alcohólicas agotadas, que el alcalde se materialice en el balcón.

Tierno, casi íntimo

Antes, unos cuantos decidimos dirigirnos a la Plaza de la Villa, en donde Tierno está dando una conferencia de prensa. Alrededor de un centenar de personas nos congregamos bajo el Ayuntamiento. Arrecian los gritos: "¡Tierno, Tierno!". Y también: "Campeones, campeones, oé oé, oé". Al cabo de diez minutos, alguien anuncia desde un balcón que el alcalde nos va hablar. Y ahí está, despertando un entusiasmo frenético en sus seguidores. "Muchas gracias por todo", dice. "Hemos ganado los jóvenes; los jóvenes de 80, de 40, de 20 años. Quiero deciros que esta confianza que habeis dado al gobierno socialista hacía falta para resolver con seguridad los problemas graves. Ahora tengo que pedir a todos que ayuden colaborando, empujando, obligándonos a actuar".

Y los otros: "Tierno, cojonudo, como Tierno no hay ninguno".

De regreso a la Plaza Mayor, en donde el entusiasmo es ya desbordante y los abrazos también, un hombre de mediana edad, que lleva una pegatina del PCE en el jerse¡, se me cuelga del cuello y me baña en lágrimas: "¡Córdoba! ¡Córdoba.1", grita. "¡El último bastión del comunismo! ¡Córdoba es Covadonga, compañera.? Y Anguita es Don Pelayo. ¡Desde allí empezaremos la reconquista!".

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