La batalla del PSOE con los nacionalistas y las expectativas de sucesión de Fraga fueron las claves de la campana electoral
La guerra entre los socialistas y los nacionalistas, y las hipótesis acerca de una eventual sucesión de Fraga como líder de la oposición, fueron los dos puntos centrales que marcaron una larga campaña ellectoral -casi un mes de hecho-, que discurrió en tono frío y, salve, incidentes aislados, correcto. Los dos principales contendientes, el PSOE y la Coalición Popular, marcarían desde el principio sus diferentes estrategias: los socialistas evitaron, por regla general, que sus principales líderes entrasen en campaña, mientras que el máximo dirigente de Alianza Popular, Manuel Fraga, se lanzaba a un nuevo recorrido electoral por todo el país.
Seguros de antemano de su triunfo, los socialistas han tratado de mantener la campaña dentro de unos límites locales, evitando extrapolarla a un ámbito nacional. Por ello los intentos de Fraga de convertir los preparativos del 8 de mayo en una segunda vuelta de las generales del 28 de octubre se estrellaron contra la falta de respuesta en el PSOE. Así, Fraga no pudo conseguir, pese a sus tentativas, un debate con Felipe González en televisión, y sólo pudo mantener un encuentro reservado con el presidente del Gobierno durante un almuerzo en las Cortes, almuerzo que desató no pocas especulaciones.La mayor parte de ellas no resultarían precisamente beneficiosas para las posibilidades de la oposición: el propio Pedro Schwartz, secretario general de Unión Liberal, pequeño partido coaligado con AP, contribuía al hundimiento de la campaña de su líder al asegurar que, en el curso del almuerzo, Fraga había amenazado con dimitir, "ante lo cual Felipe González había palidecido". La aseveración de Schwartz, que cosechó sucesivos desmentidos, se producía precisamente cuando, a niveles periodísticos y políticos, se desataban las especulaciones sobre qué ocurriría en la derecha en caso de que los resultados electorales fuesen peores de lo previsto.
Mientras el dirigente del PDP, óscar Alzaga, insistía en su fidelidad a la coalición con AP, el propio Fraga hacía contradictorias declaraciones sobre su propio futuro; en Tenerife reconocía que su sustitución está próxima, sugiriendo que en AP tiene sucesores posibles, como Verstrynge o Herrero de Miñón: "El momento llegará pronto, pero tengo todavía que hacer algunas cosillas". Pero, al día siguiente, en Valencia, afirmaba rotundamente: "Solo me retiraré cuando Dios, quitándome la sa lud, y el pueblo me lo pidan, y, nada más". El mismo almuerzo con Felipe González, en presencia del presidente del Congreso, Peces Barba, sirvió para que Hernández Mancha, presidente de AP de Andalucía, opinase que allí se había sugerido un pacto secreto entre el jefe del Gobierno y el líder de la oposición. Fraga tuvo que apresu rarse a emitir un nuevo desmen tido.
Cuantiosos medios
La incansable peregrinación de Fraga por todo el país, comenzada mucho antes de que se diera la salida oficial a la campaña, se vio deslucida tanto por los errores de los propios militantes de AP como por el estallido, desde Cambio 16, del llamado escándalo Almirón: según la revista, Eduardo Alimirón, jefe de seguridad del presidente de Alianza, habría sido un torturador al servicio de la ultraderechista Triple A en Argentina. La publicación fue secuestrada judicialmente por dos semanas consecutivas, pero el tema estallaba implacablemente sobre la cabeza de Fraga, quien insistía en que él nada tenía que ver con el pasado de sujefe de seguridad, que se apresuró a dimitir. Cuando, en un exceso de celo, el jefe de Prensa de AP en Valladolid sugirió a los informadores locales que evitasen hacer preguntas a Fraga relacionadas con Almirón, porque, de lo contrario, "la rueda de prensa duraría un minuto", se hacía de nuevo un flaco servicio a la campaña de la coalición, en la que, patentemente, se han invertido cuantiosos medios; los dirigentes de AP se negaron, desde el comienzo, a detallar cifras de gastos y estrategia -el PSOE declaró haber presupuestado 950 millones-, pero se sabe que el experto en relaciones públicas Rafael Ansón ha estado presente en las últimas semanas en el cuartel general aliancista.
Entretanto, el PSOE, poseedor de halagüeñas encuestas, se dedicaba más a potenciar sus posibilidades en las nacionalidades históricas que a medir sus fuerzas con la coalición conservadora. Los ataques verbales de Alfonso Guerra, calificando a Fraga de "Atila" o fabricando juegos de palabras con la triple alianza Popular "o sea, la triple A", constituyen casi una anécdota. Los socialistas demostraron que su principal objetivo consiste en ganar espacio en Cataluña y, sobre todo, en el País Vasco, frente a los partidos nacionalistas moderados. La dureza verbal se inició el mismo día 16 de abril, fecha del comienzo oficial de la campaña, en Vitoria, donde menudearon los ataques mutuos entre el nacionalista Xabier Arzallus y Txiqui Benegas, el hombre clave del Partido Socialista en Euskadi. Las invectivas de Alfonso Guerra al PNV en Bilbao y Vitoria fueron casi un anticipo de lo que será la cercana campaña para las elecciones autonómicas en la región, un hito que tanto en el PSOE como en el Gobierno se contempla casi como una cuestión de Estado.
La 'batalla de Barcelona'
Paralelamente, varios ministros hacían campaña en Cataluña, donde la confrontación Maragall-Trías Fargas por la alcaldía de Barcelona concentraba los mayores esfuerzos. La incertidumbre sobre un posible pacto poselectoral Convergencia-AP añadió, desde el comienzo, un nuevo elemento al enfrentamiento de los nacionalistas catalanes con el PSOE, enfrentamiento agravado tras unas declaraciones del secretario del presidente, Julio Feo, consideradas "despectivas para las instituciones catalanas" por la Generalitat. Por el contrario, la que se llamó inicialmente batalla de Madrid dejó pronto de constituir una incógnita; las encuestas la despejaron de manera incontestable.
Alfonso Guerra se encargaba de calentar la campaña en las zonas donde las posibilidades socialistas se veían más comprometidas. Algunos ministros, de manera destacada el titular de Cultura, Javier Solana, protagonizaron también mítines del fin de semana. Pero las insistentes peticiones del responsable electoral socialista, Guillermo Galeote, para que el presidente del Gobierno realizase "dos o tres" intervenciones en sitios clave, como Barcelona o Pamplona, se estrellaron contra la firme negativa de la Moncloa: Felipe González tan solo viajaría, antes de que comenzase la campaña, a Zaragoza, con motivo de una concentración de alcaldes y concejales socialistas.
Por el. contrario, el resto de los partidos empleaba a fondo a sus líderes: en el caso del PCE, como una forma de afianzar a su nuevo secretario general, Gerardo Iglesias, ante el proceso de clarificación interna que aguarda a los comunistas cara a su próximo congreso nacional. El CDS elegía un eslogan sintomático: El equilibrio necesario, sobre la imagen de Adolfo Suárez. El PDL concentraba sus esfuerzos en Madrid; resulta difícil predecir hasta qué punto la bomba final de una emisión pirata de TV incidirá positiva o negativamente en las posibilidades de su candidato, Antonio Garrigues, quien, en cualquier caso, parece haber colocado sus esperanzas en una próxima operación centro-reformista irripulsada por Miguel Roca.
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