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El lunes, descanso

Presumo que los problemas internos que debe resolver Yuri Andropov, secretario general del PCUS, serán muy complicados, pero hay dos cuya responsabilidad no creo pueda atribuirse totalmente a la CIA y que, incluso, han sido señalados por los soviéticos como prioritarios. Uno es la cuestión de los judíos nacidos en la URSS, y el otro, el alcoholismo.El año pasado abandonaron la URSS 2.692 judíos, una cifra ridícula si se la compara con los 51.333 de 1972. En términos porcentuales, el bajón fue del 96%, y con relación al año anterior, del 67%. Tengo noticias de que este año el número de judíos que abandonarán la URSS será todavía menor. No quiere ello decir que la colectividad judía tenga menos deseos de salir de la Unión Soviética que antes, no. Lo que ocurre es que ahora las autoridades ponen más trabas, y es ahí donde reside la explicación de la historia.

Entre los que quieren emprender la diáspora hay mucha gente conocida. Félix Kochuviesvsky, 52 años, ingeniero electrónico, medalla de servicios al Estado y, ahora, purgando 30 meses de trabajos forzados por difamar al régimen soviético. La difamación consistió en el envío de una carta a la Conferencia de Madrid, en 1980, protestando de los anticonstitucionales e injustificados rechazos a las solicitudes de los ciudadanos soviéticos que querían emigrar. Como elementos complementarios a la acusación se añadieron Fundamentos legales para la emigración en la URSS y la instalación permanente en otros países y El libro transparente, dos obras de Kochuviesvsky que, junto con su condición de cofundador de la Sociedad de Amistad Ruso-China y Sociedad de Amistad Ruso-Israelí (hoy inexistente), sirvieron para agrandar su pliego de cargos. La lista de los judíos a los cuales las autoridades no les dejan hacer las maletas es extensa: Alexander Paritzky, Víctor Brailosky, Lev Shefen, VIadimir Yelchin, Ina Speranaskaya, Pavel Abramovich, Yacoy Mesch y un largo etcétera. Casi todos son científicos, maestros, profesores de hebreo, escritores. Apoyándose las autoridades en el artículo 190/1 del Código Penal de la URSS, a quienes pretendan irse del país, la difusión de calumnias antisoviéticas les puede costar diez años en la zona de Beineu, en Kazakstán, o, en su defecto, esperar un tiempo prudencial para obtener el pasaporte. A Pavel Abramovich ya le han comunicado el plazo prudencial para que vaya a buscarlo: el año 2013. Es decir, dentro de 30 años. Parece un chiste de humor negro.

El alcoholismo no es una cuestión que en la URSS afecte a unos miles de personas, ya sean judíos o georgianos, sino que atañe a millones de seres. Uno de los primeros actos de Andropov fue tratar de atemperar la lacra que desde hace años se ha extendido por todo el país. Las excusas comparativas con otras plagas, el suicidio, por ejemplo, en la socialdemocracia danesa (241 por millón), ya no sirve, pues Hungría, dentro de la órbita soviética, ha batido las marcas del mundo: 380 por millón.

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Los términos del secretario general del PCUS han sido duros. El alcoholismo en la URSS es "el hermano de la ineficiencía productiva y compañero inseparable del absentismo obrero y de la corruptela administrativa".

El enemigo de Andropov es el vodka, pero, cuidado, no el exquisito Stoltchnaia ni el formidable Moskovskaia, que la Nomenklatura puede comprar en los grandes almacenes Gumm, fuentes líquidas de divisas y material de uso exclusivo para diplomáticos y altos jerarcas. No. El vodka que quiere eliminar Andropov es aquel que se vende en botellas de material plástico y en unidades de medio litro, o sea el que se puede adquirir casi a granel. Cómo será la cosa, que el periodista K. S. Karol, al cual no se le puede acusar ciertamente de sectario, afirma "que esa basura está destruyendo a la URSS como lo hizo la peste con Europa en la Edad Media".

¿Tan grave es el mal? Veamos. Breznev quiso acabar con la plaga, y lo prohibió en las cantinas de las fábricas, en los restaurantes populares, en los comedores universitarios. Ante la inutilidad de las medidas, apretó el nudo e impidió la venta de ese vodka en las cercanías de las universidades, fábricas, escuelas. El resultado fue que aumentó el índice de alcoholismo. La modificación del Codigo Penal, aplicando la pena de muerte a todo borracho que causara graves accidentes en las carreteras, tampoco dio el resultado apetecido, y la curva de alcohólicos siguió subiendo.

De igual manera que la falta de libertad de Prensa dio paso a los clandestinos asmizdat, la carencia de vodka generó un brebaje explosivo llamado samagone, una feroz destilación tóxica que ha convertido en agua clara los preparados de Al Capone y Cía. La ultraoficial Literaturnaia Gazeta sostenía, en 1979, que más de la mitad de las fábricas de bebidas de la URSS tendrían que cerrar sus puertas por falta de garantías, pues representaban un atentado contra la salud pública.

Los datos son tremendamente contundentes. Pradva ha escrito que en la Unión Soviética la gente no despierta al trabajo los lunes, sino los martes, lo que equivale a decir que el absentismo es casi total, y el origen es siempre el vodka. Breznev, en su informe al 26º Congreso del Partido Comunista, dejó atónitos a los camaradas exhibiendo la baja de la producción soviética debida a la incuria, la imprevisión y el vodka: 18% menos de productividad de la programada. Trud, órgano oficial de los sindicatos, explica ahora que el 96%. de las víctimas de los incendios de las fábricas son obreros alcoholizados; de los 39.000 incendios ocurridos en las factorías durante 1981, casi la totalidad se debe a la imprudencia de borrachos; el 63% de los ahogados en cualquier río de la URSS se encontraba con superávit etílico; dos de cada tres llamadas a las ambulancias de la asistencia pública se deben. a urgencias con neta vinculación alcohólica. Y un dato aún más preocupante y sorprendente: la Organización Mundial de la Salud había contabilizado para la URSS una media edad fijada en 65 años. En 1981, el índice había bajado a los 62 años.

Es triste recordar que Roger Garaudy escribió, en 1963, que la instauración del socialismo permitiría "prolongar la vida del hombre, en promedio, hasta 150 o 200 años". Los profetas suelen decir muchas estupideces.

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