Los sindicatos
Hay un exorcismo contra el Gobierno, ya se ha contado aquí, que lo reduce a no/Gobierno, y hay un auto de fe que reduce a correas transmisoras, mano airada de un partido o, últimamente, y con mayor sutileza, pretende igualar un sindicato improvisado, amarillo y de elite con los sindicatos obreros.Se trata, en fin, de hacer el sindicalismo soluble en un asambleísmo total, nacional e inevitablemente reaccionario. Veamos el sindicato obrero tradicional en su situación/límite: la huelga. La huelga, más que un hecho bruto, más que un hecho físico, me pare ce a mí un hecho metafísico. Una de las cosas más sutiles que se han inventado en la dialéctica de masas o capital/trabajo. La huelga no enfrenta al trabajo la violencia, la amenaza u otro trabajo. La huelga es el no/trabajo. El revés del trabajo, como Rilke dice que la música es el revés del aire. La huelga, aparte su eficacia social, nos revela que toda realidad colectiva o individual tiene su anti/realidad, su no/ser, que diría un místico. Esta dimensión ya casi teológica de la huelga, que no es el ocio -cuidado-, sino, más bien, el no/trabajo, su envés, desconcierta los valores puritanos, calvinistas, manchesterianos, del trabajo y la productividad como virtud añadida. La huelga, en el caso de ser ocio, es un ocio activo y actuante, un ocio poderoso, en sus legiones inermes, como las legiones de la producción.
Tampoco vamos a hacer aquí, ahora, una égloga de la huelga, porque quedaría decimonónica, retórica, kitsch. Pero he tornado la huelga, ya digo, como situación/límite de la conciencia sindical, que no es sino la vieja conciencia gramial incardinada en la Historia, en un dinamismo (el gremio es un estatismo).
Si el Gobierno está fuera de la ley, los votos son prestados, el presidente González se ha hecho invisible en la Moncloa y toda la situación política es una situación prestada, ¿por qué respetar los sindicatos? Hay dos maneras teleológicas, ya digo, de negar el sindicalismo, de negar la cultura del, trabajo más allá de la producción: una es lo de las correas transmisoras (desacreditación del sindicato), y otra la proliferación sindical, de modo que, a favor de las libertades en que no creen, cinco funcionarios de algo pueden fundar un sindicato para no clavarla.
La huelga, para el sindicalismo histórico, racional y legítimo, es el momento último de la dialéctica. La huelga, para un sindicato amarillo, es el origen mismo de ese sindicato. No se sindican para trabajar estos raros sindicalistas, sino para no trabajar.
No han entendido el sentido profundo, último, casi metafísico, de la huelga, que consiste, como digo, en mostrar el revés del trabajo, que no es el ocio, sino el no/trabajo.
El sindicalismo amarillo cree .que huelga es echar los pies por alto y saltar fuera de los propios calzoncillos. Mimetizan de una manera circense, estos pequeñoburgueses, la dialéctica social del proletariado. No los falta más que emborracharse de pernod.
En un editorial de los memoriones de este periódico leí. que las huelgas de elite pueden ser cómicas. Si un obrero imitando al señorito, el domingo, da peria y risa, un señorito imitando al, obrero, en el lugar huelguístico, es ya una cosa como de cine mudo. En España tenemos hoy dos sindicatos. obreros muy fuertes. Son dos farallones de realidad que se yerguen siempre más allá de la política y sus partidos.
Y esto desasosiega mucho al conservatismo antisindicalista. Porque un político siempre puede entenderse con otro político, aunque sean de signo contrario, o precisamente por eso. Pero el político no es más que el reflejo platónico de la realidad social en la caverna parlamentaria. El sindicato es la realidad berroqueña y almenada de la producción y el trabajo. Un sindicato, como una orquesta filarmónica, integra en el trabajo el no/ trabajo, la huelga. Una cosa rilkeana.
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