La fusta
En los años treinta el capitalismo se puso muy nervioso y decidió montar un buen espectáculo. Reclutó a tenderos con tripita y tirantes, a señoritos de casino provinciano, a sacristanes cetrinos, a vástagos de familias arruinadas y a obreros en paro. Les regaló emblemas, correajes, banderas, himnos y desfiles con cornetas y tambores y les armó la mano derecha con la consabida brocha del ángel exterminador. De esta forma, el miedo del tendero fue exaltado a la violencia, el aburrimiento del señorito de provincias salió disparado hacia la gloria, el fanatismo religioso del sacristán se convirtió en un deseo desmesurado de redimir a los gentiles, la quiebra económica tramó sueños de grandeza y la ignorancia del obrero tomó por revolución lo que sólo era un lenguaje y un estilo revolucionario Fue el fascismo europeo un espectáculo demasiado ruidoso, impropio de unos señores que comen trufas con cuchara de plata. Hoy el miedo, el aburrimiento, la superstición, el quebranto empresarial y la ignorancia permanecen, pero el capitalismo ha cambiado de táctica. La brocha del ángel exterminador ha sido sustituida por el sexo, las maquinitas comecocos y los cacharros de plástico sobre la gran ciénaga de nuestra naturaleza caída. Históricamente, al concepto de naturaleza caída le ha sacado más partido la política que la moral. Si el hombre es un ente perverso y holgazán, si habitamos un valle de lágrimas donde la cartera, la virginidad y la propia existencia están amenazadas, si la sociedad es una partida de lobos, entonces el moralista y el político de derecha dura tienen el oficio bien justificado. El moralista sólo nos da consejos. En cambio, el político de la gran derecha, al contemplar nuestra innata maldad, no puede evitar un íntimo regocijo porque esa maldad da la razón de ser a su látigo.
Cuando veo a Jorge Verstrynge, al que sólo le falta llevar una fusta y un perro doberman entre las piernas para ser realmente un seductor, me dan ganas de lanzar un manifiesto escandaloso, muy revolucionario, cuyo tema podría ser éste: predicad, escribid, corred el rumor de que el hombre es bueno. De lo contrario, este muchacho nos va a salvar otra vez.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.