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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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La relación partido-Gobierno

Uno de los temas que entrañan particular dificultad en los regímenes democráticos y que suelen ser fuente de tensiones y enfrentamientos es el de la relación entre el partido ganador de las elecciones y el Gobierno que de su seno surge para hacerse cargo de la titularidad y gestión del poder político. La experiencia demuestra que la dinámica puesta en marcha al tener que separar y coordinar papeles diferentes da lugar, en múltiples casos, a situaciones difíciles y a conflictos larvados o manifiestos, que ponen a prueba la habilidad de los máximos dirigentes y que pueden originar distanciamientos y hasta disociaciones de consecuencias imprevisibles. La grandeza de la libertad y de la autonomía políticas encierra como contrapartida, en esta materia, el riesgo de que se generen antagonismos y crisis que obviamente son impensables en los regímenes totalitarios.Y es que no constituye cuestión sencilla el encontrar un equilibrio razonable y operativo entre el partido gubernamental y el Gobierno de él nacido. La tendencia natural del partido se orienta hacia el control máximo del aparato de gobierno y a intentar conseguir que este, en buena medida, sea el ejecutor de las resoluciones y proyectos de aquél. La comprensible reacción del Gobierno, por su parte, consiste en intentar marcar lo más claramente posible las esferas de actuación de uno y otro y en reclamar para si mismo el grado de autonomía que le permita presentarse a los ojos de la colectividad como el Gobierno de todo el pueblo y no sólo el de la fracción ganadora.

El partido tiende a recordar que él ganó las elecciones, que él elaboró el programa electoral y de gobierno y que él es el depositario de la confianza popular; el Gobierno, a su vez, se ve impulsado por circunstancias objetivas a superar la estricta óptica partidista, a utilizar un lenguaje y unos módulos de comportamiento que trascienden de los que son propios del colectivo del partido, y a intentar incidir en la ciudadanía a través de mensajes y realizaciones que resultan de difícil encuadre en un esquema riguroso de agrupación, política, ya que la labor ejecutiva y administrativa tiene unas exigencias propias que se, mueven en áreas distintas de las que caracterizan la acción de los partidos. Enlazar y prestar unidad y coherencia a ambas realidades es una tarea compleja, que, sin embargo, resulta imprescindible, pues el mecanismo sólo funciona adecuadamente en el supuesto de que consiga unos niveles de equilibrio razonables, ya que la excesiva decantación a favor de una u otra supone indefectiblemente a medio plazo la crisis y la quiebra.

En efecto, si es el partido el que asume claro protagonismo y somete al Gobierno a sus dictados y al estricto control de actuación, la labor gubernamental se resiente de excesiva politicidad, las interferencias en las tareas ejecutivas dan lugar a colisiones, y chispazos y a los ojos del ciudadano medio se ha producido una dejación de responsabilidades por parte del órgano ejecutor.

Por el contrario, si el Gobierno se desentiende del partido y hace caso omiso de sus planteamientos y requisitos se está, minando el terreno bajo sus pies, queda desprotegido frente a los ataques de los adversarios y propicia la imagen de que ha obturado uno de los canales de comunicación que en el sistema democrático deben permanecer en todo momento libres y expeditos: la posibilidad de que el pueblo participe en la tarea política a través de los partidos, y en particular, por medio del partido ganador.

Las tensiones internas

Como se ve, el asunto es delicado y complejo. Conseguir que el partido se sienta compenetrado con la tarea de gobierno y suministre el combustible vital para su marcha, pero sin intentar convertirse en su tutor y guía, y alcanzar al mismo tiempo un nivel de actuación. gubernamental que cuente con el partido a la hora de adoptar resoluciones importantes y se apoye en él, pero sin intentar aplastar lo bajo su peso y poderío, es algo que requiere mucha ponderación, exquisito tacto y gran altura política en quienes ejerzan responsabilidades en uno y otro sector. A menudo se tiende a pensar que el problema puede obviarse mediante la sencilla fórmula de que la jefatura del partido y la jefatura del Gobierno correspondan a una misma persona; la experiencia demuestra que el mecanismo no funciona, pues, por la fuerza misma de las cosas y las exigencias de las tareas asumidas, la responsabilidad gubernamental termina por imponerse a los cometidos partidistas y la dirección del partido tiende a convertirse indefectiblemente en un instrumento más con el que cuenta el presidente del Gobierno para realizar su función ejecutiva, circunstancia que de manera automática hace entrar en crisis a la organización política.A ello debe añadirse que, en todo caso y por obvias razones, en el seno del partido siempre se generan tensiones con la estructura gubernamental por celos personales, preferencias de unos miembros frente a otros a la hora de elegir titulares de cargos y porque se tiende a creer que los conductos de comunicación deben ser más francos y libres de lo que luego la realidad misma de las cosas permite. Encontrar el punto razonable de equilibrio resulta, pues, misión perentoria y difícil; el desiderátum debe consistir en intentar hallar una fórmula intermedia entre los dos extremos de partido del Gobierno y Gobierno del partido, que mantenga fluida la comunicación y recíproca influencia entre ambos, que impida el aumento del poder de uno sobre el otro, que delimite con, claridad sus respectivas esferas de actuación y que les haga ver y considerar que sin un partido vivo y autónomo no se pueden ganar las elecciones, pero también que sin un Gobierno libre de opresivos corsés internos e identificado con los intereses generales de la ciudadanía aquéllas se pierden de manera obligada.

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Como ha resaltado S. Neumann en relación a los partidos democráticos en general y, por tanto, también para el partido gubernamental, "el partido que en una democracia cumple las dos grandes funciones de organizar el caos de la voluntad popular y de educar al ciudadano en las responsabilidades políticas puede entonces aspirar a ejercer una tercera misión. convertirse en lazo de unión entre el Gobierno y, la opinión pública". Esta es una regla de oro que en ningún momento deberíamos olvidar ni postergar.

Angel Cristóbal Montes es profesor extraordinario de la Universidad de Zaragoza.

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