Una solución razonable para el Ateneo
ES DEPLORABLE que los problemas intemos del Ateneo Científico, Úterario y Artístico de Madrid, nacidos con las polémicas elecciones celebradas en enero de 1982 y agudizados durante las últimas semanas, puedan desembo.car en las comisarías de policía y en el juzgado de guardia. Así ocurrió anteayer tras el incidente protagonizado por Fernando Chueca, presidepíe de la institución, y el socio juan Cruz Cuenca. Las viejas tradiciones de tolerancia, diálogo y convivencia del edificio de la calle del Prado no deberían desaparecer por culpa de un conflicto en el que probablemente ninguna de las partes interesadas tiene,el monopolio de la razón. Resulta difícil creer que no existan, tanto en la junta de gobierno como en el colectivo discrepante, personas con sensatez suficiente para desbloquear ese auténtico callejón sin salida al que la obcecación de Fernando Chueca, por un lado, y el asambleísmo antirreglamentario de un grupo de socios, por otro, ha conducido al Ateneo.Como se recordará, Fernando Chueca fue designado en su día por Ricardo de la Cierva -por entonces minis tro de Cultura del Gobierno Suárez"- para presidir la junta gestora del Ateneo y preparar la devolución, a los socios de la histórica entidad, incautada y secuestrada por el Estado durante el régimen franquista, El rector provisional del Ateneo decidió presentarse a las prímeras elecciones democráticas, a fin de que los socios ratificaran en s u persona la confianza anteriormente deposi tada por Ricardo de la Cierva. Fernando Chueca no tuvo, sin embargo, la elegancia de dimitir previamente de su cargo para garantizar el juego limpio y tampoco re nunció a utilizar durante su campaña electoral los resortes de poder que el ejercicio de la presidencia de la junta gestora le proporcionaba. La circunstancia de que Fernando Chueca hubiera sido presidente del partido liberal fundado por Ignacio Camuñas y senador de UCD por Toledo en las Cortes constituyentes hacía inevitable que su figura -a diferencia de los nombres de otros compañeros suyos de candidatura- quedara asociada con la política partidista. La presentación de una candidatura alternativa, integrada por Joaquín Ruiz-Giménez, Francisco Fernández Ordóñez, Miguel Boyer y José María Maraval, terminó de convertir al Ateneo en el inadecuado escenario de una batalla político-partidista.
La preparación de las elecciones al Ateneo -tal y como testimoniaron en su día dos ministros del nuevo. Gobierno y el actual defensor del pueblo- estuvo rodeada de marrullerías tan impropias de una institución cultural como la masiva inscripción de nuevos socios con el exclusivo objetivo de obtener,el derecho de voto. Al parecer, las dos candidaturas incurrieron en esa lamentable triquiñuela, que hubiera podido desembocar, llevando hasta el absurdo la lógica de los rnuftidores, en el alta de decenas de miles de militantes de, UCD o del PSOE como m iembros del Ateneo. En cualquier caso, las responsabilidades atribuible s a la junta gestora presidida por Fernando Chueca, que hubiera p odido exigir una antigüedad mínima para ejercer el derecho de voto y que prodigó las inscripciones de última hora que le resultaban favorables, fueron bastante mayores que las de sus adversarios.
Como consecuencia de la crispación de la campaña electoral y de la ártificiosa inflación del censo, la lista encabezada por Joaquín Ruiz-Giménez desistió de con currir a las urnas. La candidatura de Fernando Chueca se.presentó en solitario a las elecciones y obtuvo el voto de 1.075 de los 4.800 socios registrados. La legalidad for malmente indiscutible de su victoria quedó empañada, así pues, por,las irregularidades o indelicadezas de las altas de última hora y por el elevado índice de abstención -nada menos que el 77%- en,los comicios. Aunque una parte de la nueva junta se esforzó por cerrar las hed das abiertas durante el conflicto electoraljos incidentes producidos en una asamblea celebrada el pasado 19 de enero, que desembocaron en la antirreglamentaria pro clamación de una irregular junta gestora, demostraron el enconamiento del conflicto. En esta situación, enorme mente crispada, no parece que Fernando Chueca haya estado a la altura del papel arbitral y moderador que su condición de presidente le exigía, porque mal puede con tribuir al entendimiento entre los socios su dura descali ficación de los discrepantes, descritos como "revoltosos que se creen dueños del Ateneo simplemente por pasar muchas horas del día en su edificio"; "náufragos de la sociedad... que deambulan -por los' pasillos, se apoltro nan en los sillones o consumen en el bar",y gentes a quienes "en realidad les atrae del Ateneo su calefacción. Porque estos revoltosos y náufragos son, guste o no guste a su presidente los usuarios del Ateneo que contribuye ron a mantener las tradiciones de esa institución durante el anterior régimen. El Ateneo ha vuelto a ser una asociación privada que,en teoría, pertenece a los aproximadamente 5.000 socios que la componen. Hay, sin embargo, algunas dificultades prácticas -para adecuar las fórmulas jurídicas a la realidad institucional. De una parte, el Ministerio de Cultura aporta a fondo perdido una parte sustancial -unos 35 millones de pesetas- de los ingresos de la sociedad. De otra resultaría dificil aceptar la hipótesis extrema de que los socios tuvieran legitimidad suficiente para enajenar ef edificio, las instalaciones y la biblioteca del Ateneo y repartirse el importe de la venta entre ellos. El llamamiento a la buena voluntad y al sentido común, a fin de buscar soluciones razonables a un conflicto cuyo enconamiento tendría consecuencias incalculables, parece obligado. Se impone el diálogo entre la junta elegida a principios de 1982 y los socios descontentos. El actual presidente de la entidad tal vez debiera reflexionar, dej ando a un lado la vanidad herida y el principio de autoridad, sobre la posibilidad de que su voluntaria y generosa dimisión en favor de alguno de sus compañeros de mesa facilitará esa salida necesariamente negociada que la complicáda situación exige. El nombre de Fernando Chueca sonó como presidente de esa Unión Liberal que el diputado Pedro Schwartz desea organizar para fortalecer las- candidaturas de Alianza Popular. El Ateneo, sin embargo, debería ser mantenido al margen de la lucha partidista, que tiene un amplísimo campo para desplegarse sin necesidad de interferir en e sos lugares de encuentro, estudio, diálogo y debate que son las instituciones culturales. La celebración de unas nuevas elecciones que designaran una junta de integración en la que no figuraran políticos profesionales ni di rigentes de partidos sólo podría disgustar a quienes pretendan utilizar el actual conflicto como combustible para la política a secas.
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