Conmoción en Washington por la victoria de los Pieles Rojas en fútbol americano
Los Pieles Rojas de Washington ganaron la Super Bowl de fútbol americano a los Delfines de Miami por veintisiete puntos a diecisiete. Tal es la noticia que convulsionó a la tranquila capital de Estados Unidos, donde la gente comenta la histórica victoria, la primera en cuarenta años para el equipo local. No interesa ni la presentación del nuevo presupuesto al Congreso, ni las negociaciones sobre armamento, ni la reducción de los beneficios sociales. Hoy, el nombre en Washington no es Reagan. Es Riggins.
John Riggins, uno de los jugadores más célebres del equipo de fútbol americano de los Pieles Rojas, fue quien dio el giro al partido, cuando a los diez minutos del final consiguió siete puntos en una extraordinaria jugada. Fue en ese momento cuando en los bares de Washington la gente lanzó gritos de alegría por la victoria de los Pieles Rojas. Al final del partido, miles de personas bloquearon las calles del barrio de Georgetown en una explosión popular de alegría. Hoy, martes, el equipo triunfador desfilará por la avenida de Pennsylvania como los héroes nacionales. Como lo hacen los presidentes cuando llegan al poder, o como cuando los norteamericanos recibieron a los 52 rehenes detenidos durante 444 días en Irán.Decenas de hombres, blancos y negros, ataviados con plumas de jefes indios, símbolo de los Pieles Rojas, dieron color a la fiesta popular en honor del equipo de fútbol. Blancos y negros se fundieron en inesperados abrazos de fraternidad inspirada por el fútbol. Los Pieles Rojas fueron motivo de inesperada -y momentánea- integración racial.
44.000 pesetas por una entrada
Go, Redkins, go (adelante, pieles rojas, adelante), fue la consigna de la noche triunfal, como dando moral para futuras victorias. Los Pieles Rojas vencieron en ocho de los nueve partidos jugados antes de llegar a la final de la Super Bowl, en una Liga de fútbol americano más corta de lo normal, debido a los 57 días de huelga que marcaron el inicio.El partido de la Super Bowl se jugó en terreno neutral, en el estadio de Pasadena, en las cercanías de Los Angeles (California). 101.924 espectadores llegaron a pagar hasta 350 dólares en la reventa por una localidad (unas 44.000 pesetas), mientras millones de telespectadores siguieron durante tres horas los avatares del partido entre los Pieles Rojas de Washington y los Delfines de Miami La entrada costaba oficialmente 139 dólares, unas 18.000 pesetas.
Una transmisión televisada, exclusiva de la cadena NBC, donde cada anuncio de treinta segundos costaba la friolera de 75 millones de pesetas, y pasaron unos cuarenta. A mitad del partido, los organizadores de la fiesta en el estadio de la Rose Bowl montaron un kaleido-superscope, donde por vez primera en la historia los espectadores se unieron con paraguas y telas coloreadas a los 12.000 escolares que escenificaban un kaleidoscopio en el centro del terreno de juego. Posiblemente fue un ensayo general para el espectáculo de apertura de los Juegos Olímpicos de 1984 en Los Angeles.
La Super Bowl, en su edición 27ª, no dejó insensible a nadie durante la jornada del domingo pasado en Estados Unidos. Ni siquiera a los políticos. El secretario de Estado, George Shultz, seguidor de los Pieles Rojas, siguió el partido, vía satélite, desde Tokio. El presidente Ronald Reagan fue el primero en felicitar al entrenador de los Pieles Rojas, Joe Gibbs, pidiéndole ayuda para que pueda ganar la partida al Congreso en materia de discusión del presupuesto.
¿Cuál es el secreto para la victoria de los Pieles Rojas? Posiblemente radique en las célebres costillas del restaurador favorito del equipo, Sam Legard. Hombre que no dudó en recorrer los 5.000 kilómetros que separan Washington de Pasadena, para trasladar la monumental parrilla de su restaurante, y cocinar el plato favorito, elixir de la victoria, de los Pieles Rojas.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.