Areilza: "He querido demostrar que los españoles pueden ser europeos de relieve"
Con un discurso sobre el futuro de la unidad europea, José María de Areilza, presidente de la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa, se despedía como tal de los 175 parlamentarios que representan en Estrasburgo a los veintiún países miembros. Aunque continuará al frente de la Asamblea hasta el período de sesiones de primavera, el no haber alcanzado acta de parlamentario en las elecciones del 28 de octubre de 1982 le impide presentarse en mayo a la reelección, que tenía prácticamente asegurada. Areilza recibió también la medalla de oro de la Fundación Stresemann "para personalidades de muy alto mérito europeo".
ENVIADO ESPECIALEl lunes 24 de enero, por la tarde, en Estrasburgo, el ex-ministro de Asuntos Exteriores y ex-diputado al Congreso, José María de Areilza, conde de Motrico, escuchaba con íntima satisfacción, desde su sillón preferente del hemiciclo, los elogios que iban vertiendo sobre su persona los portavoces de los cuatro grupos parlamentarios representados en el Palacio de Europa: "El gran presidente que usted ha sido, que aún es, y que será en el futuro en nuestras mentes ...... "Ningún presidente ha sido tan apreciado como usted". "Usted nos ha abierto un camino y ahora tenemos que hacer una política que no nos separe del mismo". "Usted ha elevado la credibilidad del Consejo", etcétera.
Solo unos meses antes, en septiembre, había llegado Areilza al cenit cuando François Mitterrand, presidente de la República de Francia decía en este mismo escenario: "No estamos únicamente ante un hombre de estado español, sino ante uno de los principales hombres de estado europeos".
Cuatro días más tarde, el viernes de esta semana que termina, después de recibir en la sede del Consejo de Europa al presidente de la República Federal de Alemania, Areilza inscribía su nombre junto a los de Joseph Luns, Amintore Fanfani, Eduard Heath, Leo Tindemans y Louise Weis, al serle impuesta en Maguncia la medalla de oro de la Fundación Stresemann que se concede sin periocidad fija a "personalidades de muy alto mérito para Europa". Canciller alemán en 1923 y luego ministro de Exteriores de su país, Gustav Stresemann dedicó gran parte de su vida a luchar por la unidad de Europa. Solo seis personalidades tienen ahora esta medalla.
En los pasillos y en los despachos de la sede del Palacio de Europa de Estrasburgo, donde trabajan normalmente ochocientos funcionarios y donde tienen despachos los parlamentarios hay una cierta sorpresa por el hecho de que el Gobierno español no haya intentado buscar alguna fórmula si es que la hay, que permitiese a Areilza optar a la reelección y circula una anécdota reveladora.
Thomas Erwun, laborista británico, uno de los probables sucesores, hoy en la Cámara de los Comunes, había decidido no presentarse a estas elecciones del Consejo de Europa si la primera ministra Margareth Thatcher disolvía el Parlamento de su país y convocaba comicios. Por la razón que fuese, Erwun, también con prestigio en Estrarburgo, no tenía intención de concurrir ante las urnas en Gran Bretaña y renunciaba así a la posibilidad de ostentar una de las principales presidencias europeas. Se le insinuó que, a propuesta del Gobierno, la Reina Isabel II le nombraría par (título de nobleza vitalicio equiparable a senador o miembro de la Cámara de los Lores) lo que le posibilitaría sentarse en el lugar que hoy ocupa Areilza si alcanzase la mayoría.
El circunloquio histórico
La tarde del día anterior a la apertura del periodo de sesiones, en la cafetería de un céntrico hotel situado junto a la iglesia de San Pedro el Joven, José María de Areilza confesaba que le producía una cierta melancolía dejar la presidencia de la Asamblea, y, descansando la vista a través de las cristaleras en la bruma que cubría ese domingo esta vieja y bella ciudad centrocuropea construida a orillas del Rhin, se quejaba de lo poco que se había valorado en España que un ciudadano del país presidiese uno de los organismos políticos más importantes del viejo continente."Yo he pretendido dar la sensación, como decía Madariaga, de que los españoles también pueden convertirse en europeos de relieve eminentes. Y no lo digo por mí, sino por Madariaga. He leído un discurso que aquí han entendido, porque en mí ven a uno de los de sus países que hablara de estos temas. Pero en España les interesa más la política local, la pequeña política de navajeo, partidista", piensa Areilza.
Y hecha mano del circunloquio histórico para justificar el argumento anterior. "España está encerrada en sí misma desde la Guerra de la Indepen4ecia, después de haber dominado el mundo en los trescientos años anteriores. Desde la derrota de Trafalgar y la pérdida del imperio africano, empezó a buscarse una continua querella interior, que fueron las guerras civiles, y la sensibilidad exterior quedé seca". Citando a Cánovas, Ramón y Cajal, Costa, Romanones y Maura, despacha una breve lección histórica sobre política internacional para preguntase qué se puede esperar de un país que ante los comicios de febrero de 1936, por ejemplo, seguía mirándose el ombligo cuando estaba en las puertas de la guerra civil y de la segunda guerra mundial. "Pues ninguno de los ocho líderes principales empleó siquiera cinco minutos para hablar de política exterior. A Salvador de Madariaga (hoy tiene un busto inaugurado por el Rey Juan Carlos en 1978 en la segunda planta del Palacio de Europa) le llamaban el extranjero... A un hombre que hablaba con acento gallego".
"Las claves de mi vida"
"Cuando se mire en perspectiva mi carrera política se verá que es ascendente hasta llegar a este puesto, pero yo nunca me propuse este camino. He aceptado la derrota parlamentaria en España, pero no por eso voy a dar un portazo y despedirme como los toreros cortándome la coleta en la plaza de Estrasburgo", reflexiona este español de 74 años, que asegura que su vocación europeista nació cuando tenía diez y ya había leído el primer libro de Ortega y Gasset."Fui precoz en esto. A los dieciseis conocía los libros del 98. Estaba con Marañón que empezaba, con Unamuno que terminaba y con Ortega entonces en su plenitud. Mi madre tuvo la intuición de que había que estudiar idiomas y a los veintitantos yo ya había visto Francia, Alemania, Gran Bretaña, Italia. Durante la guerra opté por la Monarquía por los grandes principios de incoherencia en los planteamientos de la República".
Alcalde de Bilbao durante la contienda, -"la extrema derecha me critica por ello, cuando creo que tendría que ser al revés"- fue subsecretario de Industria en el primer Gobierno de postguerra. Lequerica le destinó a Buenos Aires para conseguir créditos alimentarios baratos; Martín Artajo a Washington para buscar las contrapartidas económicas a los acuerdos bilaterasles y Castiella a París para abrir las puertas de España a Europa, aunque solo consiguió que De Gaulle dejase sus reticencias hacia España (era la época del alzamiento de Argelia). "Hasta que en 1964, después de quince años, me di cuenta de que no podía hacer nada más. Había que cambiar las estructuras del régimen. Así que le envié una carta al general Franco presentándole la dimisión".
Pasa por la secretaría de Don Juan de Borbón, padre del Rey, y en 1975, a la muerte de Franco, es durante seis meses ministro de Asuntos Extreriores. "Yo dije entonces que había que hacer una derecha civilizada, que luego se convirtió en el Partido Popular. Esa opción la requisó Suárez ante las elecciones de 1977, lo que me impidió por pudor político presentarme, porque el entonces presidente del Gobierno se estaba cargando esa filosofía. No le guardo rencor por ello, porque en política no cabe el rencor. Fundé entonces el Partido Liberal para tener una mínima plataforma política y en 1979 intenté entrar en UCI). Me dijeron que no y pasé a la Coalición Democrática. Salí elegido diputado. Luego, en 1982, abandoné la coalición con Fraga porque había demasiadas cosas que nos separaban, especialmente en política exterior y entonces el presidente del Gobierno me invitó a concurrir con UCD".
"Sabía que eran muy pocas las posibilidades de salir elegido porque UCD estaba en plan de voladura controlada, destruida entre sí, pero me presenté porque creí que como presidente de la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa tenía esa obligación moral", concluye este hombre que confiesa que junto con Ortega, los pensadores que influyeron en su vida paulatinamente fueron Ledesma Ramos ("excesivamente dogmático, pero un buen analista político"), José Antonio ("brillante, genuinamente un gran señor, aunque demasiado influido"), Azaña ("como escritor político, no como político"), De Gaulle ("el más importante, el más lúcido"), Kennedy ("el que tenía más esperanza de futuro") y Mitterrand ("la cabeza más sólida del socialismo europeo").
Durante toda la semana, en su parco y funcional despacho de presidente de la Asamblea, presidido por una enorme bandera del Consejo de Europa (azul, con doce estrellas de cinco puntas en círculo), un despacho de puertas abiertas situado en el primer piso del Palacio de Europa, Areilza aprovechó los ratos perdidos del agobiante programa de sesiones de invierno para dar lo últimos retoques a lo que va a ser la culminación de su aventura europeista: La Conferencia de Estrasburgo, que se celebrará en octubre y a la que solo podrá asistir como invitado de honor, que será uno de los grandes acontecimientos europeos.
Después, Areilza pretende escribir uno o varios libros bajo el epígrafe de Mirando a Europa, que recogerá su experiencia de estos dos años y sobre todo los viajes oficiales que hizo a trece países del continente.
"Tengo el material de primera mano a nivel individual más importante de toda España", dice. Tiene intención de pronunciar conferencias sobre el tema y de asomarse, como lo viene haciendo ya, cada semana a los periódicos más importantes. "Como no tengo ambición política, creo que podré ser escuchado por todos. Y como no estoy encasillado creo que podré escribir en los periódicos sin levantar sospechas".
Ante el vaso de whisky que no ha tocado en toda la conversación, habla de la melancolía que le invadirá cuando se aleje definitivamente de Estrasburgo, "la ciudad guardiana de las libertades", y como regresará a España "como uno más, lleno de experiencia y con ideas y propósitos en la mochila para compartir con mis conciudadanos".
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.