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Tribuna:GENTE DE LA CALLE
Tribuna
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Contestador automático

El teléfono es la comunicación inmediata con el exterior, es la entrada en casa de alguien que no necesita romper la puerta, ni siquiera llamar a ella. Levantas el aparato y entra la voz, y con ella, la personalidad del amigo o del desconocido que ha tenido interés en penetrar en ese santuario que es tu casa.He dicho "ha tenido interés" porque en la inmensa mayoría de los casos quien llama es quien te necesita, y no al contrario. Nadie marca un número de teléfono para ofrecerte un favor, sino para pedirlo, de forma que eso podría permitir hacer caso omiso del timbre telefónico si no fuera porque, muchas veces, el favor que les urge representa a su vez un favor que te hacen, al existir la costumbre de remunerar de forma tangible el esfuerzo que te solicitan.

La llamada del teléfono tiene siempre mucho de suspenso; ese amigo o enemigo, familiar o extraño, ¿van a distraerte con su conversación o a darte la ¡ata? ¿Hablarán de uno, que es lo que nos gusta, o nos contarán de ellos, que en general no nos importa nada? La puerta, al menos, tiene una mirilla y, de acuerdo con lo que se ve por ella, uno puede decidirse a abrir o a alejarse de puntillas, dejando que el intruso pierda la paciencia y se marche. Pero la llamada telefónica se ha colado directamente al salón o al despacho. Ponerse al aparato es abrir de par en par esa puerta y enfrentarse con lo desconocido, que, insisto, tiene muy pocas posibilidades de que nos interese excesivamente.

Hay que crear, pues, una mirilla sonora que nos permita la identificación; antes se llamaba sencillamente la chica de servicio, a quien teníamos bien entrenada para decir que "no sabía si estaba el señor", mentira ahora sustituida por ese invento que se llama contestador automático, aunque sea aparato que, de entrada, resulte algo siniestro. Yo recuerdo que la primera vez que me enfrenté verbalmente con él me llevó al borde de la desesperación. Uno había crecido en la tradición de que hablar era comunicarse con alguien, y si no era posible verle, era al menos posible entenderle, oírle y que nos oyera. Y de pronto, una máquina monstruosa, voz sin cuerpo, decía en forma monocorde: "Esta es la casa de don Fulano de Tal, que está ausente; si quiere dejar algún mensaje, hágalo después de oír la señal...", y yo me negaba a ser contestado por un robot y le suplicaba que me escuchara un momento, que llamara a Fulano de Tal, y la voz, en lugar de cambiar de tono y decirme que tenía razón, callaba para que sonase el pitido de principio del mensaje y luego tenía el recochineo de volver a decirme que "aquella era la casa de don Fulano de Tal, y que estaba ausente, y que si quería...", etcétera, etcétera. Entonces yo me dedicaba a gritar y a insultarle antes de que tocase el pito, porque mi irritación era para con el desalmado (nunca mejor dicho) monstruo que hablaba sin hacerme caso.

Luego me acostumbré y, como todos los enemigos del progreso, he acabado por instalar el contestador automático, porque ahora los inconvenientes son para quienes me llaman. El contestador me matiza, filtra, selecciona, precisa entre la multitud de gente, distinguiendo entre los que quieren venderme una enciclopedia a cómodos plazos mensuales y los amigos cuya voz me encanta oír. Es una gozada volver a casa, darle a unos botones y que empiecen a desfilar los mensajes como una hilera de personas esperando, sin una queja, a que se les autorice a hablar.

Incluso se les puede hacer que repitan lo que han dicho, y dicen siempre lo mismo, cosa que no ocurre nunca en la vida real, donde se oyen varias versiones de la misma boca en cuanto pasan diez minutos. También hay tipos que reaccionan iracundos como yo hacía, y otros, más paletos todavía, que al oír el mensaje guardan un momento de silencio, sueltan un ¡coño! de incertidumbre y acaban colgando sin hablar.

En realidad, el contestador automático no contesta; lo único que hace es almacenar datos, pero sin resolver ninguno. Yo espero alcanzar durante mi vida terrenal el contestador que lo sea de verdad. El que, después de escuchar la petición del amigo y tras otro pitido, responda que, consultada la agenda, estaré encantado de comer con él el día 15 a las 14.30 horas o que, vistas las cosas que tengo pendientes, podrán recogerme el artículo que me piden pasado mañana.

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