La voluntad de vivir
Ha muerto Plácido Fernández Viagas. Un hombre es el soporte de una biografía, alguien de quien se dice que nació un día, que murió otro y que, entre tanto, hizo cosas. Los datos de la vida visible y pública de Plácido son aproximadamente éstos:Nació en 1924. Ingresó con veinte años en el Cuerpo de Jueces Comarcales y Municipales. Posteriormente ingresó en la carrera judicial. Destinos: Villa Nador, La Palma, Huelva -donde asciende a magistrado-, Cádiz, Tenerife y Sevilla, en la Sala de lo Contencioso-Administrativo. Miembro de Justicia Democrática, fue expedientado en 1976. Es elegido senador por el PSOE en las elecciones de junio de 1977. Renueva su acta de senador en la siguiente legislatura. Es elegido presidente de la Junta de Andalucía en 1978. En 1979 cesa de esas actividades y reingresa en la carrera judicial, ocupando destinos en Madrid y Sevilla en el Juzgado de Instrucción número 8. Es elegido vocal del Consejo General del Poder Judicial por designación parlamentaria en 1980. Posteriormente, en el mismo año, es designado por el Consejo como magistrado del Tribunal Constitucional.
Además, y no secundariamente, sino ocupando el ocio profesional con lo que quizá fuese su más profunda vocación, escribía, dirigía representaciones teatrales y cumplía con entusiasmo contagioso una función espontánea de animador cultural.
Pero un hombre no es sólo eso, sino un ser misterioso y evanescente que un día, una noche, desaparece y se convierte en cosa muerta. No me interesa ahora recordar lo que Plácido hizo. Es relativamente fácil dejar constancia elogiosa y fría de su actividad como juez, como socialista, como luchador contra. la dictadura y en favor de libertades iguales para todos. Con ser esto muy importante y sin entrar a valorar siquiera su personalidad como marido (el hombre de Elisa) y como padre, hay algo más fuerte que todo eso, que se impone por encima de sus actividades. Me refiero a su patética lucha por vivir trabajando y luchando conscientemente, día a día, contra una muerte cierta, cercana y conocida.
En estos dos años últimos, quienes hemos vivido y trabajado día a día con Plácido hemos asistido a su pelea callada contra el dolor físico, contra la enfermedad con nombre terrible, contra la muerte, en fin. Plácido, desde que conoció el nombre y la realidad de su enfermedad, no se amilanó y decidió vivir trabajando como si no pasara nada. Todo "como si" es engañoso y, a la postre, dramático. Plácido tenía una tremenda voluntad de vivir y de ahí sacaba fuerzas para estudiar, para escribir, para debatir con apasionamiento cada problema. Su pasión de vivir lo ha mantenido en pie, aunque a veces cerrara los ojos en plena discusión de una sentencia no para dormitar, sino para superar el mareo y para ahogar el dolor. Ha querido, y lo ha conseguido, ser útil hasta el final, trabajar hasta su última mañana.
Cuando, dentro de pocas horas, Elisa cumpla una vez más su voluntad y arroje sus cenizas al Guadalquivir, en el mundo habrá un hombre menos y en Sevilla un poco más de misterio. Pero quienes hemos conocido y querido a Plácido lo haremos vivir mientras vivamos, porque los muertos viven en la memoria de los vivos.
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