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Hallados en el bosque

Tiempo ha que los intelectuales y profesionales al lado-cenantes no nos encontramos codo a codo en la trinchera solidaria del filete para poner nuestros problemas sobre el mantel o defendemos, a tenedor calado, de los asaltos de los poderes públicos y fácticos. La última vez, que se recuerde, fue hace más de un año, cuando se cenó en el restaurante Biarritz, con Castedo y por Vinader, depuesto el uno como director del ente, para poner en su lugar a un antiguo censor, y procesado el otro por una interpretación grouchomarxiana de la ley que dice que el causante de un escrito es causa del efecto a todos los efectos.Con anterioridad, se nos habían acumulado en poco tiempo las últimas cenas en El Bosque, contra Franco casi resurrecto. ¿Que a Miguel Angel Aguilar le procesaban por la vía militar por ejercer de Cassandra de mal agüero al denunciar que unos guerreros, procedentes de la noche de los tiempos, se aprestaban a pegarle fuego al templo democrático, cosa que luego intentarían Tejeróstrato y los Almendros? Pues a darle de cenar, para que al menos lo que viniera le cogiera con el estómago lleno. ¿Que a Juan Luis Cebrián le elegían director del año internacional en un contubernio extranjero, mientras los epígonos togados del TOP le condenaban por desacato dentro? Pues se cenaba con él y todos tan contentos. Y también en El Bosque cenábamos con Otero, Ibarra, Lago, Reinlein, Herreros, Domínguez, Fortes, Consuegra y Valero, los nueve guerrilleros de la democracia expulsados del Ejército; con Chamorro ("un beau petit diable á la fleur de I'âge, la langue légère e I'oeil polisson") y los jueces y fiscales de una Justicia Democrática antes de tiempo; con Castells, Sacristán, Castilla del Pino, Sánchez Mazas y Vidal Beneyto, los catedráticos in pectore vetados por un consejo de rectores no tan recto, que antes expulsó a Aranguren, García Calvo, Aguilar Navarro, Montero y Tierno.

Y, remontándonos hacia atrás, nos vemos las huestes del no nos callaráiz defendiendo una cabeza de puente en Ondarreta, donde también dimos, otra noche transitiva, la bienvenida al mundo libre, pero menos, a Nicolás Sartorius, recién salvado del infierno; y otra vez en El Bosque, lanzando la operación de salvamento de Cuadernos, la Capilla Sixtina de don Joaquín amenazada de derrumbamiento, en una cena que, como la del rey Baltasar, acabo en cenotaflo, pues "que nunca alcanzan las obras / donde llegan los deseos"; o cuando sacamos de su soledad interior al viejo profesor, de gongorinas lágrimas "los tiernos ojos llenos", para escuchar su comedido verbo; o reunidos en homenaje a Milagros Valdés, acusada de corromper a la juventud televisiva con sus cuentos...

Y, ya puestos, ¿cómo no recordar aquellos,, tiempos alboreales de la era cenozoica, cuando cenábamos contra Franco, pero

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Fernando Castelló es periodista.

Hallados en el bosque

Viene de la página 11con Franco todavía en su puesto bajo los luceros? Eran tiempos en que reunirse para romper a coro el gran brahma del silencio tenía el precio de un -cubierto quitamiedos que nos permitía ponernos bajo techo y cambiar por el disfraz de alumnos ursulinos con flores a María el de enclenques futbolistas domingueros (porque más de una vez celebramos asambleas a cielo abierto en el campirri, la tortilla y el balón a mano por si la madrastra nos pillaba jodiendo con el guardabosques, pues reunirse más de tres era un grupo subversivo, y más de veinte un contubernio).

Cada vez que el ogro adormecido rebullía en su asiento, los enanos infiltrados en su reino corríamos a El Bosque a deliberar, convocados por el poder de movilización del solomillo; o arribábamos los náufragos de la Medusa democrática al Biarritz para, desde los escollos tenaces del filete, desahogarnos y aguantar los embates horacianos del Tirreno; o realizábamos edípicas partidas cenegéticas a Casa Franco, paradójicas incursiones a La Cruzada, cual sarracenos, alternativas reuniones en La Estrecha, que tenía manga ancha; conspiraciones en Casa Pepe, so capa de consejos de redacción de Cuadernos.

Eran cenas de menú carpantagruélico, a base de entremeses mortadelos, huevos ilustrados, ternera en nuestro jugo y helado tres sustos (como decía algún gracioso: porque desde la primera bola ya empezaban los discursos con mensaje entreverado, se pasaba a la firma el escrito de protesta que nadie se atrevia a encabezarlo o irrumpían por la puerta los poderes todavía no fácticos).

Vistas hoy, desde el túnel acelerado del tiempo, cabe preguntarse si tantas cenas sirvieron para algo más que para sacar la tripa de mal año y sacar lo comido por lo pagado. Si no fueron más bien tristes banquetes donde, como en el de Agatón, nos encontrábamos, para perdernos en platónicos diálogos, o, como en casa de Trimalción, terminar flagelándonos las carnes con ramitas de mirto florecido, tras buscar vanamente el papafigo dentro del falso huevo. Si aquellos colectivos de autodigestión itinerantes no sirvieron solamente para cavarnos la úlcera con los dientes, en una mano la pala y en la otra el tenedor. Si, a la postre, aunque la guerra se ganase al final en otros frentes, aquellas batallas reñidas con molar ahínco no se perdieron. Si no se nos puso para siempre cara y cuerpo de estoicos zenones, cenobitas y epicenos.

Pero el caso es que ya no cenamos los buenos con los buenos. Lo Sual es malo, por un lado, y, por el otro, bueno. Porque significa que ahora comemos apenas de nuestra sombra, acompañados o en insolidarios cenáculos tertulianos; pero, también, que ya no somos gnomos perdidos en el bosque ni náufragos a la deriva en busca de asidero. Y, sin embargo, no sería mala idea, quizá, que volviéramos a juntamos los cenetes levantiscos en una última sentada cenatoria. Militares (sin el ex, para los amigos), magistrados, periodistas, catedráticos, profesores, escritores, artistas y otras gentes de la cultura y del trabajo, podríamos, una vez más, tocar a rebato y volver a congregarnos en El Bosque o en Biarritz (todo quedaría en familia en cualquiera de esos dos restaurantes hospitalarios, situados en la misma vieja calle Almansa donde el eco dijo ... ) todos juntos y revueltos. Así como antes nos perdíamos calle arriba calle abajo para encontrarnos, ahora nos encontraríamos para perdemos juntos en el pasado. Y si entonces lo hacíamos para llorar por algo, hoy sería para celebrarlo. Por ejemplo, para celebrar el cambio anunciado. Y, como el movimiento se demuestra también cenando, el menú podría ser, para cambiar, estrecho y largo, rematado con café y copa, pero sin apuro garantizado.

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