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El mapa político de Francia, a la espera de las elecciones municipales de marzo de 1983

La persistencia de la profunda crisis económica que azota al mundo, y por tanto a Francia, ha relegado a su segundo plano las luchas específicamente políticas en este país. Las promesas electorales del socialismo a la francesa que llevaron a François Mitterrand a la presidencia de la República han sido aparcadas o apenas interesan al gran público.

La oposición conservadora liberal, a su vez, desde que el Gobierno socialista ha aprendido el catecismo de las realidades del mando no tiene nada que ofrecer a los franceses. En el plano puramente político, las próximas elecciones municipales de 1983 pueden ser el inicio de una redefinición profunda del espectro democrático francés.Días pasados, el ex presidente de la República Valéry Giscard d'Estaing y el alcalde de París y líder del neogaullismo, Jacques Chirac, por primera vez desde su fracaso histórico en las elecciones de 1981, comieron juntos en un célebre restaurante de la capital. El ex presidente de la República dijo ayer que "la tarea más urgente de la oposición es ganar las elecciones municipales, concurriendo unida a las urnas".

La proximidad de los comicios municipales de marzo de 1983 aconsejaba a Giscard y a Chirac alardear públicamente de un pacto de no agresión. A más largo plazo, los dos hermanos enemigos que aspiran a reemplazar a Mitterrand en la presidencia de la República, con su reconciliación, pretenden distanciarse del estorbo que supone para ellos el tercer hombre, el ex primer ministro Raymond Barre, que concienzudamente, día a día, perfila su imagen presidenciable.

Esos comicios municipales, en efecto, han sido precedidos de una nueva división electoral elaborada por los socialistas, que está dando lugar a difíciles alianzas en el campo de la mayoría gobernante (socialistas y comunistas) y en el de la oposición. Los más finos analistas de este país ven en la reforma descentralizadora ( que afecta muy particularmente a las grandes aglomeraciones como París, Marsella y Lyon) una gran operación del Gobierno destinada a debilitar la implantación comunista y la chiraquista.

"El gran designio de Mitterrand a lo largo de su septenio consiste en reducir a su más mínima expresión al partido comunista y en recortar la influencia del neogaullismo. Así será posible en Francia, igual que en los demás países de Europa occidental, una alternancia normal, hasta ahora imposible como consecuencia del importante electorado comunista", explica un alto funcionario socialista.

"Aunque Raymond Barre no cuenta hoy con un partido que le apoye, si ese proyecto se desarrolla favorablemente, el ex primer ministro podría ser el hombre de recambio frente a los irreconciliables Chirac y Giscard", agrega.

Esta estrategia a largo plazo, real en estos mismos momentos, pero sin brillantez externa, es consecuencia de la parálisis forzada, en el terreno político, por las fundamentadas preocupaciones económicas socialistas.

El Gobierno, que durante su primer año de gestión jugó a cambiar el rumbo de Francia y del mundo con sus reformas, desde hace seis meses ha bloqueado los precios y los salarios, no garantiza a todos el poder adquisitivo y ha recortado sensiblemente la cobertura social. Frente a los nuevos socialistas, y a pesar del descontento y malestar de la opinión pública, la oposición conservadora, en secreto, reconoce que no lo haría ni mejor ni peor que el Gobierno actual.

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