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Reportaje:

Coladores, cazamariposas y redes sirvieron para pescar oro y diamantes que la riada arrancó de una joyería

En Andorra no había ayer domingo el bullicio y la animación que produce la peregrinación comercial de los miles de turistas que visitan, desde hace decenas de años, el Principado. Ayer, en Andorra no había ningún turista. El día era desapacible, pese a que los débiles rayos del sol intentaban abrirse paso entre las nubes; el cambio brusco de temperatura era preludio de una buena temporada de esquí. El silencio que sucede siempre a las grandes catástrofes era roto únicamente por la ingente labor de la retirada de los escombros.

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Ya no se escuchan ni las sirenas de los bomberos, ni la de las ambulancias, y, al mirar el cielo gris, poblado de nubes, no se divisa ninguno de los helicópteros que han servido estos días para evacuar a sus lugares de origen a centenares de españoles y franceses.Siete días después de las inundaciones que han arrasado este pequeño país, los andorranos, como buenos comerciantes, piensan únicamente en reconstruir sus comercios y volver de nuevo a trabajar. La gente del Principado empieza a despertar de un pesadilla que para ellos es, sin duda, la catástrofe más grande del siglo.

Todo empezó la tarde del domingo. Hacía dos días que llovía copiosamente, cosa frecuente en el Principado, quizás por eso nadie le dio importancia. Los más observadores, sin embargo, no entendían como el caudal del río Valira y del río Os era tan grande en comparación con el agua que había caído. Unos payeses del valle de l'Os dieron la primera alarma a las autoridades andorranas: desde diversos sitios se informaba que las fuentes naturales del Principado estaban manando con una presión inusual. Fuentes que, ni los más viejos del lugar recordaban que hubieran dado agua alguna vez, empezaron a gotear hasta convertir el Valira en un río mortal. Eran las 7,30 de la tarde.

A aquella misma hora los establecimientos de Andorra empezaban a cerrar sus puertas. Había sido uno de esos días festivos grises, típicos de una larga crisis económica. El Híper de Escaldes anunciaba por los altavoces en catalán: "Dentro de unos minutos cerraremos las puertas. Muchas gracias por su visita". Lo mismo hacían los almacenes Prisunic, Cornella, Escalé, Todo, la joyería Brillant d'Or y decenas de tiendas de todo centro de Andorra.

Siete kilómetros más abajo, en dirección hacia La Seu d'Urgell, el supermercado Mamut acababa de reponer todas las ventas, que había hecho durante el domingo. Dos camionetas llenas de género entraron en la inmensa nave del establecimiento, sin descargar. Sería la primera tarea del día siguiente. Las empleadas, la mayoría españolas, se quitaban las batas azules rápidamente, para regresar pronto a casa. Eran los instantes antes de la catástrofe.

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El río, dividido en dos

El Valira bajaba cada vez más lleno. De improviso, la tragedia. El río, conocido por todos los remeros de aguas bravas, se dividió en dos a la altura del Hotel París-Londres, situado en la parte más alta del tobogán que es la ciudad de Les Escaldes. Miles de litros abandonaron su cauce habitual y enfilaron con fuerza hacia la avenida Carlemany, la calle que atraviesa Escaldes de norte a sur.Decenas de coches saltaron por los aires. El agua los arrastraba con tal fuerza que se hacía difícil seguirles el curso ni siquiera con la mirada y sus dueños tenían que limitarse a ver cómo se perdían en la lejanía. En poco tiempo, las aguas alcanzaron la altura de un metro. Ya no quedaba ningún coche en la calle. El centro de Escaldes ofrecía un aspecto apocalíptico. Las aguas arrancaron de cuajo la caldera de la calefacción de los almacenes Prisunic, propiedad igual que los almacenes Pyrinées, de la familia Pérez, con más de quince mil litros de gasoil. Los establecimientos comerciales se empezaron a inundar, la presión del agua y los troncos ayudaban a destrozar las fachadas de los almacenes.

En el Hiper, por ejemplo, uno de los comercios más castigados por las inundaciones, el agua entraba por delante y por detrás, arrastrando todo lo que encontraba a su paso. En unos minutos las calles de Andorra se llenaron de quesos, radiocassettes, tabaco, botellas de whisky, cajas de galletas, latas de mantequilla y tantos otros productos de compra habitual en el Principado. Más de trescientos millones en género fueron arrastrados por las aguas, tan sólo en este establecimiento.

Lo mismo sucedió en los comercios colindantes. El agua empezó a inundar tiendas, sin discriminar a nadie. De los escaparates de la joyería Brillant d'Or salieron, en unos segundos, incontables objetos de oro y de diamantes. La picaresca hizo que se viera a muchas personas con los objetos más variados como coladores, cazamariposas y pequeñas redes intentando recoger alguno de estos objetos preciosos. Los turistas que se encontraban hospedados en el hotel Cornellá tuvieron que ser rescatados desde el tejado por una grúa ante el peligro evidente de desmoronamiento del edificio.

Simultáneamente, se veía descender por la avenida Carlemany cubas de gas, camiones repletos de gasolina y restos de los puentes que el río había arrancado a su paso. En la Massana explotó un depósito de gas provocando un muerto y varios heridos graves Los campings del Principado, situados en las orillas del río, resultaron arrasados. Las verdes praderas son ahora piedras y lodo.

Xuval, completamente anegado

El pueblo de Xuvall, con una población de unos cincuenta habitantes, quedó totalmente anegado Sus vecinos lo perdieron todo, literalmente abandonaron sus casas con lo puesto. Al día siguiente, Xuvall presentaba una de las imágenes más dantescas que los del lugar recuerdan haber visto nunca. Parecía un paisaje lunar, no había restos de vida animal, ni de vegetación. Resultaba difícil dar crédito a tanta desolación.El pánico se apoderó de Andorra. El Principado en unos minutos quedó sin luz, sin teléfono, sin agua, y aislado del exterior por carretera. La carretera que comunica Andorra con España se quebró en varios tramos, lo mismo sucedió con la que une el Principado con Francia por el Pas de la Casa.

A las 5 de la mañana, las aguas volvieron a su cauce, pero Andorra había quedado arrasada. En ocho horas se habían destrozado la labor de muchos años. Los Comuns, organismos de poder local, similares a las parroquias en Galicia, empezaron a organizarse con los primeros destellos de luz, del lunes, día 8. Había que establecer dos dispositivos con carácter de urgencia: dar cobijo a los que habían perdido sus hogares y prevenir los saqueos en los establecimientos comerciales, que ya se empezaban a detectar. En algunos comercios, los que no había destrozado el agua, sus dueños eran víctimas del pillaje. Decenas de personas resultarían detenidas.

La milicia popular vigilaba durante el día que la gente no acaparara los alimentos y que los comercios que no habían sido arrasados por las aguas no aumentaran el precio de los productos básicos. .Sólo se despachaba medio kilo de pan, un kilo de patatas y un kilo de fruta, por familia. No había alimentos frescos y los productos congelados se habían estropeado.

El Gobierno andorrano decretó el toque de queda en todo el Principado, a partir de las 9 de la noche. Miembros del somatén, armados con escopeta de caza, vigilaron que las bandas de facinerosos no actuaran a sus anchas. El somatén admitió en sus filas, por primera vez, a voluntarios no residentes en Andorra.

Desde diversos puntos se recibían noticias de gentes desaparecidas. Los cadáveres que se han encontrado, un total de nueve, no dan una idea real del número de víctimas que pueden haberse producido en el Principado. Según da tos obtenidos a través de testigos presenciales puede haber más de cuarenta muertos, cuyos cuerpos deben estar bajo las silenciosas aguas del pantano de Oliana.

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