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Tribuna:GENTE DE LA CALLE
Tribuna
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Limpieza en casa y fuera

Se lo repito a los extranjeros que deducen lógica (y; sin embargo; falsamente) tras lo que ven diariamente. "Los españoles no son tan descuidados en la higiene como parece".Sí, sí, ya sé que las aceras, los jardines, están llenos de colillas, papeles sucios, cáscaras y lo que haga falta. Pero en el pasillo de su casa no ocurre eso; en su domicilio, los suelos están impolutos; las cocinas, relucientes ... ; que ¿cómo puede compaginarse la limpieza casera con la bazofia callejera? Entonces me toca decir, tristemente, que al pueblo español es imposible pedirle lógica en sus acciones. No la ha tenido nunca y no va a empezar a tenerla ahora, después de tantos años...

La verdad es que incluso para el nacido en estos pagos, el misterio resulta tan grande como para cualquier visitante recién llegado. Conozco la mayor parte del mundo y no he visto en ninguna ciudad más papeleras situadas en las calles, a veces, a escasos metros una de otra.

Y, sin embargo, los españoles consiguen depositar los restos de su mantenimiento en el espacio que media entre ambas, e incluso al pie de cualquiera de ellas... Cuando paseaba a caballo por la Casa de Campo, el recuerdo de que era lunes me asaltaba al ver la increíble cantidad de basura que se había, depositado alrededor (alguna en el interior, por error probablemente) de una papelera pública.

El levantarse una familia tras el picnic significa, normalmente, dejar como rastro mefítico de su paso todos los recuerdos de lo que han devorado o bebido, incluidas, naturalmente, botellas vacías y a veces rotas, con el consiguiente peligro para el viandante de cortarse y para el bosque de incendiarse por el papel de lupa que el vidrio ejerce. Pero cualquier referencia a ese descuido familiar como norma diaria sería violentamente rechazada por la buena señora. "Sepa que en mi casa, caballero, se puede comer en el suelo. Yo tengo una obsesión por la limpieza...".Limpieza propia, claro, porque la ajena... Nunca como en esos casos, el castillo del individualismo español se muestra erizado de almenas y baluartes.

En cuanto se cruza el foso, el territorio que se encuentra es enemigo. Un intento de recordarle que ese jardín, esa plaza es también su casa al ser la de todos topará con una sonrisa irónica. ¿Qué dice ese loco? La calle es vagamente de los demás, y en último caso, de un ente lejano y abstracto que se llama Ayuntamiento. "Ayuntamiento", claro está, significa "ajuntamiento", reunión de todos, pero eso está muy lejos del ama de casa...

... O del amo; ese que distribuye las colillas de su cigarrillo en los pasillos de edificios públicos, a distancia más o menos equivalente entre dos ceniceros. Y en cuanto a la calle... a veces el fumador proyecta su colilla con el índice de su mano derecha apoyado en el pulgar. Esa operación que se acostumbra a realizar por entre las amenazadas piernas de los transeúntes, no obedece, como podría imaginarse, a desplazar el cigarro hacia un rincón donde sea menos visto u olido. No, sencillamente sirve para enviarlo graciosamente al otro lado de la acera. Eso, cuando su dueño no remata la jugada con un escupitajo que se desplaza en graciosa parábola, ante el estupor de los turistas. Ya conté en un libro que tuvo cierta popularidad lo difícil que me resulta explicar al extranjero el asombroso cartel de tantas iglesias españolas: "Por respeto a este lugar sagrado se ruega no escupir".

El caso más claro de esa disparidad entre lo propio y lo ajeno en cuestión de limpieza me lo contó un taxista de Madrid, a propósito del comentario de una pasajera que, acompañada por un niño, había subido al coche un poco antes que lo hiciera yo. El taxista se había quedado tan estupefacto que no pudo reaccionar antes de que abandonaran el coche. Lo ocurrido fue esto: El niño llevaba un cucurucho de patatas fritas en su mano y la madre, al entrar en el taxi, le urgió así: "Niño, cómete ahora las patatas fritas porque ya sabes que a papá no le gusta que le ensucies el coche".

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