Virtudes y vicios de las elecciones
¿Es verdaderamente libre el elector cuando elige una opción política mediante el voto? ¿No es de principio una limitación a la libertad que el elector sólo pueda escoger entre las opciones prefabricadas que se le ofrecen? ¿De qué modo influye la cosmetología, las artes del marketing, las motivaciones afectivas, la irracionalidad y el subconsciente en las decisiones del electorado? ¿Puede decirse, en definitiva, que a estas alturas del siglo XX y tras el desarrollo de las técnicas de comunicación de masas el procedimiento de elección de candidatos conduce a la configuración de una verdadera sociedad democrática? Estas y otras cuestiones, que constituyen hoy un tópico polémico en la ciencia política occidental, se analizan y debaten aquí por dos cualificados representantes de la politología y la comunicación social, respectivamente.
Elección o traición
Imaginemos un cuento. Eranse tres politólogos que, habiendo leído todos los libros, se reunieron un día para ejercer sus facultades en la crítica de una institución.. Preferentemente sobre una de las que el vulgo considera ingenuamente como garante de la libertad y que el especialista desmitifica como una especie de alienación. Aunque se sientan algo embarazados por esta decisión, apenas dudan y se ponen de acuerdo inmediatamente para ocuparse del objeto escogido. Pocas instituciones gozan de tal reputación como ésta en las sociedades liberales. Muy pocas han sido objeto de tantos elogios filosóficos y de descripciones empíricas. Decididos a abordar este tabú, nuestros protagonistas están seguros de no pasar desapercibidos. Sólo queda repartirse el trabajo. Se atribuyen habitualmente, dicen ellos, tres grandes funciones a las elecciones: la selección de los gobernantes, la opción de una política concreta y la legitimación del sistema político. Que cada uno de nosotros se encargue de cada una de ellas y prepare su requisitoria. Nos reuniremos a continuación para iniciar el proceso. El día fijado los tres procuradores se reunen y en su aire de satisfacción se adivina que todos ellos están persuadidos de ostentar una alta capacidad científica para la crítica. Para el primero," el carácter democrático de la selección de los gobernantes mediante la elección no resiste el menor examen. Sin duda, el elector escoge a sus representantes, pero no puede escoger sino aquello que se le ofrece. Es decir, se le invita a responder a una cuestión de cuya formulación se le ha sustraído. Debe escoger entre candidatos o entre partidos, sin poder intervenir sobre la selección de esos candidatos o las alianzas de esos partidos. ¿Se podría decir que un consumidor escoge libremente si no puede elegir mas que entre el candidato-pepsi y el candidato-coca? O peor aún, entre la peste y el cólera.Segunda crítica: El grupo de los elegidos representa al cuerpo electoral como un espejo deformante, políticamente trucado y, en consecuencia, la selección no es socialmente inocente. Los elegidos forman una casta que se recluta entre los titulares de los roles sociales dominantes (los hombres más que las mujeres, los viejos más que los jóvenes, los titulados universitarios antes que los que no tienen estudios, etc.). Esta casta tiene tendencia a profesionalizarse, sus miembros acumulan los cargos y se aferran a sus puestos durante decenas de años. Se convierten en verdaderos especialistas del juego electoral, capaces de ridiculizar a todo recién llegado. Y los recién llegados de calidad no son precisamente muchos, porque excepto los funcionarios, seguros de recuperar posteriormente su empleo, todos los que han triunfado en la sociedad civil se sienten poco tentados a correr el riesgo de una elección que les apartará de sus dedicaciones profesionales. Se tiende a considerar la elección como la libre designación de los mejores, pero no es más que la selección prefabricada de una casta de profesionales en vías de burocratización". Metidos ya en harina con esta crítica sin apelación, nuestros politólogos se vuelven hacia a el segundo ponente,encargado de criticar la elección como proceso de decisión. "Yo no seré más comedido que mi antecesor", dice. "Los ideólogos electorales pretenden que la alquimia electoral trasmuta las preferencias individuales en decisión colectiva y que escoger a un hombre o un partido es también escoger una determinada política; pero esto es hacer tabla rasa de la diversidad de motivaciones electorales. El propietario racista de Alabama y el sindicalista negro de Illinois votan tanto uno como otro demócrata y sin embargo sus condiciones sociales son radicalmente opuestas. ¿Qué "mandato" recibe el partido demócrata de estos votos contradictorios? A menudo en las grandes democracias la decisión electoral se alcanza "en el margen" por el desplazamiento de electores flotantes, más indiferentes que verdaeramente independientes, o por la vinculación táctica de electores descontentos. Mitterrand debe, por ejemplo, su victoria de 1981 al voto de una pequeña fracción de los electores de Chirac. ¿Debería por tanto responder a las aspiraciones de estos electores marginales más que a las de sus bases tradicionales? Sería necesario por otra parte extenderse sobre la naturaleza de estas aspiraciones: los liberales, adoradores de la. razón púra, cuando apenas se han repuesto de su debate con los discípulos de Marx, ya deben afrontar a los hijos de Freud. Estos últimos rechazan la idea de ver en la elección el lazo donde se unen las preferencias conscientes. La consideran, por el contrario, como una suerte de rito que moviliza lo afectivo más que lo cognitivo, traduciéndo así las profundidades del inconsciente. Contra la consideración de la elección como un proceso que crea una opción racional. colectiva, los "hijos de Freud" aseguran que no consiste sino en una construcción a cargo de manipuladores que conocen las exigencias fantasmáticas del electorado".
El estremecimiento creado por este discurso no se había desva necido cuando el tercero de nuestros iconoclastas tomó la palabra: "mi tarea es tan fácil -dijo- que no ocuparé mucho tiempo vuestra atención. Nuestros colegas,alimentados de los inmortales principios del siglo de las luces -que por mi parte yo llamo,el siglo de las, quimeras- pretenden que la elección cumple, una función de legitimación del sistema político. Es una forma elegante de disfrazar la realidad porque, para un observador dotado de un mínimo espíritu crítico, se trata menos de legitimación que de estabilización y de reproducción del poder del Estado instalado.
Como toda institución, la elección es radicalmente conservadora. Mantiene el mito de una vida política circunscrita al dominio de los procedimientos Iegales y reducida al juegio de las fuerzas reconocidas, Mayoría y oposición oficiales están al menos de acuerdo sobre el respeto a esta regla de juego que justifica su pretensión de representar en exclusiva a la población. Los infectos de "la oposición extraparlamentaria" son expulsados hacia las tinieblas exteriores y si toman brutalmente la palabra, como en la Francia de mayo de 1968, la recuperación electoral se la retira oportunamente algunas semanas más tarde. El sistema no es legítimo por la adhesión militante de los ciudadanos activos sino por la apatía de la masa de ciudadanos pasivos. Se suele estimar la elección como la manifestación sagrada de la voluntad general cuando no es más que la manipulación de las mayorías silenciosas por los asociados rivales que se reparten el poder del Estado". Habiéndose congratulado mutualmente, nuestros tres héroes deciden sobre el terreno predicar la buena palabra organizando un coloquio internacional. Pero ¿dónde celebrarlo? Presos de un escrúpulo poco común, deciden no honrar con su presencia a una de esas democracias liberales, por lo demás poco numerosas, donde se cree ingenuamente en las libertades electorales. ¿Irán a La Habana? ¿A Argel? ¿A Teherán? o, de manera más pueril, ¿a Praga, Moscú o Pekín? En todas. partes serán recibidos con los brazos abiertos por los adoradores de la "verdadera" democracia. Pero por todas partes observarán que la desmitificación de las libertades formales llena los gulags y las prisiones. Dejemos este cuento que pierde ya su seriedad trágica. El proceso que la sociología crítica hace a las elecciones no tiene sentido si no tiende a mejorar la institución electoral y se limita tan solo a rechazarla. Se pueden y se deben criticar las coerciones que pesan sobre la decisión de los electores porque el hecho de reconocerlas puede ayudar a atenuarlas. Pero esto es válido a condición de no olvidar que una decisión bajo coerción vale infinitamente más que una absoluta falta de eleccíón. Se puede y se debe criticar la profesionalización de la clase política pero a condición de no olvidar que la confiscación de los escaños por parlamentarios profesionales vale infinitamente más que la confiscación del poder civil por los militares,los apparatchiks o los mollahs." La peor de las cámaras, decía Cavour, vale más que la mejor de las anticámaras". Se puede y se debe criticar, incluso, la interpretación ingenua de la elección como una decisión racional, pero a condición de no olvidar que las democracias que funcionan dan a sus electores la oportunidad de cambiar realmente la orientación de los gobernantes: la Francia de 1981, pero también la de 1962, de 1969 o de 1974 está ahí para testimoniarlo. Que este cambio sea el fruto de motivaciones complejas es verdad: pero no es el fruto del azar. La racionalidad del elector merece tanta consideración como la de los doctores. Finalmente se puede y se debe criticar el peso que el sufragio universal da a las mayorías silenciosas, pero a condición "de no echar al bebé con el agua del baño". Es chocante ver que las sociedades donde se celebran elecciones libres, lejos de ser las más conformistas y las más conservadoras, son aquellas en las que la sociedad civil conoce los progresos más espectaculares, donde la cultura es más viva, la economía más próspera. Y pueden también conocer la irrupción de fuerzas políticaas nuevas -como el movimiento ecologista- que desmienten la tesis de la reproducción. Las minorías agitadoras pueden imponerse sobre la escena electoral con tal de que se dediquen a persuadir. El proceso de las elecciones democráticas se ha convertido en un ejercicio de moda en la ciencia política occidental, donde se encuentran todos los días los héroes de mi cuento. Acaso no ven que están haciendo el juego a aquellos que prefieren el plebiscito permanente sin elección o las elecciones sin competición. Por lo que a mí respecta, prefiero ocupar el banco de la defensa que el del ministerio fiscal.
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