¿Racismo a la española?
Ultimamente son bastantes los periodistas que me preguntan si los españoles somos racistas. A raíz de los recientes acontecimientos que han protagonizado los miembros de una comunidad gitana barcelonesa y los integrantes del barrio donde viven inmersos, la cuestión gitana ha ocupado grandes titulares en los diarios españoles y ha sido objeto de la atención de Televisión Española en uno de sus programas de mayor audiencia y más seriamente realizados. Es, pues, el conocimiento que tengo de los hechos, y la necesidad de clarificar posturas, lo que me empuja a escribir estas líneas.Un día dije desde la tribuna del Congreso de los Diputados que no creía que los españoles fuéramos racistas, aunque, sin embargo, me veía obligado a denunciar ciertos comportamientos racistas de la sociedad paya. Los hechos de Barcelona no hay que analizarlos aisladamente. Forman parte de una cadena de acontecimientos similares que han venido sucediéndose en muchos puntos de la geografía española, constituyendo una especie de espiral que nos preocupa muy seriamente. Atajar esos comportamientos y buscar soluciones rápidas a los urgentísimos problemas que nos agobian son hoy los retos más importantes con que nos encontramos la mayoría de los gitanos españoles.
Yo no voy a negar la evidencia. ¡Claro que hay gitanos ladrones y delincuentes! ¡Naturalmente que existen en los suburbios de nuestras grandes ciudades jóvenes gitanos que se evaden del entorno en que viven recurriendo al canuto o a otros alucinógenos al uso! No seré yo quien justifique y mucho menos apruebe estos comportamientos, pero, me pregunto, ¿puede la sociedad paya, impunemente, arrojar la primera piedra? ¿Es que entre los payos no existen los navajeros, los chorizos, los ladrones profesionales, los violadores, los drogadictos y los maleantes en sus más variadas facetas y modalidades? Sin embargo, a mí jamás se me ocurrirá decir que todos los payos son facinerosos ni tratar a toda la sociedad con el mismo rasero. Hacerlo, además de injusto, sería calumnioso.
Los físicos dicen que no hay efecto sin causa. Pienso que no hay que discurrir demasiado para adivinar las causas que provocan estos lamentables efectos. El paro creciente que sufre nuestro país, el abandono que secularmente han padecido las clases más desamparadas de la nación, la falta de educación, consecuencia del analfabetismo que padecemos, y un cierto pasotismo originado por el desencanto político imperante en un amplio sector de la juventud son causas muy determinantes de los efectos que contemplamos. Los sociólogos, por lo general, no creen en milagros. Y sería un prodigioso milagro que, viviendo en las circunstancias en que víven muchos marginados españoles, el comportamiento de éstos se ajustara a unas ciertas formas versallescas absolutamente impropias de la cruel realidad que diariamente han de padecer. Las virtudes y los defectos no son patrimonio exclusivo de ningún grupo humano. Buenos y malos los hay en todas partes. Gente honrada y gente deshonesta se dan hasta en las mejores familias. Sólo hay una diferencia: que los humildes, por lo general, van a la cárcel y los poderosos cuentan con más medios para dejar impunes sus fechorías o amparar a la oveja descarriada con la fuerza de su dinero o de su influencia. Así de claro y así de lamentable.
Luego están los medios de comunicación. Vaya, ante todo, mi respeto y admiración por tantos profesionales que al escribir su página de sucesos publican los nombres de los protagonistas, sin añadir a continuación el origen de su etnia. Esta es la mejor colaboración que nos pueden prestar en nuestro afán por ser tratados igual que los demás, sin echar más leña al fuego de los sambenitos que pesan sobre nuestras espaldas desde hace tanto tiempo. Sin embargo, no todos los periodistas lo han comprendido así. Tengo en mi poder una preciosa carta que el director de este periódico dirigió a una asociación gitana lamentando el tratamiento que a una noticia se había dado en estas mismas páginas, destacando el hecho de ser gitanos quienes la protagonizaban. Prometió cuidar el tema al tiempo que se solidarizaba con nuestro afán por ofrecer a la sociedad una imagen distinta a la que hasta ahora se tiene de nosotros.
Sin embargo, no todos actúan igual. Yo mismo intervine ante el director de un importante periódico andaluz rogándole la publicación de una carta que escribí indignado por el tratamiento dado a una noticia que nos afectaba. No me hizo ni caso. Conservo la página del periódico donde, a tres columnas y con caracteres destacados, se decía que unas gitanas habían sustraído de una filatelia sevillana 30.000 pesetas. Al hacer caja, por la noche, comprobaron que faltaba dicha cantidad, e imaginaron que serían unas gitanas que por la mañana habían visitado el establecimiento. Lo triste era que en esa misma página del periódico, al pie de la misma, sin titulares y como de relleno, se daba la noticia de que unos delincuentes (no gitanos, claro) habían sustraído de la feria de muestras electrodomésticos por valor de 300.000 pesetas.
Todos somos un poco culpables de lo que está pasando. Se impone una llamada a la serenidad y a la cordura. El problema gitano es en buena medida un problema de educación, de cultura, de formación. La escuela hace libre a la gente y nuestros niños la necesitan como el comer. Se han de crear las condiciones óptimas para que ni un solo niño gitano esté desescolarizado. Y en escuelas normales, a ser posibíe integrados con el resto de los niños payos. El Ayuntamiento de Barcelona así lo ha entendido y está empeñado en realizar una experiencia que puede dar los resultados que todos ansiamos. Ojalá, repito una vez más, también para nosotros se inicie un cambio que sea el comienzo de una vida más justa y solidaria. Y, para ello, la sociedad en su conjunto nos ha de prestar su colaboración. Este es un llamamiento que hago como gitano, sin importarme que quien me lea sea de derechas, de centro o de izquierdas. Hay cosas, mire usted, que han de estar por encima de las ideologías. Y respetar al ser humano creo firmemente que es una de ellas.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.