Una dinámica de paz
LA AUTODISOLUCIÓN de ETA VII Asamblea, fracción o tendencia de ETA político-militar, a su vez competidora de ETA militar y de los Comandos Autónomos, abre una dinámica de paz, cuya lógica interna podría conducir, a la larga, a la desaparición de la violencia política en el País Vasco, en el supuesto de que las condiciones externas resultaran favorables. Los etarras que han abandonado las armas, entre los que figuran veteranos dirigentes de la época anterior a la muerte de Franco, merecen el reconocimiento del que son acreedores quienes son capaces de modificar su percepción de la realidad y su escala de valores. Y debe agradecerse también a las fuerzas políticas del arco parlamentario que hayan renunciado -al menos hasta ahora- a la manipulación demagógica con fines partidistas de una verdadera cuestión de Estado y hayan apoyado las cautelosas y prudentes revisiones realizadas por los Ministerios de Justicia y del Interior de los expedientes judiciales y gubernativos de algunos presos y exiliados de ETA VII Asamblea limpios de delitos de sangre.En cuanto a la discordante voz de Herri Batasuna, cuyos dirigentes contemplan desde la comodidad del callejón el ensangrentado ruedo ibérico y aplauden o justifican a quienes sacrifican mediante el crimen las vidas ajenas y destruyen las suyas propias, sólo cabe asombrarse de las profundidades a las que puede llegar la abyección humana. Que una coalición dedicada al sucio tráfico emocional con el destino de los presos y con el dolor de sus familiares descalifique como electoralista una estrategia encaminada a disminuir, aunque sea de forma restringida y gradual, el universo carcelario, pone de relieve hasta qué punto estos mercaderes políticos reducen el sufrimiento humano a simple instrumento de trueque para la persecución de sus fríos objetivos.
El círculo vicioso de la violencia, desencadenado por la: puesta en marcha de la espiral acción-represión-represalia, sólo puede ser roto mediante la decisión de sobreponer una visión histórica de los problemas a la interpretación coyuntural de sus consecuencias. La única, forma de encontrar una vía de escape al desesperante encadenamiento de causas que producen efectos que se transforman a su vez en causas, y así hasta el infinito, es cortocircuitar ese mecanismo autorreproductor de la violencia, que comienza en el asesinato y concluye en las prisiones. La inteligencia política del Gobierno y la audacia moral de los dirigentes de Euskadiko Ezkerra ha sido respaldada, con independencia de los matices o las reservas en la formulación de su apoyo, por fuerzas tan dispares como el PNV, el PSOE y Alianza Popular. La adhesión de los nacionalistas vascos moderados a la resolución en favor de las medidas de gracia presentada por Euskadiko Ezkerra al Parlamento de Vitoria ha caminado, así, en paralelo con las declaraciones de Landelino Lavilla, que ha valorado como "altamente positiva" la autodisolución de ETA VII.
Por lo demás, el caso de ETA VII ofrece algunos rasgos que, de generalizarse en el futuro como paradigma operativo, perspectiva nada segura, podrían componer la fórmula para la pacificación definitiva del País Vasco. En primer lugar, la completa renuncia a la violencia por parte de los hombres y mujeres implicados en actividades terroristas, a lo que se añade su incondicional aceptación de las normas democráticas para dirimir -aunque unas veces pierdan, otras ganen y nunca logren sus objetivos máximos- los conflictos sociales, políticos e ideológicos. En segundo lugar, el sentido común -no demasiado frecuente en la vida pública- de las instituciones del Estado y las fuerzas políticas para comprender que la ruptura del círculo vicioso de la violencia exige considerables dosis de imaginación y flexibilidad, orientadas a dar entrada en la partida democrática a quienes se comprometan, sean cuales sean sus antecedentes, a respetar honesta y sinceramente las reglas del juego. En tercer lugar, el realismo de los antiguos violentos, tanto para admitir ritmos gradualistas en la incorporación a la normalidad ciudadana de quienes han atentado contra las leyes y los derechos humanos como para entender que las medidas de gracia necesitan, a partir de un cierto nivel, el consenso de la inmensa mayoría de la sociedad y el transcurso del tiempo preciso para convencer a los desconfiados de que el abandono de la Violencia no es una finta táctica. Todo lo demás es marginal, cuando no anecdótico. El documento con el que ETA VII justifica su decisión de autodisolverse y abandonar las armas defiende simultáneamente, con insostenibles argumentos, la congruencia lógica y la continuidad política de sus actuales posturas con todo su pasado. Pero también es cierto que buena parte de nuestros políticos en activo -sobre todo si sobrepasan la cincuentena se verían en graves aprietos para lanzar la primera piedra contra cualquiera que se viera en apuros a la hora de demostrar la coherencia de su biografía o de su desarrollo ideológico.
Por lo demás, nada más peligroso que lanzar las campanas al vuelo y tomar equivocadamente un proceso sólo incoado por una solución de paz a corto plazo. Los octavos de ETA politico-militar, los Comandos Autónomos y ETA militar continúan prisioneros de esos lazos de sangre y de venganza con los que la violencia atenaza a quienes la practican. No es probable, por el momento, que las demás ramas de ETA sigan a los militantes de ETA VII por el camino de la paz, y es dificil que las eventuales formas de negociación o acuerdo con los violentos residuales adopten en el futuro idénticas pautas. Ahora bien, la solidaridad que las instituciones estatales y las fuerzas parlamentarias han mostrado al respaldar la imaginación del Gobierno en este punto debería convertirse en la regla de oro de las eventuales gestiones encaminadas a la pacificación del País Vasco a través del abandono de la violencia, el respeto a las leyes y el sentido común para comprender cuáles son los límites temporales y las fronteras políticas de las medidas de gracia.
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