Una mayoría imposible
Desde que, a fines de 1978, Manuel Fraga Iribarne enunció su propósito y su oferta de constituir lo que denominaba como mayoría natural, la ha convertido en eslogan fundamental de la política española. Reconozcámosle un mérito fundamental, que no es sólo el característico de aquellos políticos -los buenos- que son capaces de reducir a tan sólo una proposición todo su mensaje. Para sorpresa de muchos (uno de los cuales es quien esto suscribe), Fraga ha demostrado muchos otros en el transcurso del período parlamentario recién concluido. Es cualidad poco preciada en la política española la de la permanencia en un propósito, pero más aún la de no estar perpetuamente sujeto a las contingencias del momento. A ello hay que añadir todavía el hecho indudable de que el Fraga de 1983 no sólo no es el de 1977 (el rodeado de toda la cohorte del franquismo no resurrecto, sino mal enterrado), sino que en sus declaraciones y manifestaciones públicas ha dado un giro sustancial, semejante al del partido socialista. Todavía había que añadir, en fin, la transformación de su imagen pública, distante ya de la voracidad del pasado. No es habitual que un significativo servidor de un régimen dictatorial fenecido sobreviva en tales condiciones a un cambio de régimen. Paradójicamente, ha sido, junto a su capacidad de trabajo, la misma manera en que se produjo la transición, tan distante de sus deseos, la que se lo ha permitido.El primer intento de llevar a cabo la mayoría natural se produjo a través de Coalición Democrática en 1979: los resultados, en la memoria de todos están. Lo más importante no es siquiera que no lograra votos (hasta el punto de bordear la posible retirada de la vida pública de quien la apadrinaba), sino que no tardó en manifestar muy escasa disciplina. Muy probablemente porque la mayoría natural es toda una interpretación del pasado y una serie de propuestas para el provenir, el propio Manuel Fraga, de conseguir un nutrido grupo parlamentario, va a tener los mismos problemas del pasado en cuanto a unidad.
Otra paradoja de la situación presente es que cuanto más crece la fuerza política de Fraga, más dificultades tiene en la práctica su idea de mayoría natural. Se puede pactar entre iguales o entre semejantes, pero es especialmente difícil entre quien de una posición muy minoritaria pasa a tener preponderancia y quien sigue el proceso exactamente inverso. Más todavía lo es si se exige, en esas condiciones, una especie de baño purificador en el Jordán de un reconocimiento de culpas y una aceptación del propio liderazgo que equivale a golpearse el pecho con el puño en señal de arrepentimiento.
Pero el mayor inconveniente que sin duda tiene la mayoría natural es el simple hecho de que no traduce ninguna realidad cierta de la sociología del voto en España. No existe ninguna encuesta que afirme que una coalición de centro-derecha con carácter de global en España puede ser capaz, en los momentos presentes, de alcanzar más votos que los que obtengan los socialistas. Las simulaciones a este respecto fallan en algo fundamental porque se basan no sólo en considerar como votos firmes los seguros y los probables de UCD y AP sumados, sino sobre todo porque parte de considerar que al mismo tiempo que se producen las sumas no hay restas. Y esto, por supuesto, se contradice por completo con la realidad experimentable cotidianamente por cualquier ciudadano: hay quienes en ningún caso votarían a UCI) si colaborara con AP y viceversa. Con el liderazgo de Fraga Iribarne probablemente no disminuirían, sino que se a crecentarían las restas. Como se ve, se parte en este examen no de las constataciones de las reales diferencias de programa existentes, sino de la simple y pura forma en que el electorado ve las cosas.
La deducción de todo lo expuesto es perfectamente clara y se traduce en la siguiente proposición: el Gobierno más de derechas posible en una España democrática es un Gobierno en el que existe una opción de centro netamente diferenciada, es decir, presente en la campaña electoral en unos términos de asunción de identidad propia y de independencia. Ahora bien, esta es la gran cuestión de la presente campaña al haberse producido en los meses inmediatamente precedentes una grave crisis del centro político y un paralelo crecimiento de la opción de izquierdas. Si de estas elecciones no surge un grupo parlamentario de centro con fuerza suficiente, el resultado no es sólo una posible hegemonía del PSOE en un plazo superior a cuatro años, sino lo que podríamos denominar como la manifestación del síndrome Strauss. Se trataría de la presencia de una opción conservadora muy potente, pero siempre incapaz de acceder al poder.
Claro está queen el momento presente existe un sector del centro que colabora con la derecha conservadora con un planteamiento que es precisamente el que antecede, por lo menos en sus manifestaciones externas. Se trataría, piensan, de mantener la subsistencia de un cierto centro a través de un grupo político aliado con la derecha conservadora. Sin embargo, esta estrategia tiene varios gravísimos inconvenientes y contraindicaciones. La primera y más obvia consiste en que la teórica voluntad de permanencia de un centro, al salir de UCD, contribuye a destruir su opción más caracterizada. Los que quieren clarificar a UCD contribuyen a asesinarla. En segundo lugar, la estrategia de quienes así piensan, aunque parezca coherente, quiebra netamente en cuanto que el otro término de la coalición (AP) manifiesta un planteamiento que es radicalmente diferente: no piensa, por ejemplo, que la bipolarización sea inconveniente, sino que la defiende con vehemencia; el germen de una discordia aparece perfectamente claro. En fin, la colaboración con la derecha conservadora, en las condiciones en las que se ha pactado, tiene el carácter de guinda en una tarta con los ingredientes ya dados, lo que desvirtúa toda la estrategia.
Pero sobre todo hay, en abono de los que hemos permanecido fieles al centro, otro hecho real que no tiene nada que ver con los juicios de valor. Si éstos debieran ser manifestados habría que recordar que hay que estar con la opción que uno elige a las duras y a las maduras. O, como decía Ignacio de Loyola, "en tiempos de tribulación, no hacer mudanza". Prescindamos de este tipo de planteamiento. La situación del electorado centrista sigue siendo, en gran medida, de indefinición. Está perplejo por esas discusiones absurdas que carecen para él de todo interés. Sin embargo, sabe lo que quiere para él y para su país. Si nosotros sabemos ofrecérselo junto con un líder capaz de realizarlo, si nos ponemos a su servicio en vez de complicarle la vida, acabará respondiéndonos con su voto.
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