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Tribuna
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Un orador encendido

El paisaje humano del Palacio de Exposiciones y Congresos invitaba ayer a la reflexión. A juzgar por las apariencias, las huestes que aún le quedan a UCD no se encuadran en la oligarquía. Al menos no era ése su atuendo, ni su compostura, ni sus medios de transporte, claramente colectivos. Y sobre ese paisaje, calculado numéricamente para producir el efecto del desbordamiento sobre las plazas del local previsto, la intención de los organizadores de introducir un líder: Landelino Lavilla.Y se produjo la conexión. Funcionó el efecto feed back. El auditorio aplicó la claúsula devolutiva. Al menos, dio respuesta clamorosa a la convicción encendida del orador, sobre todo en los minutos iniciales de su llegada al atril. Lavilla, al comprobarlo, modificó su texto, para dejar espacio a sus sentimientos y reflejar esa realidad gratificante que por primera vez le invadía desde que el 12 de julio pasado aceptó la presidencia de UCD. Lo hizo alzando su mirada para no ver sentados enfrente a los barones de su partido que: todavía siguen dispuestos a no ahorrarle una gota del cáliz de la insolidaridad.

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Fue brillante al resumir la aportación histórica del centro -creador de una dinámica progresista de la derecha e inductor de una respuesta moderada de la izquierda-; fue rotundo al descalificar la entelequia de la mayoría natural -bajo cuyas resonancias se hizo posible el mayor triunfo electoral socialista registrado en Andalucía-; fue enérgico con los desertores de Fernández Ordóñez y de Alzaga; fue decidido al rechazar la sombrilla confesional -el aparato propagandístico que aún se titula católico no le dedica sus complacencias-; fue apostólico al encarecer a los presentes que predicaran a su vuelta la buena doctrina del centro; fue cuidadoso en sus referencias al PSOE, y elusivo hasta la exasperación al sortear por todos los medios el magnetismo de un nombre que, con su vacío, golpeaba todos los tímpanos: Adolfo Suárez. Decían los más adictos que había nacido un líder; los más resignados, que empezaba el fin de una orfandad borrascosa; los más realistas, que se había hecho una aportación ética al momento político.

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