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La lectura y el montañismo, pasatiempos estivales de Jordi Pujol

Al pueblo de Queralbs (o Caralps, que sobre este punto los expertos en toponimia no acaban de ponerse de acuerdo) se accede por una carretera que discurre a lo largo de una quebrada o mediante el tren cremallera que une la estación de Nuria con las demás localidades del Pirineo catalán. Es un tren de ancho europeo, que asciende laboriosamente, casi como un funicular, y cuya llegada puntual esperan pacientemente los viajeros, payeses o veraneantes barceloneses.

Los doscientos habitantes de Queralbs conocen el chalé del presidente de la Generalitat. Cualquier transeúnte de los que remolonean por las callejuelas de la localidad puede dar razón del domicilio veraniego de Jordi Pujol. Es una vivienda construida ganando espacio a la roca, la más alta del pueblo, rodeada de una pendiente donde se combinan las especies de árboles silvestres con rosas trasplantadas tan recientemente que aún conservan la etiqueta de plástico que delata su origen jardinero.Al final del sendero enlosado, tres jóvenes echan una partida de tute subastado en un cobertizo: son los escoltas de Pujol, miembros de los mossos de escuadra de la Generalitat, que custodian sus paseos estivales.

Uno de ellos se adelanta y parte con la tarjeta de visita hacia lo alto, volviendo al momento con la respuesta: "Esperen un cuarto de hora y les recibirá el president".

La casa está construida con el mismo material que las demás viviendas de la localidad, una-roca pizarrosa en los muros y la misma piedra tallada en lámina en los tejados. No es una masía tradicional de las que pueblan Cataluña, sino más bien una casita sacada de un paisaje suizo de calendario. Maderas claras protegidas con barniz transparente en puertas y ventanas y maderas claras también en los vallados.

Bronceado 'a trozos'

Una voz conocida pregunta en catalán desde lo alto: "¿Siguen ahí todavía esos señores?", y el mosso de escuadra responde, puesto en pie: "Sí, president".

El presidente Pujol (gusta más de este tratamiento que del de honorable, usado por su predecesor Tarradellas) presenta las primeras tonalidades del bronceado a trozos, genuino de los veraneantes de montaña. Viste una camisa de manga corta, un pantalón mil rayas de corte veraniego y calza unas chirucas marrón oscuro.

"¿Mi veraneo?". Jordi Pujol se repasa la calva con la mano derecha, como comprobando la perfecta redondez de su cabeza. "Mi veraneo dura poco, y lo reparto entre la lectura, el repaso de unos materiales de trabajo que me he subido desde Barcelona y las excursiones por los alrededores, además de dormir todo lo que no he dormido durante los meses del invierno".

En las lecturas del presidente de la Generalitat no hay espacio para la frivolidad: On ne change pas la societé par decret (No se cambia la sociedad por decreto), de Michel Crozier, texto de filosofia política referido a la experiencia socialista gala; Dinámica exportadora de las pequeñas y medianas empresas catalanas. Pujol parpadea dos veces con un tic característico al contemplar la expresión de extrañeza causada por el enunciado poco festivo de este último título: "Es que si no exportamos, estamos perdidos", dice como justificándose. Y como máxima licencia para el esparcimiento, un ensayo de Eugenio Trías sobre la obra del literato catalán Maragall...

"También leo narrativa", añade Jordi Pujol, "sólo que en este viaje no me he subido ninguna novela, porque acabo de leer, por cierto con gran placer, una obra clásica, Los novios, de Alejandro Manzoni, y un relato de un joven autor catalán, Cercamont, de Lluis Racionero, que me ha interesado mucho".

Los libros, no bien salen de los estantes, quedan desvalidos sobre una mesita en medio de una estancia amplia y sencilla, con sofás tapizados en flores, muebles tiroleses, platos decorativos y lámparas de luz tenue con pantallas que imitan quinqués.

El presidente Pujol combina estos días las visitas sociales ("ayer estuve en las bodas de plata del matrimonio Thorn, que veranea en la costa Brava") con su afición a la lectura y al baño y sus dos grandes y verdaderas pasiones: la política y el montañismo.

Quien pensara que la lejanía de los foros barceloneses y los aires serranos bastarían para alejar a Jordi Pujol de su profesión política, andaría bien errado. "Nunca faltan cosas de las que ocuparse. Los alcaldes de la zona vienen a visitarme y me explican sus problemas; de cuando en cuando bajo a Barcelona, y, si no, me distraigo con asuntos de las cercanías, como este tren cremallera que pasa por el pueblo y del que la Generalitat ha comprado un paquete de acciones".

Los demás días Jordi Pujol parte a pie más lejos. Con las chirucas calzadas emprende marchas de varios kilómetros, en compañía de ocho o diez personas más de la familia y del pueblo, entre ellos el alcalde", que son la pesadilla de sus escoltas. "Me voy en coche y luego ando y ando por esas masías perdidas de Ripoll, que son el verdadero fin del inundo".

La familia de Pujol es pionera en el escultismo catalán. Las paredes de la casa muestran sendas fotografías de su suegro, su suegra y su mujer encaramados a riscos, desafiando las alturas. El propio Pujol frecuentó en sus años mozos las peñas excursionistas y llegó a fundar un club escultista.

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