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El Ayuntamiento de Zaragoza y Obras Públicas comienzan el asentamiento de los gitanos de la ciudad

"Esto es el comienzo de la redención", decía el padre Damián -el cura de los gitanos- durante el traslado de las familias asentadas en las chabolas del barrio de La Paz, de Zaragoza, a sus nuevas viviendas. Ciento quince casas de propiedad municipal que construyó el Ministerio de Obras Públicas y Urbanismo, y que son el resultado de una campaña para la erradicación del chabolismo, sin precedentes en otras ciudades por los múltiples organismos que han colaborado en ella.

El lunes pasado, después de años de gestiones, las chabolas del barrio de La Paz -las graveras, como se las conocía en Zaragoza- comenzaron a caer, una a una, bajo la piqueta del Ayuntamiento, acabando con uno de los mayores focos de inmundicia que tenía la ciudad.Las llaves aún no se han entregado oficialmente y está pendiente de conexión la energía eléctrica, pero las 115 familias gitanas beneficiarias ya tienen su casa, la primera de toda su vida en la mayor parte de los casos. "Esto es como un palacio", dicen muchos al entrar, y todos se deshacen en alabanzas hacia, sus nuevas viviendas, por más que las familias numerosas -y entre los gitanos abunda esta circunstancia- manifiesten alguna queja por el mayor espacio del que otros, menos prolíficos, disponen. Porque todas las casas son exactamente iguales, unifamiliares, de construcción muy digna y según un estudio de las necesidades de sus inquilinos.

Blancas, con puertas y ventanas de colores, tienen dos plantas. En la inferior, una amplia cocina, con su correspondiente electrodoméstico para butano, calentador y fogón de leña con chimenea. Baño y aseo. Un cuarto trastero y un pequeño corral. En la superior, tres dormitorios.

"Tengo cuatro camas y necesito seis, eso es lo malo", se lamenta una mujer; "antes, en la chabola, los chicos dormían en el suelo, pero aquí no es lo mismo". Aquí no es lo mismo. En el nuevo barrio gitano todos se afanan en limpiar. "Tenemos todo de cualquier manera hasta que nos aposentemos un poquico", se excusan mientras enseñan orgullosos la casa.

"Lo que es menester es que esta contextura sea una cosa que perdure", sentencia la voz autorizada de Antonio Nieto Gabarre, el primero que se estableció en las graveras, en 1939. Tiene ahora 59 años y es el auténtico patriarca de la comunidad. Antonio fue el fundador de la Asociación de Promoción Gitana, y escribió, junto con dos jóvenes, un libro llamando la atención sobre los problemas y las esperanzas de los gitanos de Aragón (véase EL PAÍS de 6-3-1980).

Ahora, el problema es el pago del alquiler (1.300 pesetas el primer año, 1.700 el segundo, 2.500 el tercero, 3.500 el cuarto y 5.000 el quinto). "Hasta ahora, el gitano ha carecido del sentido de la responsabilidad", dice Nieto Gabarre; "hemos vivido tan libres, tan a nuestro aire, que no nos hemos preocupado más que de vivir al día: ¿que teníamos ... ?, gastábamos". El futuro va a ser diferente: "Este paso tan importante obliga mucho", y argumenta: "El gitano se tiene que sacrificar, no estamos acostumbrados a hacer números, y ahora hay que hacer economía, decir: hay que remediarse con tanto... y así llegar a pagar esto". Nieto es relojero, hay varios albañiles y muchos descargadores de frutas. La mayoría se dedica, sin embargo, a la venta ambulante. Trabajo es la palabra unánime: "Teniendo trabajo, tendríamos para la casa y para todo", repiten uno sí y otro también.

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El largo camino a la redención

Las graveras de La Paz eran el mayor y más antiguo asentamiento gitano de Zaragoza. Reunían a algo más del 30% de la población gitana de la ciudad, censada por la asociación -con la relatividad que le presta la vida nómada de esta raza- en cerca de cuatrocientas familias. Un 30% está integrado en pisos de la ciudad, y aún queda otro 40% viviendo en chabolas diseminadas por los barrios, aunque en porcentajes mucho más pequeños. Precisamente otras acciones en marcha prevén la construcción de cincuenta viviendas en Miralbueno y 32 en el Oliver.En La Paz, la calidad de la vida era infrahumana. Las chabolas tenían como máximo veinte metros cuadrados, y dentro se alojaban una media de siete personas. Media también muy relativa, porque hay familias con trece hijos, como la de Nieto Gabarre, y las de los recién casados, que tienen, lógicamente, dos o tres. El lugar, lleno de basuras y lodo, era un auténtico nido de ratas. "Nos pasaban por encima cuando estábamos durmiendo, y a más de uno le mordieron". El último alcalde franquista les puso luz y una fuente.

De La Paz a la quinta 'Julieta'

En 1975 comenzaron las gestiones para la construcción de estas viviendas que ahora se han hecho realidad. El proyecto se incluyó en la programación trienal del MOPU para los años 1980-1982, y en junio de 1980 se firmó la escritura de cesión de terrenos (entonces propiedad de la Caja de Ahorros de Zaragoza.) y se creó la comisión mixta de erradicación del chabolismo, compuesta por el MOPU, Diputación Provincial, Ayuntamiento, Arzobispado-Cáritas (que había dedicado su campaña de Navidad de 1979) y la propia Asociación de Promoción Gitana.Construidas las, viviendas, la firma del convenio de cesión al Ayuntamiento tuvo lugar el pasado día 20 de julio, con unos meses de retraso por problemas burocráticos. Los casi 169 millones de pesetas que se han invertido los financió el MOPU, que costea también un 30% a fondo perdido. El 70% restante corre a cargo del Ayuntamiento, que habrá de reintegrarlo al Ministerio en veinticuatro años (el 75%, sin intereses, y el otro 25%, con un 5% en concepto de préstamo).

Un poco porque las graveras se han de convertir en zona verde para el barrio de La Paz y otro poco para evitar que las chabolas desalojadas se pueblen de nuevos inquilinos, al traslado siguió el lunes un efectivo ritual. Cada familia empaquetaba sus enseres, los colocaba en un camión que había facilitado el Ayuntamiento o en vehículos particulares y, a continuación, la pala excavadora echaba abajo lo que quedaba en pie de la chabola.

Muchos payos del barrio de La Paz contemplaban la escena, y más de uno habrá dado un respiro de alivio. La Paz tiene 35.000 habitantes; en cambio, el nuevo barrio -unos dos kilómetros más allá sólo colinda con unas pocas fincas particulares y con la quinta Julieta -de donde recibe el nombre-, propiedad de la comunidad jesuita y uno de los más clásicos lugares de la ciudad para ejercicios espirituales de postín.

Los nuevos vecinos son muchos menos, pero uno ya ha anunciado que tiene la escopeta preparada por si a alguien, se le ocurre meterse en sus campos, y otro se presentó, muy exaltado, a la Policía Municipal -mediada la mudanza- para decir que le habían inundado los campos de caballerías y le habían robado los tomates, anunciando su intención de inyectar veneno en algunas hortalizas.

El padre Damián se indigna: "Apenas tendrán seis caballerías entre todos. Están guardadas en el establo comunal. Hay también un gran barracón para hacer trabajos manuales, habrá -no hay- tiendas, escuela..., pero no se ha previsto lugar para el sacerdote". "Es un momento muy dificil, el decisivo, hay que ayudarles a que den el paso... Yo les conozco, he sacado a sus nietos del juzgado y tengo el corazón roto -es verdad, me ha dado un infarto-. Esto es muy duro, es imprescindible creer en la humanidad, pero el que no crea en Dios no puede seguir en esto".

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