Réquiem por un parado
LA QUE parece ya casi inevitable ruptura de Unión de Centro Democrático es una de las peores noticias que podían recibirse en este cálido verano de 1982. Con el pretexto de la crisis centrista, el espantajo del vacío de poder y el espectro del Gobierno de gestión vuelven a ser esgrimidos por quienes desean la interrupción de la vida democrática y trabajan en favor de la destrucción de la Monarquía parlamentaria. De añadidura, la posible concurrencia de tres, cuatro o cinco partidos de centro-derecha o de derecha a secas en los próximos comicios puede condenar a algunas de esas formaciones rivales a la condición de fuerzas casi extraparlamentarias. De esta forma, y haciendo abstracción de los nacionalistas catalanes y vascos, el espacio electoral podría quedar ocupado de forma abrumadora por el PSOE y polarizado -no es posible decir aún en qué medida- en la derecha por Fraga, en cuya coalición sinceros demócratas conservadores tendrán que coexistir con quienes tienen un pie en el sistema democrático y otro en las estrategias involucionistas.La tentativa de endosar la catástrofe centrista a la obcecación personal de Adolfo Suárez no resiste un análisis somero. Los contradictorios mensa es dirigidos por el Gobierno durante los últimos meses al ex presidente, unas veces arrojado a los pies de los caballos en desaforadas campañas denigratorias y otras reclamado como salvador carismático del partido, constituyen la caricatura política de los métodos de la ducha escocesa y de los procedimientos de Pavlov para enloquecer, mediante la alternancia de estímulos opuestos, a una cobaya. La afirmación de que los. llamamientos a Suárez eran una muestra de generosidad gubernamental, en vez de un síntoma de la necesidad de los votos que su figura puede aún probablemente conseguir, independientemente de que esto resulte grato o no al Gobierno, es un buen ejemplo de lo que decimos. Es evidente que Calvo Sotelo y Lavilla no han querido pagar el precio exigido por Suárez para aceptar la institucionalización de la trilateral, precio que puede definirse en breves palabras como la determinación de quien ha de elaborar las listas electorales de UCD en los próximos comicios. Tal vez la clave última de ese desencuentro se halle en esos pasillos del poder donde se confabulan todavía barones y caciques deseosos de mantener un puesto en el Gabinete y en la vida pública, sea cual sea el precio que la sociedad española haya de pagar por ello.
El papel de Leopoldo Calvo Sotelo en la historia no puede resultar más triste. Ha venido a reconocer, en julio de 1982, que la batalla que emprendió en el otoño de 1981 para aterrizar en la presidencia de UCD y acumularla a la del Gobierno no merecía la pena y antes bien contribuía a sentar las bases de la destrucción del centrismo. ¿Cómo se puede organizar la que se organizó para defenestrar como se hizo al anterior presidente ucedista y al secretario general y unos meses después arrojar de esta manera la toalla? No se hable de generosidad. Calvo Sotelo recabó la presidencia de UCD porque suponía que con todo el poder en la mano podría soldar las fisuras del partido. Háblese más bien de incapacidad probada y de la responsabilidad que el presidente asumió con sus decisiones. Ahora, aunque no ha cedido la jefatura del partido a Adolfo Suárez, cuyas pretensiones de ocuparla eran por lo menos inteligibles a los ojos de la opinión pública, se ve abocado a darle el relevo forzoso a Landelino Lavilla. Tanta dubitación al frente del partido del Gobierno no es sino expresión y causa de la dubitación que ha regido al Gobierno mismo, y que en otra ocasión más meritoria habrá que comentar.
Con todo esto, Landelino Lavilla, derrotado en el congreso de UCD hace casi año y medio, en Palma de Mallorca, está a punto de alzarse con el santo y la limosna y en un momento en el que quienes patrocinaron su fracasada candidatura a la presidencia del partido -democristianos y liberales del sector crítico- huyen hacia aguas menos agitadas. No deja de resultar un sarcasmo nada edificante que el presidente del Congreso de los Diputados consiga, mediante una conspiración de pasillo, esa jefatura de UCD que la asamblea de Palma le negó.
De continuar el ritmo de escisiones y fugas de los últimos meses, los supervivientes de UCD amenazan con convertirse en los jardielanos habitantes de una casa deshabitada, abandonada a las telarañas por sus militantes y electores. Aunque existen dudas sobre la capacidad de arrastre de Suárez si finalmente abandona UCD, no existe ninguna sobre el hecho de que sería acompañado. al menos por otro ex presidente y ex-ministro -Agustín Rodríguez Sahagún- y por un secretario general anterior -Rafael Calvo Ortega-, si es que el otro -Rafael Arias Salgado- prefiere olvidarse de las fotografías y las declaraciones del congreso ucedista que le designó para el cargo. Con estos apoyos y los que le vengan de fuera del aparato madrileño, Adolfo Suárez -fundador, presidente efectivo hasta enero de 1981 y presidente honorario, hasta la fecha, de UCD- puede acometer la aventura de crear una nueva organización política. La corriente socialdemócrata, con los ex ministros Fernández Ordóñez y González Seara, abrió ya tienda propia, a finales de 1981, al crear el Partido de Acción Democrática. Miguel Herrero, ex portavoz del Grupo Parlamentario Centrista, inauguró la larga marcha hacia Alianza Popular que pueden ahora engrosar otros diputados y senadores conservadores. Oscar Alzaga y sus correligionarios anuncian la creación de un partido popular cristiano para concurrir a las próximas elecciones generales matrimoniados con Fraga. Gran parte de los liberales centristas se disponen a partir a las órdenes de Antonio Garrigues y unirse tal vez al pacto de la gran derecha con Alianza Popular. Si en las obras de teatro truculentas muere hasta el apuntador, pudiera ocurrir que en la tragicomedia de la descomposición centrista terminaran por quedar dentro del local tan sólo los acomodadores. Sin duda que Landelino Lavilla, que es persona de repo sado pensamiento, se lo va a meditar dos veces antes de aceptar la oferta, a estas luces menos generosa y casi envenenada, de la presidencia de un partido que parece destinado a convertirse en un solar. Pero el réquiem por ese proyecto de derecha democrática que UCD trató de encarnar abre tan inquietantes perspectivas de futuro que, aun considerando la rectificación casi imposible, resulta obligado formular el deseo de que la cordura y la sensatez desplacen a las intrigas, los celos, la micropolítica y la estupidez y hagan viable una salida razonable a la crisis centrista. Si el basamento social y el liderazgo político de lo que UCD ha representado en la vida española no son capaces de dar respuesta a la necesidad de, que algo así siga funcionando entre nosotros, bien podría ocurrir que varios partidos de ideología o de retórica centrista concurrieran a las urnas para anularse entre sí y fortalecer la polarización entre Alianza Popular y el PSOE. No es fácil que la derecha democrática pueda salir victoriosa de las elecciones próximas y es en cambio posible que su paso por la oposición le ayudara a reorganizarse y a hacer propósito de enmienda. Pero es preciso no perder de vista el carácter desestabilizador del régi men que toda esta historia encierra y la necesidad de que un partido socialista eventualmente en el poder no tenga que enfrentarse a las maniobras de involución y golpismo de una derecha desesperada, sino a una oposición responsable y fuerte como los propios socialistas han resultado ser.
El espectáculo organizado por algunos personajes y personajillos de UCD linda casi en la obscenidad, y no ha de aclararse convenientemente hasta después de las elecciones generales. La imposibilidad de que la legislatura traspase el umbral del nuevo año -cosa que hubiera sido deseable- es ya casi metafisica. Elecciones en otoño, por lo demás, no significan del todo, según hemos repetido en otras ocasiones, elecciones anticipadas, y puede sentirse satisfecho el electorado español de haber cumplido casi por completo el ciclo legislativo constitucional. Es preciso hacer frente, con una nueva mayoría y un nuevo Gobierno, a los graves problemas del país en cuanto concluya la pausa veraniega. Y son estos problemas, y no datos marginales a esos efectos, como la visita papal, lo que debe llamar la atención del presidente del Gobierno a la hora de fijar la fecha de disolución de las Cámaras y de convocatoria de los comicios. Tras el estallido de UCD, y a menos de que milagro recompusiera las cosas antes del próximo lunes, las elecciones generales son la única salida. Pues no puede seguir gobernando España un partido que, hoy por hoy, prácticamente ya ni existe.
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