Las espadas en alto
LA RESOLUCION aprobada el sábado por el Comité Ejecutivo de UCD (ver texto íntegro en página de este mismo número), en buena parte, un éxito de las tesis defendidas por Adolfo Suárez y sus partidarios antes y después del Congreso de Palma de Mallorca. El documento insiste en la identidad y singularidad de la opción centrista; afirma que UCD concurrirá en solitario a las próximas elecciones, "descartando cualquier tipo de coalición previa y presentando candidaturas propias, bajo sus siglas, en todas las circunscripciones"; rechaza el diseño de UCD como una federación de partidos o de tendencias organizadas; condena la doble militancia y la pertenencia a otras organizaciones que desfiguren o hagan ambigua la lealtad al centrismo; subordina la incorporación de "personas representativas de, los distintos sectores sociales" a su afiliación "clara e inequívoca" a UCD; deja abierta la posibilidad de coaliciones gubernamentales y de legislatura tras las elecciones, y subordina esas futuras alianzas al `mantenimiento de la integridad de la Constitución" y a la "defensa del sistema democrático y del régimen de libertades".De esta forma quedarían teóricamente excluidas hacia el exterior las dos fórmulas que más enérgicamente han combatido los suaristas desde el 23 de febrero: de un lado, la coalición pre-electoral con Alianza Popular para constituir la gran derecha y, de otro, el abordaje de UCD por los clubes liberales. En el aspecto interno, la prohibición de las tendencias organizadas y el rechazo del diseño federal ensayado para las elecciones de 1977 significaría, asimismo, la derrota del llamado sector. crítico, conservador y democristiano, que tan decisivamente contribuyó a la dimisión de Suárez en enero de 1981 y que ha venido promoviendo la voladura controlada de UCD, para entregar luego los materiales de derribo a Manuel Fraga.
Estas son, creemos, las conclusiones que se pueden extraer de una lectura de la resolución que renuncie a tomar en consideración los cotilleos que dificultan los pronósticos sobre los comportamientos centristas. Los estrepitosos fracasos electorales en Galicia y Andalucía y los sondeos de opinión en torno a las intenciones futuras de voto popular han debido convencer a la plana mayor del Gobierno, y al propio Calvo Sotelo, de que los diagnósticos sobre la enfermedad del centrismo, formulados por los sectores conservadores de UCD (la traición del suarismo a un hipotético electorado natural, indistinguible de los votos fraguistas) no eran la consecuencia de un estudio desapasionado de los hechos, sino más bien la formulación de un deseo.
La controvertida figura de Adolfo Suárez se ha convertido, en clave de la discusión centrista para detener la caída del partido ante las urnas y mantener una opción de derecha inequívocamente democrática. En favor de Adolfo Suárez han trabajado, desde hace muchos meses, no tanto sus eventuales cualidades como los errores y carencias de sus adversarios y los acontecimientos posteriores al 23 de febrero. No es cierto que los españoles carezcan de memoria y hayan olvidado los defectos y los malos pasos del ex presidente. Esencialmente, no han podido olvidar lo inexplicado de su dimisión, ni su marcha de vacaciones a América pocos días después del golpe de Estado. Sin embargo, la propia actitud de Suárez durante el asalto al Congreso y la indignación suscitada por las alevosas campañas de opinión de que fue objeto durante el pasado otoño han debido contribuir a la rehabilitación de su figura en sectores del electorado. De otro lado, sus tomas de posición crítica -sinceras o tácticas- frente a decisiones gubernamentales tan polémicas como el atropellado ingreso en la OTAN, el proyecto de chalanear mediante decreto la concesión de televisiones privadas, la designación de Robles Piquer al frente del ente público RTVE, la falta de voluntad negociadora en torno a la LOAPA y el veto a Joaquín Ruiz-Giménez como defensor del pueblo han mejorado su imagen ante una parte de la opinión pública democrática.
En el entretanto, sus más feroces adversarios dentro del centrismo han sacado los naipes ocultos de la bocamanga y han hecho evidente, tras la fuga de Miguel Herrero, que sus exigencias de democratización interna del partido no eran sino un ardid en beneficio del centralismo autoritario de Alianza Popular. Los liberales, por su parte, no han tenido éxito en el abordaje del partido, y hasta el presidente del Gobierno ha renunciado ya a apropiarse de un término que, en su actual versión, no se corresponde con las valiosas tradiciones políticas e ideológicas de una corriente doctrinal comprometida con los derechos humanos, sino con sus devaluados residuos. Las elecciones andaluzas, por si fuera poca, pincharon los globos de Soledad Becerril como líder política y de Pedro López Giménez como manager moderno y organizador capaz.
La deslealtad de los conservadores, que trabajaban en favor de una coalición controlada por Manuel Fraga, y el fracaso del centro liberal, forzaron a Calvo Sotelo a buscar el apoyo de los bien llamados azules (esto es, de los veteranos profesionales del poder enmadadros en los puestos políticos del apararato estatal desde tiempos de Franco), de los mal llamados socialdemócratas (por lo general altos funcionarios pertenecientes a los cuerpos de elite de la Administración pública), de los democristianos vinculados a Landelino Lavilla (que rechazan el liderazgo de Fraga y no quieren integrase en una coalición hegemonizada por Alianza Popular) y de los liberales centristas de primera hora, enfrentados con el recién llegados como Antonio Garrigues y Pedro López Giménez. La posibilidad de que todos estos mimbres, unidos a la recuperación del suarismo, pudieran ser tejidos para recomponer la deteriorada cesta de UCD, está todavía en el aire. Aunque la resolución del Comité Ejecutivo dé satisfacción a casi todas las exigencias de Suárez, hay que recordar que no ha sido la ideología sino el poder el elemento aglutinante del centrismo. La trilateral formada por el Presidente del Gobierno, Adolfo Suárez y Landelino Lavilla no discutirá, en los próximos días, sobre cuestiones doctrinales, sino sobre la manera de repartirse el poder en el Gobierno y en el partido, de designar los candidatos a las próximas elecciones y de rubricar un pacto básico de lealtades mutuas hacia el futuro. Pero la realidad desbordante para UCD es que ese poder que se reparte se le va a acabar casi con seguridad en las próximas elecciones generales. Con lo que los intentos desesperados de fuga hacia donde el poder anida, incluso en sus formas más groseramente fácticas, se ven así incentivados.
Desde el punto de vista de la estabilidad democrática, sería deseable que este último y casi desesperado intento de calafatear a la casi naufragada UCD tuviera éxito. El arreglo entre los tres dirigentes centristas tropezará, sin duda, con grandes obstáculos y enormes dificultades, entre ellas las desconfianzas y rencores engendrados por las feroces luchas intrapartidistas iniciadas en el verano de 1980. También provocará la estampida hacia Alianza Popular o la retirada a la vida privada de los que no puedan soportar el regreso de Suárez o de aquellos cuya cabeza haya sido puesta a precio por el ex presidente. Pero lo importante sería que UCD superase, de la mejor forma posible, su crisis interna, principal y casi único obstáculo para la necesaria disolución de las Cortes Generales en el próximo septiembre y la consiguiente convocatoria de elecciones legislativas. Que Manuel Fraga y Santiago Carrillo sean partidarios de un aplazamiento de los comicios hasta la primavera de 1983 sólo demuestra que las estrategias de bipolarización y los estrechos intereses partidistas pueden converger, en una desagradable tenaza, para tratar de evitar que unos discretos resultados electorales de UCD y un cierto progreso del PSOE mantengan en la deseable moderación pluralista y democrática nuestra vida pública.
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