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David Cubedo

Va a escribir uno esta columna con el más elegido respeto por el gran profesional que es, que ha sido, David Cubedo, locutor de radio, de cine, de televisión finalmente, durante todo el Régimen de Franco, voz que daba voz y no vagido a esa cosa muda que es una dictadura, palabra habitual en el oído de todos los españoles. Fraga ha fichado a David Cubedo, por una pasta, como voz oficial de toda su campaña electoral, como la voz suasoria que el propio Fraga pierde y Verstrynge no tiene.Es un fichaje profesional, sí, y ni siquiera he querido enterarme de si Cubedo, una voz legendaria de la radio, participa de la filosofía aliancista o solamente ha alquilado su oficio, pues lo que importa es la elección, el valor subliminal añadido de la música humana de la palabra, la incidencia del significante sobre el significado. Por esta elección como menor -Fraga no iba a contratar a un rojo, aunque un locutor sólo sea un instrumento, una estación repetidora- deduce uno toda la subliminalidad del mensaje/Fraga: puede no citar a Franco en ningún momento de su campaña, pero la voz de Cubedo estará convocando involuntariamente -o no, me es igual- las voces del silencio y los museos imaginarios del franquismo que todo español de mi edad para arriba lleva en el bolsillo del chaleco del alma.

El rudo Fraga ha sido fino en esto: ya que el nombre de Franco no vende o puede vender otra cosa y por su cuenta, el halago auditivo de una voz, la memoria involuntaria y colectiva van a ser movilizados para que la letra muerta de las mayorías naturales tenga música viva y nostálgica en tantos corazones mutilados y ex combatientes.

Por ahí va el rollo. Fraga, en el 77, cuando quería matarme de frío en las marisquerías del finisterre madrileño vendía Franco directamente, poniéndole al alma del difunto el cuerpo de Arias Navarro, como se viste de domingo a uno que van a enterrar.

Después, Fraga ha vendido franquismo residual, franquismo sociológico y otros surtidos y variantes.

Ahora hay que felicitarle por haber acertado con la quincalla más fina: el franquismo melancólico, subconsciente, la música para jóvenes carrozas y la nostalgia de los cuarenta, que Baudelaire, Octavio Paz y los existencialistas habrían llamado "nostalgia del fango". La voz de cuarenta años de silencio, la voz de David Cubedo -persona y profesional que levantan en mí todo respeto y admiración-, se alinea así con los himnos, las canciones de guerra y todos los irracionalismos y halagos sibilinos que la derecha, en sus formas épicas, ha utilizando siempre en sus titución de los argumentos o de los números. La izquierda ofrece esta dísticas, tradicionalmente, y la de recha ofrece músicas, retrosinfo nías, nostalgias vagas, melancolías confusas que ayudan a confundir la propia y siempre entrañable biografía con la historiografía política y general de un Régimen a lo mejor indeseable. Como la pequeña pieza musical para Proust, como los himnos campestres para las Juventudes Hitlerianas (caricaturizadas ya por todos, desde el corro sivo Hubert Fitche al reeditado/releído (Plaza/Janés) Curzio Malaparte), como la funesta Lilí Marléne recreada por el inolvidable Fassbinder, la voz de David Cubedo (Matías Prats, ahora con testado, con ocasión de los Mundiales, se limitaba casi a lo deportivo), va a llevar a muchas familias, regidas por ese tótem doméstico que es el reloj de columna, la condición suasoria y milenaria de la voz humana, el franquismo re ducido a la ceniza de sonido que es la voz bella de un hombre cansado.

Los convencionalismos, los reduccionismos y los sofismas malos de la campaña/Fraga van a tener la corroboración secreta y auditiva de una voz connotada y antigua. Ya que no Montañas nevadas, ya que no la letra franquista, Fraga compravende la música.

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