El Mundial
He recibido el insistente impacto televisivo de los Mundiales como los demás millones de españoles que estuvieron sometidos a esa múltiple presencia futbolística en nuestras pantallas. El juego como actividad humana, viene de muy atrás en la historia biológica de la especie. El hombre jugaba siempre, desde que despertó de las nieblas del antropoide y se encaminó a través de millones de años hacia la aurora de la razón y de la conciencia. Huizinga sentó hace años los fundamentos de lo que llamó el sentido lúdico de la existencia en su famoso ensayo. Allí señaló la presencia del juego en la actividad de muchos seres del reino animal y la condición jocular de la propia vida del hombre en múltiples vertientes de su actividad cotidiana, incluida la cultural.¿Cuántas notas esenciales pueden deducirse del fútbol, ahora que se ha convertido en un deporte universal de contemplación simultánea? Por de pronto, el hecho de que en su contenido hay una afirmación importante, el sentido del equipo, es decir, de la solidaridad entre los que forman cada uno de los bandos. En un país tan individualista como el nuestro, la presencia actuante de once hombres, concatenando su esfuerzo y su habilidad en favor de la acción de todos, es una invitación al trabajo en común. El fútbol es un ejercicio colectivo en que -teóricamente al menos- se deja hacer al que más probabilidades tiene de marcar un tanto. Todos tienen una responsabilidad global y obligación de ayudarse, jueguen en el ala izquierda, en la derecha o en el centro. Si uno cae, otro que espera le sustituye. Si uno consigue un tanto, los demás le abrazan y le estrujan. Existe un espíritu de compañerismo y de ayuda mutua en los que simbólicamente llevan los colores deportivos de la nación. ¿No es esa una buena lección de objetivos comunes que los que rugen en el graderío comparten?
Segunda nota: la libertad. Cada cual, dentro del equipo, tiene un cupo de libertad de iniciativa. Corre, se escapa, cambia de sitio, aprovecha la ocasión, engaña al adversario, sube de la defensa al ataque, baja de la delantera al área propia del peligro, y mantiene su albedrío de intuición y racionalidad durante la batalla. A veces su papel consiste en atraer gran número de jugadores rivales para descargar la libertad de movimientos de sus camaradas. Hay vedettes que actúan como procesos de fijación con su sola presencia en el campo. El fútbol es juego colectivo y juego de libertad. No se puede jugar por obligación, ni menos coactivamente.
Tercer punto: las reglas del juego. Se respetan de un modo absoluto las normas vigentes. Si usted quiere jugar al fútbol ya sabe lo que está permitido y lo que está prohibido. Estas reglas son estrictas y poco flexibles. Acaso sea la llamada ley de la ventaja la sola excepción importante. El público juzga la labor del árbitro en tanto que hombre que aplica las reglas según su entendimiento y criterio. Uno puede ser aficionado o detestar el fútbol y cerrar airadamente el botón de la televisión. Pero si se acepta el juego se aceptan las reglas. Sería impensable que de golpe un equipo se pusiera a jugar al rugby agarrando la pelota con las manos y placando a los jugadores contrarios con brazos y piernas por haberse equivocado, confundiéndose de deporte. Aquí pasa como con el sistema democrático, que si se acepta hay que respetar sus reglamentos y sus resultados numéricos. Pero no confundirlo con, la lucha libre, el catch-can o el judo. Valery decía que frente a las reglas de un juego no cabía ningún escepticismo.
Cuarto punto. la universalidad. La electrónica ha revolucionado profundamente nuestros hábitos de vida por haber introducido el tiempo real de la simultaneidad en los acontecimientos del mundo entero. Si los tristes episodios de las guerras y de las violencias nos hacen espectadores instantáneos de la barbarie humana a través de meridianos y paralelos, los grandes espectáculos deportivos convierten a buena parte de la población de la Tierra en un estadio gigantesco de participación apasionada. El salto atlético de un jugador neozelandés en el césped de Málaga hace estremecerse de emoción al seguidor entusiasta de los, antípodas. Hay una compartida sensación planetaria que conecta las reacciones entre públicos distantes y desconocidos.
El deporte universalizado, ¿promueve el pacifismo entre los pueblos? ¿Será este Mundial un paraíso a la sombra de los cohetes nucleares? Hay quienes afirman lo contrario: que los campeonatos exaltan las rivalidades nacionalistas, exacerbando las tensiones patrióticas. Giménez Caballero llamó chulescamente al fútbol hace: muchos años la guerra con preservativo. Montherlant pensaba ante las primeras olimpiadas de los años veinte, después de la guerra mundial, que servirían para acentuar los enconos entre los adversarios y en ningún caso para ayudar a la paz. Personalmente creo que la concatenación universal deportiva es un factor positivo en el mutuo entendimiento de los pueblos y que servirá mejor a lo pacífico que a lo guerrero.
El deporte es disciplina física, ascetismo preparatorio, concentración psicológica, privación gastronómica, existencia ordenada. Algunos han deducido que la cultura del cuerpo equivalía a la ética del espíritu. Pierre de Coubertin puso esa cuestión en claro al distinguir entre el carácter y la virtud. "Las cualidades de carácter no brotan del ámbito moral ni del dominio de la conciencia", escribió. La ascesis castigaba y desdeñaba al cuerpo. El deporte perfecciona y magnífica el cuerpo. Puede ayudar a la moral, pero sólo de un modo indirecto.
¿Por qué corren once hombres tras un balón incansablemente? La pelota de aire protegido por el cuero tiene algo de esfera mágica. Millones de hombres y mujeres quedan hipnóticamente sujetos durante noventa minutos al zigzagueante recorrido de ese diminuto objeto que condensa todas las miradas. En un fenómeno de sugestión colectiva que produce al contemplarlo una sorpresa inefable. La leyenda danesa asegura que Niels Bohr, el gran físico atómico, intuyó una interpretación del comportamiento de las partículas electrónicas asistiendo a un partido de fútbol en su país. Mi opinión es que el televidente queda prendido en los saltos y aventuras de la bola blanquinegra y se subroga en el curso habitual con la fuerza de un barrido de los escenarios de la rutina mental.
El autor del Homo ludens explica el orden propio que el juego impone con su mismo desarrollo. De ahí su factor estético, que tiende a convertirse en espectáculo de belleza. "El juego oprime y libera, arrebata, electriza, hechiza. Está repleto de las dos cualidades más nobles que el hombre puede encontrar en las cosas y expresarlas: el ritmo y la armonía".
En todo gran espectáculo multitudinario hay un elemento de culto, una celebración. El fútbol masivo, de estadios repletos, con audiencia de cientos de millones, tiene algo de conmemoración sacra realizada en recintos cerrados y en liturgia deportiva limitada en el tiempo. Es la fiesta del estar en forma somático y del arte habilidoso de ganar al adversario. No sé qué huella dejarán los Mundiales en la vida española. Probablemente escasa, desde el punto de vista del impacto político, pese a las opiniones de ciertos cronistas. Pero la densidad de su presencia televisiva habrá servido para traer una bocanada de atletismo tenso y activo, de ímpetu viril, de coraje físico, de maestría acrobática y de elegancia corporal a nuestros renovados campos de competición y a nuestras tan discutidas pantallas.
Ese mensaje es, de suyo, positivo entre los muchos y contradictorios que reciben las generaciones jóvenes cotidianamente. Dejando a un lado el negocio publicitario, las tramas financieras, el teje maneje de los traspasos y los flecos de la picaresca que constituyen el trasfondo del acontecimiento, el Mundial es el foro universal en que se encuentran los hombres que juegan para que cientos de millones de otros hombres se identifiquen mentalmente con su esfuerzo y su voluntad. La vida es sueño. Pero también la vida es juego.
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