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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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La economía mundial, entre la inflación y la deflación

La inversión de las tendencias de los precios ha producido sus efectos más espectaculares allí donde menos se esperaba: en la fase de producción. Numerosas empresas relacionadas directa o indirectamente con el petróleo habían proyectado sus programas de inversiones contando con un aumento indefinido del precio del oro negro. Nunca se habían perforado tantos pozos nuevos en Estados Unidos y Canadá como en el año 1981. Esta intensa actividad de prospección sufrió un súbito frenazo en el curso de los últimos meses, lo que ha supuesto el cierre del 20% de los pozos y la ruina de muchas empresas especializadas en la fabricación de equipos para la industria petrolera. Estas empresas, nacidas, como hongos, a golpe de créditos, se han mostrado muy vulnerables a los primeros signos de la crisis, que afectaba un sector al que la mayoría de los observadores pronosticaba un brillante porvenir.El bloqueo de la OPEP

Para un país como Canadá, que había centrado su desarrollo en los años venideros, sobre la explotación de nuevos yacimientos de hidrocarburos, el cambio de orientación del sector Petrolero ha revestido tintes dramáticos. La región de Alberta, antaño un nuevo Eldorado, presenta hoy día el índice más elevado de quiebras del país. Pero, a pesar de ello, la opinión general es que podría haber sido mucho peor. Si el precio del barril se hubiera reducido a veinte dólares en el mercado libre (y no a más de treinta), como se esperaba antes de la reunión de la OPEP en Ginebra, en el mes de marzo hubiéramos podido asistir a una auténtica catástrofe económica y financiera. Ante la deflación que amenaza a la economía mundial, el grupo de países productores que, bajo la guía dee Arabia Saudí, consiguió detener la baja mediante una importante reducción del ritmo de extracción se nos presenta como un medio de bloqueo muy util, casi podríamos decir indispensable. Una fuerte reducción de los precios del petróleo hubiera podido precipitar al caos a sectores ya claramente orientados a la baja, como el del oro y los de otras materias primas.

Otros sectores especialmente afectados por la crisis quisieran poder seguir el ejemplo de la OPEP. Tal es el caso del sector químico industrial, que, en los dos últimos años, no ha hecho sino acumular pérdidas. Las más recientes tentativas de elevación de los baremos acabaron en un resonante fracaso, lo cual parece indicar que ha llegado la hora de recortar a fondo el ritmo de producción.

No debemos, pues, extrañamos de que en estas condiciones, y a nivel global (siempre hay afortuna das excepciones), el mundo occidental no consiga recuperar su nivel de inversiones. Ciertos analistas norteamericanos han aislado recientemente tres características comunes a las empresas afectadas cuya situación han tenido ocasión de examinar: una política agresiva de expansión financiada por créditos a corto plazo; desarrollo centrado en un producto o mercado únicos y un director general de mucho carácter empecinado en hacer sólo su voluntad, sin cuidar se de las reglas de la prudencia en la gestión financiera. ¡Qué lejos quedan las enseñanzas de las business schools de la época de prosperidad! Sin exagerar mucho, podríamos decir que el retrato-robot de las empresas que ahora fracasan parece una copia del de las que triunfaban en la década de los sesenta y principio de la de los setenta.

Es del dominio público en Estados Unidos que una decena de las empresas industriales o comerciales más fuertes están al borde de la quiebra, si es que no se encuentran ya virtualmente en suspensión de pagos. En los medios financieros se piensa que la suerte de éstas empresas hace cernirse sobre el sistema bancario una amenaza más grave que la situación de los Estados actualmente insolventes, aunque la Prensa hable mucho más de estos últimos porque la evolución de sus deudas adquierer muchas veces un carácter político. Durante el año 1981, International Harvester (cuyo presidente acaba de dimitir), una de las grandes empresas que en peor situación se encuentra, fue incapaz de hacer frente al pago de 3.400 millones de dólares en concepto de préstamos vencidos. Para evitar la quiebra, los bancos le han concedido unas facilidades que no son en realidad otra cosa que una moratoria, con la esperanza de una recuperación económica, que no termina de producirse, y de una fuerte reducción de los tipos de interés, que tampoco parece estar a la vuelta de la esquina. Esta moratoria afecta a una cifra importante, ya que la cantidad que se cita equivale, aproximadamente, a las tres cuartas partes de las deudas de Polonia el año pasado, y cuyo reembolso se ha escaslonado a lo largo de un período muy largo (International Harvester se ha visto mucho menos favorecida).

Los Estados, por definición, jamás desaparecen. Esa es la razón de que, por muy desesperada que pueda parecer la situación de ciertas naciones endeudadas, inspira mucha menos inquietud que la de las empresas privadas que se encuentran en situación similar. Por otro lado, es raro que los países no paguen los intereses de sus deudas. Actualmente se citan los casos de Costa Rica, Corea del Norte y Zaire. Pero el panorama financiero internacional se ensombrece de mes en mes. Este año, México deberá pagar en concepto de intereses por su enorme deuda exterior (que es la más importante del mundo y asciende a 70.000 millones de dólares) una suma del orden de los 17.000 millones de dólares, equivalente a la totalidad de sus ventas de petróleo. El déficit presupuestario es enorme: más del 12,5% del PNB.

Este país devaluó su moneda un 40% en febrero pasado, lo que significa que los pagos a realizar al extranjero casi se han duplicado si los calculamos en pesos. El mayor grupo de empresas privado mexicano se ha declarado en quiebra recientemente. El desarrollo de los países en vías de industrialización se ha realizado sobre la base de créditos bancarios internacionales, como es el caso de Brasil. Era el único medio posible, si pensamos que incluso en los países tradicionalmente capitalistas el ahorro no produce, ni con mucho, una cantidad suficiente de fondos propios. Desde este punto de vista, la formidable progresión del endeudamiento internacional nos parece sólo un caso particular, encuadrado dentro de un fenómeno general.

Activos bancarios verdaderos y falsos

Ahora bien, el aumento del endeudamiento determina sus propios límites debido a los problemas que acaba por crear. Eso es lo que sucede a nivel internacional: la actitud de los bancos ha cambiado profundamente en los últimos meses, y el temor al riesgo prevalece ahora sobre las consideraciones de posibles ganancias.

Se tiene la impresión hoy día de que el sistema bancario, al conceder facilidades de pago a sus deudores, sean éstos empresas privadas o Estados, está evitando gran número de bancarrotas. Al hacerlo así, los bancos continúan acumulando en sus activos lo que los americanos llaman eufemísticamente non-performing assets, es decir, literalmente, activos que no reportan beneficio alguno, sino que más bien representan créditos a amortizar. Si estos créditos se gestionaran de la forma normal, desaparecería una buena parte de los beneficios de los bancos. Así pues, las probabilidades de evitar, en las circunstancias actuales, una grave crisis financiera se apoyan en la capacidad de los bancos para soportar esta carga. La situación no es básicamente mejor en países como Francia, en los que el papel del Estado enmascara más que elimina la fragilidad de las economías de las empresas, privadas de la sólida base de unos fondos propios suficientes. Para ayudar a las empresas deficitarias que acaba de nacionalizar (Rhône-Poulenc, Pechiney, Usinor, Sacilor, etcétera), el Estado francés ha obligado a los bancos (también nacionalizados) a concederles 6.000 millones en préstamos participativos. Estos préstamos, que no son movilizables, y cuya rentabilidad es dudosa, contribuirán a desequilibrar los presupuestos bancarios.

Una crisis más difícil

Todas las grandes crisis económicas del pasado se originaron por desequilibrios de los sistemas financiero y monetario. La que ahora atravesamos no es una excepción, aunque haya otros factores que agravan aún más las dificultades de las industrias más vulnerables, como es la competencia de los países recién industrializados (cuya contribución constituirá, a largo plazo, un elemento muy positivo para la economía mundial en conjunto). Para desbloquear la situación será necesario que se produzca una sensible mejora en el punto en que se han acumulado las tensiones causantes de la ruptura.

Por esta razón, la cuestión de los tipos de interés adquiere ahora una importancia primordial. Una mejoría en este punto provocaría la inmediata recuperación de los mercados financieros y bursátiles, lo cual aliviaría las tensiones precisamente allí donde son más peligrosas, es decir, en el sector de la producción.

En los medios de la Casa Blanca se está llevando a cabo actualmente un nuevo análisis que, desgraciadamente, parece ser tan erróneo como todos los que se han propuesto hasta ahora como justificación de los planes del presidente. La redución de los impuestos directos, que entrará en vigor a partir del 1 de julio proximo, deberá provocar, en opinión de los expertos oficiales, un aumento del ahorro, que se reflejará en un principio en las suscripciones de los bonos del Tesoro y otras obligaciones emitidas por el Gobierno (a causa de su excelente rentabilidad en la coyuntura actual y de la total seguridad que ofrece este tipo de inversiones). De esta forma se facilitaría considerablemente la financiación del importante déficit presupuestario que tanto y tan justificadamente preocupa a Wall Street. La reducción de los tipos de interés sería el resultado de este aporte de liquidez al mercado. Lo cierto es que nadie puede prever el uso que harán de sus fondos los beneficiarios de las reducciones tributarias y que las necesidades de crédito del Tesoro son de tal magnitud que la distensión definitiva del mercado sólo podrá conseguirse si se reducen los gastos o se aumentan los ingresos de forma permanente. El nuevo análisis ad hoc parece una nueva ficción destinada a persuadir al mundo político de que se puede remontar la situación sin exigir sacrificios al pueblo americano, especialmente de tipo fiscal.

Este análisis nos recuerda a las primeras doctrinas que florecían en Washington cuando Reagan se instaló en la Casa Blanca. La simple perspectiva de una fuerte reducción de los impuestos directos (especialmente de las tasas marginales) había de provocar una recuperación de las inversiones y de la economía, que, a su vez, daría lugar a un aumento de los ingresos fiscales, con la consiguiente reducción del déficit. Todos recordamos en qué terminaron estas previsiones tan optimistas.

Para poner de nuevo en marcha la maquinaria, los Gobiernos contaban hasta hace poco con una receta muy fiable, que consistía en aumentar el gasto público y relajar las restricciones a los créditos. Esta política acaba de fracasar en Francia. En Estados Unidos supondría unos riesgos enormes. Un nuevo aumento de la inflación provocaría sin duda, a plazo no muy largo, una pronunciada alza de los tipos de interés (después de una baja provisional). De no producirse una reacción inesperada por parte de los Gobiernos que se enfrentan con el problema del aumento masivo del paro, no parece que puedan reunirse las condiciones necesarias para salir de la recesión.

Paul Fabra es especialista de temas económicos en el diario Le Monde.

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