Los 'diez' examinarán hoy la contribución presupuestaria británica a la CEE
Hoy, lunes, en principio, los diez de la comunidad Económica Europea (CEE) debieran reanudar el examen de la contribución británica al presupuesto europeo. A partir de ese momento, a la vista de la actitud británica, empezará a calibrarse sobre el terreno si la actual y profunda crisis comunitaria conducirá a un reforzamiento de la construcción europea o, por el contrario, a un proceso de descomposición. Los progresos y sobresaltos de la realización del Tratado de Roma, un cuarto de siglo después, en gran medida, han sido protagonizados por el duelo franco-británico, que hoy vive quizá su momento álgido. Francia, en esta nueva confrontación entre el Reino Unido y los otros nueve miembros, ha ganado una batalla, pero no la guerra.
De inmediato, la crisis europea plantea el problema siguiente: ¿va a someterse el Reino Unido a la decisión, por mayoría cualificada de los nueve, de aplicar los precios agrícolas y, consecuentemente, aceptará la discusión sobre su contribución al arca comunitaria? A largo plazo, la interrogación alumbrada por la crisis del momento es consecuencia de la anterior: ¿qué ocurrirá más adelante si el uso de la mayoría cualificada, en vez de la unanimidad, se revuelve zontra otro país miembro? Estas los preguntas, en pocas palabras, ponen en entredicho las instituciones comunitarias.El desafío de Mitterrand
Por ello, Francia, en perfecto acuerdo con la República Federal de Alemania (el presidente François Mitterrand y el cánciller Helmut Schmidt se concertaron durante el fin de semana pasado), desafió a la primera ministra británica, Margaret Thatcher: "O se pliega usted, o se va de la Comunidad", vino a decirle Mitterrand el miércoles último.
El futuro inmediato hablará con hechos. De momento, el socialismo a la francesa estima que, en primer lugar, ha dado una prueba indiscutible de su buena fe europea y, después, que, con la colaboración de los demás miembros, "ha llevado a las cuerdas a Thatcher", según fórmula de un alto funcionario del Ministerio de Exteriores.
La primera ministra, en efecto, en opinión de París, ha patinado dos veces seriamente: primero, al aceptar los precios agrícolas para, acto seguido, condicionar su aplicación al cheque que solicitaba de los nueve para paliar su cotización presupuestaria. El tándem Mitterrand-Schmidt ha respondido, en términos comunitarios, más eficazmente que el formado en otros. tiempos por el cancillar,y el ex presidente Valery Giscard d'Estaing, segundo patinazo de la primera ministra; esta vez, la cantilena ya histórica: "La culpa es de los franceses", no es de actualidad, puesto que a Francia la han seguido los demás miembros de la Comunidad. El ganador, por ahora, es Mitterrand, que, por afiadidura, se recalca aquí, ha sido el mejor aliado de los británicos en el conflicto de las Malvinas y, más aún, desea que el Reino Unido continúe siendo miembro de la CEE. Para ello, el ministro de Relaciones Exteriores, Claude Cheysson, ya ha adelantado que son posibles arreglos del contrato de adhesión del Reino Unido a la CEE. Estas modificaciones bventuales no se conocen, pero cree saberse que irían en el sentido de un estatuto especial, que permitiría a los británicos cooperar plenamente en el plano político, gozando de una especie de asociación económica a determinar. Una componenda de este estilo posiblemente provocaría reivindicaciones por parte de algunos miembros actuales, como Grecia, y alteraría el proceso negociador que conducen los candidatos a la adhesión, como España y Portugal.
En espera de la próxima entrega de esta novela comunitaria, se observa cómo a lo largo de los treinta años de balbuceos, realizaciones, crisis, miserias nacionalistas o exaltaciones supranacionales, la historia de la CEE ha sido, ampliamente, la historia de dos intereses: el francés, que siente Europa por su enraizamiento total en el continente, y el británico, que vive en Europa como por casualidad. El general Charles De Gaulle, el gran enemigo de la adhesión británica, recordaba sin cansarse que Churchill, durante la última guerra mundial, le repetía una y otra vez: "Si un día tengo que escoger entre Europa y el gran largo, escogeré el gran largo". La imagen del león británico, hoy, ha amarilleado, pero aún no se ha descompuesto.
Fue en 1950 cuando el francés Robert Chuman hizo el llamamiento para la creación de la Comunidad Europea del Carbón y el Acero, prefacio de lo que iba a ser la CEE. La iniciativa dio lugar al primer no británico. Londres prefiríó sus relaciones con los países de la, Commonwealth, que le vendían sus productos agrícolas y le compraban sus bienes de equipo e industriales. En 1956 nacía la CEE, con la firma del Tratado de Roma, y, tres años después, los británícos creyeron haber encontrado el arma adecuada para combatir la Comunidad en marcha: la Asociación Europea de Libre Cambio (AELE), creada con seis países más, exteriores al Mercado Común. El artificio no fue más que eso, y en 1961, Londres, por primera vez, solicitó su ingreso en la CEE. Esta primera intentona fue baldía. Francia empezaba a vivir la consolidación del gaullismo y el crecimiento de la CEE.
En 1967, una vez más, contritos, los súbditos de Su Graciosa Majestad volvieron a golpear las puertas de la Comunidad, y De Gaulle, en esta ocasión, les dijo que era necesario que, antes de nada, reequilibraran su economía. Tuvo que morir el general para que, su sucesor, Georges Pompidou, levantara el veto francés y, en 1973, el Reino Unido ingresó oficialmente en la CEE. La luna de miel fue breve. Durante los primeros afíos de su nueva ciudadanía europea las islas consiguieron aumentar su producto nacional bruto y disminuyeron el paro, pero una componente esencial de la década de los años setenta se reveló inmediatamente como el germen despertador del particularismo británico: la crisis mundial dio al traste con la belle epoque que la CEE había vivido durante los dos lustros anteriores, lo que reavivó en el área comunitaria los egoísmos nacionalistas y el cada uno para sí mismo. A esto se afiadió el declive británico, ilustrado por el desmantelamiento de su industria. Y todo ello fraguó el primer conflicto, británicos -comunitarios, con motivo de la fijación de los precios agrícolas en 1979, con París como enemigo número uno. Fue el primer plante de Londres el que forzó el comienzo de la reforma de la Comunidad, aún en curso, que después se manifestó como el obstáculo mayor para la ampliación de la CEE. El tercer choque entre Londres y Bruselas, protagonizado por Mitterrand y Thatcher, parece abocado a despejar el porvenir comunitario, aunque no se sabe aún en qué dirección.
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