Intelectuales franceses y gobierno socialista
Cada vez son más los que me preguntan acerca del clima extraño y opresivo que reina en el seno de la intelligentsia francesa desde el pasado 10 de mayo. En Italia y España, pero también en América Central y Suramérica, muchos amigos se sorprenden ante este silencio insistente, insolente diría yo, que oponemos desde hace casi un año a nuestra izquierda triunfante. Se inquietan incluso, me dicen, por este estado de torpor, de languidez, casi de estupor, en el que nos ven sumidos a nosotros, los intelectuales de izquierdas y parisienses. ¡Pues qué!, exclaman. ¿Ha ganado Mitterrand y ponéis caras largas? ¿La izquierda ha empuñado las riendas y vosotros arrastráis los pies? ¡Qué increíble, qué extraordinaria diferencia de clima con la época del Frente Popular, cuando todos los intelectuales se apiñaban alrededor de León Blum! Y cuán misterioso es, por decirlo de una sola palabra, este divorcio entre príncipes y profetas, porque, pensándolo bien, no ha habido ni un solo gran intelectual que, en un año de estado de gracia mitterrandista, haya sido tocado de manera real, duradera y sincera por la gracia del Estado socialista...Ahora bien, de facto, ¿por qué -sí, ¿por qué?- esta ruptura? ¿Por qué este malentendido? La explicación que se suele dar, y que han popularizado por lo demás los propios socialistas, no es sino una explicación de intelectuales atrasados, cegados e incluso un tanto pánfilos, que, al igual que el, célebre pájaro de Minerva hegeliano, sólo levantan una vez más el vuelo cuando ya ha caído la noche. Por mi parte, considero que esta explicación es falsa, y no creo que permita dar cuenta del silencio de nuestros jefes de fila intelectuales. Opino, por el contrario, que para comprender algo de este enigma es absolutamente necesario cambiar de disco. Y me dan ganas de decir a mis amigos españoles o americanos que ya es hora de que reconsideren su punto de vista y no piensen: "Los intelectuales callan porque el acontecimiento se les ha adelantado", sino todo lo contrario: "Los intelectuales se mantienen en guardia, desconfían y se preservan porque el acontecimiento ha llegado, en verdad, retrasado con respecto a lo que han dicho, escrito y pensado desde hace años"...
Es siempre muy delicado, y soy consciente de ello, proceder a generalizaciones tan precipitadas. Sin embargo, no creo correr un gran riesgo al afirmar que nada permitía presagiar, en el movimiento de las ideas francesas de los últimos años, que volverían algún día en Francia, a principios de la década de los ochenta, el nacionalismo, la xenofobia y el antiamericanismo culturales de, por ejemplo, los maurrasianos de los años treinta. Tampoco creo equivocarme mucho al recordar, a la inversa, cómo hace algunos años, en pleno arrebato libertario de las manifestaciones de mayo de 1968, toda una generación, la mía, había empezado a reconocer en la idea, en la palabra misma de socialismo entendida en su sentido clásico, una viejísima luna de papel que sólo servía, en el mejor de los casos, para adornar las testas de nuestros futuros príncipes de la sonrisa. Y espero no asombrar a nadie, por último, al evocar la patética odisea de otra generación, la de los socialistas que actualmente ostentan el poder en Francia, que, cansada de política y debilitada por la lucha militante, ha pagado, a fin de cuentas, su triunfo a costa de un tenaz, profundo y vertiginoso arcaísmo ideológico...
Citemos, a título de ejemplo, el caso de nuestro actual primer ministro, Pierre Mauroy, con su extraño sueño, que nos confía, de un socialismo que volvería a la tradición -cito textualmente- de la política de la gallina en la olla". Con su obstinación, día tras día, y ante los públicos más diversos, de presentarse como el portavoz de las buenas o las honradas gentes. Con esa increíble profesión de fe del pasado 11 de noviembre, cuando, rodeado de antiguos combatientes de 1914, exclamó -sigo citando textualmente- que "gracias a los soldados de la Gran Guerra cada uno de nosotros comprende mejor lo que nos une profundamente". No sé lo que semejante profesión de fe puede evocar para un intelectual español. Tampoco sé si se da perfecta cuenta de toda la sal que contienen esas declaraciones. En Francia, en cualquier caso, no podemos evitar oír el acento de lo que llamamos el poujadismo. Resuena en él el eco del culto a los muertos, cantado por el escritor de extrema derecha Maurice Barrés, con una tonalidad que, para oídos un tanto prevenidos, no puede dejar de recordar los buenos y viejos discursos del mariscal Pétain. Nada más lejos de mi intención, por supuesto, que hacer de Mauroy un petainista: quiero decir, simplemente, que hay en su voz, sí, en su voz simplemente, algo que no puede por menos de resultar insoportable para los intelectuales parisienses.
Tanto más cuanto que el socialismo a la francesa, hecho aún más inquietante, tampoco tiene gran cosa que ver con esa izquierda razonadora, rigurosa, teórica y, para decirlo todo, marxista que, bien mirado, podría, al menos en las universidades, atraerse a algunos intelectuales. Otra cosa que quizá sorprendería al observador extranjero es que, de hecho, sería vano buscar en las declaraciones de nuestros ministros la más mínima alusión a ese famoso colectivismo con el que pretende asustarnos machaconamente, día tras día, la oposición parlamentaria. No estoy muy seguro de que los socialistas no se estén engañando a sí mismos cuando, en el Congreso de Valence, por ejemplo, se escudan en la postura, en el papel del procurador leninista y sólo formulan extrañamente modestas e inocentes baladronadas. Porque, en verdad, lo más sorprendente en su ideología es, sobre todo, la persistencia de algunos de los temas más antiguos de nuestro socialismo nacional. Es menos de temer ese socialismo duro que obsesiona a los hombres de bien que un socialismo blando, un socialismo soft, un socialismo a la francesa que restableciera discretamente algunas de nuestras tradiciones políticas más reaccionarias. Para decirlo con claridad y en dos palabras, me preocupa mucho menos una imaginaria radicalización que una inminente, amenazadora y colosal regresión intelectual...Y digo bien: una regresión intelectual. Porque me remito, como prueba de ello, a la política propiamente cultural del Gobierno socialista. La idea misma de una política cultural es ya en sí una idea regresiva. Por el control estatal que supone, por el conformismo que implica, por los Modelos comunes que destila y difunde, semejante política sólo puede resultar perjudicial para la singularidad de los creadores. Pero aún hay más. Se da la circunstancia de que esta política cultural es también una política nacionalista. Pusilánimemente encerrada en sí misma. Profesadora de un odio sordo contra todo lo que ya se está llamando, aquí y allá, el cosmopolitismo cultural. Hundida cada vez más en una furiosa temática antiamericana. Y da la casualidad de que este antiamericanismo es también uno de los -temas más queridos de la extrema derecha francesa. Lo que aquí se llama la nueva derecha se albandona gustosa al mismo delirio, verbal favorable a la latinidad y hostil al arte o a la literatura anglosajones. Es más, se trata de una vieja cantilena de la Acción Francesa de los años treinta, con esamezcla de arcaísmo, de patriotería, de indiferencia por lo moderno y de rechazo de todo cuanto - odría asimilarse a un internacionalismo estético. Entonces, ¿cómo pretender que los intelectuales no se percaten de estas convergencias? ¿Que no, muestren su repugnancia ante esta mezcla de izquierdismo insulso y derechismo vergonzante? ¿Que no vuelvan la espalda a un proyecto cultural tan contrario a todo lo que aman y creen? ¿Y que el pensamiento francés, a este paso, no empiece a marchitarse muy suavemente?
De hecho, no es ni mucho menos fruto del azar, a mi modo de ver, que en ese preciso momento, un Althusser ocupe discretamente su lugar en la larga cohorte de esos intelectuales triturados, desesperados y casi dostoievskianos que ha producido regularmente a lo largo de su historia el Partido Comunista francés. Que extraños sepultureros se afanen alrededor del cadáver de Jacques Lacan con el flirme propósito de enterrarlo, olvidarlo y hacerlo desaparecer limpiamente. Que Michel Foucault, otro de nuestros muy grandes maestros, guarde tan extraordinario silencio y se vea convertido, poco a poco, en una especie de vago experto en asuntos penitenciarios, al que se viene a consultar discretamente una vez al año, por seguir la costumbre. Que, en este desierto, este paisaje de ruinas y vestigios, sólo emerja una única figura, auténtico fénix salvado de las aguas socialistas, vencedor paradójico de este gigantesco juego de matanza y primer profesor de Francia, por lo demás tristemente plebiscitado por la república de los profesores: estoy hablando de un hombre, Raymond Aron, por el que siento gran estima, pero cuya súbita promoción me parece exagerada y, al mismo tiempo, indicativa de la miseria intelectual dominante.
Pero que vuelva la calma. No digo que todos estos fenómenos estén mecánicamente correlacionados. Me guardaré mucho de atribuir el ocaso del gran pensamiento estructuralista o la gloria casi póstuma del.triste escepticismo aroniano a los únicos efectos de la malignidad de Jack Lang. Pero, sin embargo..., creo, a pesar de todo, que hay más relación de lo que se piensa entre la locura de nuestro máximo teórico marxista, convertido en una especie de poseso, y las peripecias de la unión de la izquierda. No estoy seguro, ni mucho menos, de que la liquidación de una herencia teórica y analítica por añadidura -me refiero, claro está, a Lacan- no haya surtido albsolutamente ningún efecto sobre el estado del mundo universitario. Creo que todo está íntimamente relacionado, que todo se entrecruza y responde a una lógica impl acable, aunque en ocasiones. indescifrable y erizada de tenaces y persistentes oscuridades. Veo, adivino más bien, una constelación de signos, de innumerables indicios, que, cada uno a su modo y en su órbita, atestiguan la misma regresión. La derecha, queridos amigos españoles y suramericanos, no está siempre ni sólo donde se cree que está. También se halla presente en la izquierda, y a ella se dirige nuestro obstinado rechazo. La salvación de la izquierda, y quiero decir de toda la izquierda europea, sólo será posible, en mi opinión, a ese precio...
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