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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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Día de Europa: aniversario de una ausencia

Al llegar el mes de mayo, los europeístas españoles no suelen ponerse de acuerdo en la fecha más idónea para conmemorar el Día de Europa. Mientras que unos no dudan en seguir manteniendo el día 5, aniversario -este año el 33- de la firma en Londres del tratado que pusiera en marcha el Consejo de Europa; otros -y aquí no faltan nunca los que consideran sinónimos los términos Europa y Mercado Común- optan por el 9, efeméride ésta en la que, hace 32 años, Robert Schuman proponía la creación de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero (CECA), base indiscutible de la posterior construcción comunitaria.Yo, que soy de los que votan por el día 5, no vería mal, sin embargo, que se instaurase la Semana de Europa, lo que, al menos, solucionaría el dilema en aquellos años en que en la misma coincidieran ambas efemérides.

Desafortunadamente, la integración europea sólo es hoy en España, como también, aunque en menor medida, en Europa occidental, una cuestión eminentemente internacional, un asunto que manejan, no siempre con la transparencia que sería de desear, una elite político-empresarial. que mueve, con mayor o menor habilidad, los hilos maestros de lo que nos suelen presentar como una abstrusa operación técnico-diplomática que, además de sus componentes, sólo sigue de cerca un restringido y selecto grupo de adelantados, muchos de ellos funcionarios, imantados por una apetecible gama de expectativas profesionales en absoluto desdeñables. Se trata de los eurócratas españoles del futuro.

El resto -como tantas veces ya sólo, queda todo el pueblo español- sigue al margen, a pesar de la enorme importancia del asunto. Importancia que, por cierto, no es óbice para que, en su calidad de materia internacional, esté vetada a la iniciativa, legislativa popular por el artículo 87/3 de la Constitución. El mismo que, al considerarnos menores de edad para la cosa internacional con nuestro asentimiento, nos impidiera la consulta popular ante el ingreso en la OTAN a pesar del paripé de las firmas.

El hecho es que términos como Europa, integración europea, Mercado Común, CEE, Consejo de Europa, comunidad, etcétera, son tan familiares como confusos para la gran mayoría de nuestros conciudadanos, que se limitan a hacer con ellos un hatillo en el que no faltan quienes les confunden, incluyendo la OTAN.

Hatillo conceptual intelectualmente esquivo que, sin embargo, se intuye como clavo ardiendo que resulta inevitable asidero político a modo de penitencia nacional impuesta por el altivo confesor europeo que, aunque ya nos considera contritos, no se decide aún a absolvernos por razones ajenas al pecado.

Hacer partícipe al pueblo

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Lejana ya la, en tantos casos, desconocida o hábilmente anestesiada aspiración federalista, y aún más utópico que nunca el viejo sueño europeo y mundialista del federalismo integral de los Alexandre Marx, los Dandieu, los Rougemont y tantos otros hombres del futuro, la integración europea, anclada hoy en el Mercado Común, pugna por encontrar la voluntad política capaz de ponerla otra vez en movimiento. Si la hay, no faltarán en el sistema comunitario los mecanismos de todo tipo aptos para transmitir el impulso necesario.

Pero nada será posible sin vincular a los ciudadanos europeos a esta tarea de enorme envergadura, sin dar entrada en el juego de fuerzas a los regionalismos que tanta eficacia han demostrado para racionalizar la convivencia dentro del Estado, sin reivindicar la presencia vigilante y crítica del individuo fuera de sus fronteras, única vía de propiciar decididamente la democratización del orden internacional.

Podremos, ingresar en el Mercado Común, pero poco avanzará la idea europea si no logramos hacer partícipe de ella al pueblo europeo y por lo que a nosotros nos atañe más directamente, al pueblo español. Y la única vía, el primer escalón de toda estrategia europeísta pasa, en nuestro país, por explicar didácticamente el sentido de la integración europea, dejando, claro el norte.

Por eso no debemos limitamos los europeístas militantes a pedir, con ocasión y sin ella, entrar en Europa, que bien sabemos nosotros que Europa no es una puerta a la que se llama ni un recinto al que se accede; Europa es una vieja utopía que se construye, un proyecto razonable que realizarán los pueblos cuando cambie radicalmente su concepción del Estado, su concepción de la democracia.

Luis de la Rasilla es profesor de Derecho Internacícinal en la UNED. Membro fundador de la Asociación para la Integración Europea.

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