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Tribuna:GENTE DE LA CALLE
Tribuna
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El fumador

Dicen que los animales salvajes forman con sus deyecciones una barrera invisibles, pero olfateable, que marca el terreno en el que sólo pueden entrar parientes y amigos. El fumador también lo tiene; forma a su alrededor una nube protectora, es la nube de humo que indica el lugar de goce y de complacencia del hombre o de la mujer que fuman.Cuando el fumador avanza va rodeado por esa nube que adelanta su humanidad por todas partes. Los sociólogos han revelado que el comportamiento humano no admite un acercamiento excesivo del vecino. Siempre se observa el espacio vacío de unos centímetros entre los que guardan una fila o entre quienes van en el mismo ascensor. Pero el humo rebasa ese círculo invisible que protege al individuo, se introduce en el ambiente nuestro se quiera o no. Es una actitud personal que invade la ajena. Por eso aquel taxista de Nueva York puso bajo el cartel "Por favor, no fumar" algo que contestara a la protesta antes de ser formulada: "Su libertad de fumar termina donde empieza mi olfato".

A mí me gusta hablar con los fumadores españoles de su vicio; me despiertan cierta ternura, la misma que me inspira un hombre enamorado de una mujer que no le corresponderá nunca. Como ése, el fumador se niega a ver la realidad que sacrifica, como se decía antes, "en aras de su pasión". La ceguera que tantas veces se atribuye al herido por Eros se encuentra igualmente entre los clientes del doctor Nicot. Por ejemplo, la negación de la evidencia:

-Tú sabes que el tabaco causa el 25% de las enfermedades del corazón, el 60% de las enfermedades pulmonares..., el 30%...

-No está comprobado.

Se trata a menudo de un profesional de la cultura. Un ingeniero que acepta a rajatabla los últimos experimentos sobre resistencia de materiales o un físico embobado por Einstein, incluso hay médicos... En todos los campos de la ciencia creen en los estudios conclusivos, las estadísticas reveladora, pero aquí...

-No está estudiado del todo. Y mira fijamente su cigarrillo, lo lleva a la boca, aspira. Su conciencia le está gritando que no tiene razón. Entonces se busca el camino de la bravata:

-Y además, de algo tenemos que morir.

¿No decía que no estaba comprobado? A qué viene ese además? Se le dice que, aparte de morir, lo que se puede aceptar con ese aire desdeñoso muy de héroe de película ante el fusilamiento, "no quiero venda, por favor", puede que se arrastre durante muchos años convertido en una ruina física... Inútil.

No hay ninguna relación entre la lógica y el fumador. Mi amigo se dobla con la tos, los ojos saliendo de las órbitas, las mejillas coloradas, contrae su cuerpo en arcadas, el aire sale broncamente por su boca..., le pregunto:

-Fumando tanto, ¡claro! Tres cajetillas, ¿no?

Deniega con la cabeza porque no puede hacerlo con la boca, obstruida por el acceso. Cuando por fin se hace audible...

-No; no tiene nada que ver.... es sólo un catarro... que he cogido.

Lo ha cogido, sí, pero no era un catarro. Era una pasión, la pasión de fumar, que, como todas las pasiones humanas, le obnubila, le quita el seso, le impide reaccionar y librarse de ella.

A veces se baja de su torre, se humilla, se confiesa culpable: "Si pudiera dejar de fumar...".

"Dejar de fumar es facilísimo", decía Mark Twain, "yo lo he hecho infinidad de veces". Por la curiosidad afectuosa que tengo a esos esclavos del vicio, he preguntado al extenso número de reincidentes y he oído una gama infinita de variaciones. No hay dos reacciones iguales. Unos volvieron al tabaco a la semana, otros al mes, hubo quien estuvo sin fumar dos años y aun cinco. Y luego, un día...

"En mí no manda nadie", habla el taxista con quien comento su cartelito "Se ruega no furnar". "¡Nadie! Un buen día me levanté con tos y me dije, casi me grité: pero, ¡bueno!, ¿por qué tengo yo que ser un esclavo de ésa mierda de cigarrillo? ¿Por qué tiene que ser él el que decida de mi vida y aun la enferme? ¡Fuera!, ¡se acabó! Y desde entonces, cuando me bajo en la parada y veo a mi alrededor a los compañeros fumando, me siento un gigante. ¡Desgraciados! ¡Yo soy libre! A mí no me manda nadie".

Es curioso; antes, el concepto de la libertad estaba siempre del lado del fumador. Para muchos, ese acto estaba unido al concepto de independizarse, huir de una sujeción, evadir las severas reglas de la familia: "Yo, no fumé delante de mi padre hasta los dieciocho años", dice alguien, entre nostálgico y envidioso, porque su hijo lo hace a los catorce ante él. Esto ha dado como resultado una simbiosis: disciplina del paterfamilias y del franquismo, por un lado, y libertad política y fumatoria, por el otro. Por ello, en las aulas universitarias de hoy, ningún profesor se atreve a reclamar aire para la sala invadida de humo, para que no piensen que sus intenciones, más que de limpiar los bronquios, sean las de retrasar actitudes al tiempo en que España era una, grande y libre, y "había un respeto, icarajo!, para las personas mayores".

Viendo fumar al español, pienso que en la mayoría de los casos no se debe tanto a la necesidad oral -ya saben, el cigarrillo como sustituto del pezón materno, primero; del dedo pulgar, después- como de la necesidad manual. En mi Libro de las manos recordé lo embarazoso que resulta para muchos ese final de nuestros brazos, que están ahí presentes, visibles, siempre estorbando. ¿Qué hacer con ellas? Meterlas en el bolsillo de la chaqueta es una solución -lo hacía Julio Iglesias-, pero es solución temporal. Sólo algunas estatuas de parque tienen siempre las manos embolsilladas. Cuando el preocupado por sus manos -la mayoría de las personas- descubre el tabaco, descubre la solución. El gesto puede ser constante, la visión continua, y, sin embargo, nadie lo considerará fuera de lugar. La apertura del paquete, los golpecitos en la parte posterior, la maniobra lenta, morosa, de encender, el golpear levemente el cigarrillo contra el borde del cenicero, los dedos manteniendo el pitillo junto a la boca. Fenomenal. Las manos tienen trabajo full time, no hay necesidad de ocultarlas, han encontrado su misión en la vida. El ceremonial abarca también otras partes del cuerpo. Los ojos, que se entornan con la llegada del humo (precaución doblada de coquetería); la bocanada hacia lo alto -con gesto romántico- o a un lado -con gesto desdeñoso-. ¡Oh, sí!, como dicen en los doblajes, ahora soy Robert Redford, o Paul Newman, o Barbra Streissand, o Elizabet Taylor..., por cierto, aparte de fumar, ¡qué bien aplasta esa gente del cine el pitillo, apenas iniciado, en el cenicero. Ese es el comienzo. Declaración de libertad ante lo prohibido, ocupación para las manos, imitación del actor o actriz de cine...; luego ya da igual que uno esté solo o acompañado. Lo auténtico, lo maravilloso, es encontrarse con el objeto amado, el cigarrillo, chupar, inhalar, exhalar..., un placer que nosotros, los no fumadores, ¡pobres!, no conoceremos jamás. "Ni contigo ni sin ti / tienen mis males remedio, / contigo porque me matas / y sin ti porque me muero". Solución de la adivinanza: un paquete de tabaco.

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