"El drama de la Iglesia católica es que en ella no hay sitio para la conflictividad"
Giovanni Bagget-Bozzo, italiano de madre catalana, es uno de los analistas políticos más considerados del momento. Perteneció, con Moro, Andreotti y Dossetti, al grupo modernizador de la Democracia Cristiana, después de la segunda guerra mundial. Se hizo cura, y el entonces joven cardenal Siri se lo llevó a Génova, enclave del comunismo italiano. Mientras Siri evolucionaba hacia el integrismo, Bagget-Bozzo se convertía en un crítico radical de la Democracia Cristiana y un cualificado intérprete de la realidad italiana.
Pregunta. Llama la atención que en un país come, Italia, donde el tema de la religión juega un papel tan importante, la crisis de la Compañía de Jesús esté pasando casi inadvertida.Respuesta. Puede resultar paradójico a un extranjero, pero es perfectamente comprensible. El asunto de los jesuitas es visto como algo interno, corno una peripecia eclesiástica. Poco importa que esté en juego el papel de los jesuitas en América Central, El Salvador queda lejos de Italia. Aquí se ve como un pulso entre el Papa blanco y el Papa negro.
P. Decir que las decisiones del Vaticano son asuntos internos parece exagerado.
R. El Vaticario es un problema de Estado. Pero lo que interesa a la opinión pública italiana es justamente lo que tiene el Vaticano como principio legitimador del Estado italiano. El resto es asunto interno.
Para entender esto hay que recordar la debilidad congénita del Estado italiano, m uy reciente, Y que tuvo que resistir el envite del fascismo, sin que la ocupación aliada, en el Sur, y la alemana, en el Norte, arreglaran las cosas. El único principio vertebrador italiano en ese momento era la Iglesia, que aquí es vista instintivamente no como una entidad religiosa, sino política. Pío XIII se consideraba primero jefe de ltalia y luego de la catolicidad. La Democracia Cristiana es la cara histórica de la Iglesia. Pero los comunistas, cuando buscaron una legitimidad en la sociedad, se dirigieron, como hizo Togliatti, al Vaticano.
P. La llegada de un Papa no italiano ha tenido entonces que convulsionar las entretelas de la vida política.
R. El nombramiento de un Papa no italiano es un hecho políticamente muy complejo. Globalmente se puede decir que Juan Pablo II tiene muy escasa incidencia en la vida política italiana. Para entender lo que está ocurriendo hay que recordar que Polonia no es un asunto precisamente popular en Italia, al menos entre los obreros y los partidos de izquierda. Los sindicatos italianos, partidarios de un grado extremo de legalidad, no entienden, es decir, no aceptan lo que Solidaridad busca en Polonia, por ejemplo. la huelga activa, la autogestión, la relación directa productor-consumidor, el sindicato como alternativa política... eso es la pura revolución. De ahí el permanente malentendido entre la izquierda italiana y los sindicatos de Solidaridad. Eso por un lado. Pero hay más. Juan Pablo II siempre piensa en polaco. Para los italianos, acostumbrados a una relación carnal con el papado, esto produce una extraña sensación de horfandad. Por una cabriola de la historia, resulta que el Papa se ha convertido en el obispo de Cracovia. Para mí, como italiano, esta situación es positiva, pues tiene que contribuir a que los italianos lleguen a ser políticamente adultos.
P. Sin embargo, Juan Pablo II no parece dispuesto a abandonar esa función clásica de los papas Italianos, piénsese en su animada participación en la campaña del referéndum contra el aborto.
R. Es verdad que Juan Pablo II quiere ser en esto como un papa italiano. Lo que es nuevo es el conflicto que mantienen los obispos con él. El episcopado italiano es muy consciente de la secularización galopante del país y por eso sabe que de nada vale estar todo el día hablando a los italianos del sexo y de los anticonceptivos. Pero el Papa sigue en sus trece, como ocurrió con el referéndum sobre el aborto, que los obispos no querían y él sí. Es una nueva forma de liderazgo político.P. Parece que es difícil ser laico en Italia.
R. Más difícil es ser cristiano. La Iglesia sólo habla de leyes y se dirige a las instituciones. Me he leído todos los discursos del Papa y todos se refieren a obispos, sacerdotes, religiosos y a la familia. No existe un lenguaje capaz de dirigirse a los temas vivos de la cultura moderna. Yo veo una relación entre el legasmo de la Iglesia y la pérdida del sentido de la penitencia del pueblo: cuando se insiste tanto en leyes que no se cumplen, se acaba perdiendo el sentido de actitudes antropológicas más profundas.
P. Dicen en Roma que el próximo papa no será extranjero.
R. Sí, lo dicen quienes miran con nostalgia el tiempo pasado, cuando el papa hacía de principio legitimador italiano. Deseo que siga habiendo papas extranjeros. Me llama mucho la atención que ahora se mire con simpatía a Pablo VI, un hombre que no fue popular en vida, sólo porque ha sido el último papa italiano que ha ejercído de tal.
P. Decía Pittau, en su viaje a España, cuando se le preguntó por el silencio de Juan Pablo II sobre Latinoamérica, que era consciente ese silencio para no perjudicar intereses que son queridos al Papa.
R. Los polacos viven su situación actual como s el país estuviera ocupado por extraños, por los comunistas. La gran amenaza para un polaco es el comunismo. Por eso el Papa evita pronunciarse contra Estados Unidos, que es visto como el gran valedor contra esa constante amenaza. Hay que recordar el retraimiento de Juan Pablo II en apoyar el movimiento por la paz, aunque acabó haciéndolo. Creo que para Karol Wojtyla el gran peligro que se cierne sobre El Salvador es el comunismo. Por eso estoy convencido que es importante seguir lo que ocurre estos días con, los jesuitas, ya que está en juego el apoyo a los movimientos liberadores en América Central. El desinterés de los italianos por el tema hay que relacionarlo con el ocaso de todos los movimientos progresistas nacidos después del concilio.
P. ¿Puede un papa, a estas alturas del siglo XX, obligar a que: un colectivo de adultos dé un cambio de rumbo contra su voluntad?
R. Yo deseo sinceramente que los jesuitas se planten y planteen un conflicto institucional. El drama de la Iglesia católica es que no hay sitio en ella para la conflictividad. Las cosas han ido tan lejos que ni siquiera los laicos progresistas se imaginan que pueda ser de otro modo. Piensan que la Iglesia es como el ejército: se es libre para entrar, pero una vez dentro, hay que obedecer.
Esta incapacidad para sobrellevar conflictos crea grandes tensiones personales. En Génova, por ejemplo, se han suicidado dos seminaristas y un sacerdote en los tres últimos años. El obispo no le ha dado importancia porque, según él, uno estaba loco, otro se había confesado antes, y el tercero se suicidó de rodillas.
P. La sabiduría secular aconsejará seguramente aceptar formalmente lo que mande Roma y luego se hará lo de siempre
R. Mal asunto eso de la doble moral. Sería el fin de los jesuitas, ya que entonces perderían su autonomía y daría lo mismo ser jesuita que del Opus, con la diferencia de que ahora el Opus puede ganar la autonomía en el momento en el que los jesuitas la pierden. Si luchan por mantener su autonomía sería como un nuevo Pentecostés para la Iglesia.
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