Conservación, negación y superación de lo cristiano
Entiendo que el término poscristianismo se refiere primariamente a un diagnóstico social y cultural. La España de los años ochenta, que se ha recuperado apresuradamente de sus retrasos y está más o menos como el resto de Occidente, es una sociedad que ha sido cristiana en una medida en que ya no lo es. Este enunciado puede aspirar a obtener un primer consenso en la intrincada cuestión. Con tal de no omitir en él el inciso matizado que he subrayado. Y, por supuesto, admitiendo que en ese inciso se alude, sin resolverlas, a diferencias que rompen el consenso.Voy a tratar de situar un poco tales diferencias, mediante elementales distinciones. Como es lógico, todo lo que se afirme sobre situación poscristiana depende de qué se entienda por cristiano. Este término es más complejo y semánticamente sobrecargado de lo que suele suponerse. Podemos esquematizar en él tres núcleos fundamentales:
a) El cristianismo originario: la religión de Jesús y de los suyos, al mismo tiempo inserta en la tradición de Israel y en relativa ruptura con ella, incipientemente ya teñida de factores culturales helenísticos.
b) La tradición de las Iglesias: que incorpora lo anterior, pero también no poco de las instituciones y de la cultura greco-romana (y, en particular, un acervo de conceptos decisivo para los dogmas).
c) La cristiandad: es decir, la configuración socio-política y la matriz cultural creadas en su apogeo (medieval) por dicha tradición eclesial; algo que condiciona aún múltiplemente nuestras modernas sociedades y, su cultura, incluso allí donde lo observable es ante todo reacción contraria.
Aun cuando sea justo tener preferencias y, por ejemplo, valorar por encima de todo el cristianismo originario (encontrando incluso que mucho de lo posterior es poco coherente con él y desafortunado), no se puede desconocer que un único proceso histórico ha amalgamado los tres elementos dichos; y que, procediendo descriptivarnente, al ser preguntados qué es cristianismo, hay que mencionarlos a todos. Más aún, los más adventicios son más relevantes para lo sociocultural.
¿Qué significa, por su parte, el prefijo pos? No una simple negación en el sentido de ausencia y lejanía. El occidental que niega lo cristiano lo hace desde algo de cristiano que ha heredado (aunque quizá ya muy emancipado o sincrético). Un comienzo totalmente nuevo no es un proyecto realizable por hoy. La racionalidad, la libertad... o cualquier otro de los títulos que se invoquen para legitimar nuevas partidas de nacimiento, tienen históricamente una impregnación cristiana. Quizá lo más adecuado es definir el pos de la expresión que debatimos en el sentido, tan explotado por Hegel, del alemán Aufhebung: a la vez conservación, negación y superación.
Con estas distinciones, volvamos a la afirmación de que "nuestra sociedad ha sido cristiana en una medida en que ya no lo es", para entablar al menos las grandes líneas de la discusión sobre esa medida; de donde dependerá que quepa o no hablar de "sociedad poscristiana".
- Quizá lo más claro puede ser que hemos dejado atrás la cristiandad y, en este sentido, estamos en situación poscristiana. El nacionalcatolicismo, en lo que tuvo de aparente realidad social al socaire del régimen franquista, se ha ido revelando ilusorio (y ya no queda sino corno añoranza de grupos nostálgicos). La Iglesia católica apenas es ya un poder político de real importancia. Los factores culturales de matriz cristiana están 10 suficientemente emancipados como para que resulte inoportuno llamarlos cristianos.
- Tomando cristiano en el sentido del cristianismo originario, lo que hay que decir es muy diverso: ni antes ni ahora hemos estado en una sociedad cristiana. Ese cristianismo fuerte es siempre sólo de minorías. El que esas minorías encuentren hoy mayores problemas de plausibilidad y se vean obligadas a una continua resituación social no les crea en conjunto un clima menos favorable que el del proteccionismo anterior; más bien al contrario.
- Para nuestra búsqueda de un diagnóstico realista, resulta decisiva la referencia al segundo de los tres núcleos, a la tradición de las Iglesias. La pregunta es aquí: ¿en qué medida van perdiendo relevancia en nuestra sociedad las instituciones y los dogmas eclesiales? Al intentar responder, advertimos qué difícil es manejar seriamente un término tan amplio como nuestra sociedad. A falta de estudios sociográficos suficientes (diversificados geográfica y socialmente), sólo cabe aventurar conjeturas globales. Es cuestión no de todo o nada, sino de más o menos, y cada conjetura dejará traslucir algo del talante y de la postura del que la emite. Personalmente, encuentro que la relevancia -sin desaparecer, desde luego- ha bajado ya en tal grado que aconseja llamar, también por este título, poscristiana a nuestra sociedad. Los únicos países europeos claramente no poscristianos me parecen Irlanda y Polonia. España está más cerca de los países más típicamente occidentales (El Reino Unido, Alemania, Francia o Italia).
Mi pretensión sería haber emitido un buen diagnóstico. Y, donde no lo haya conseguido, haber formulado al menos un planteamiento claro en cuyo marco puedan otros disentir. Para terminar, debo añadir dos notas.
La primera concierne a otro uso del término poscristianos, el que hizo Aranguren en EL PAÍS del 18 de octubre de 1981, comentando las discusiones del V Foro sobre el Hecho Religioso. Observaba certeramente la tensión -valiosa y creativa- existente entre un grupo de intelectuales cristianos más eclesiales y otro grupo "de quienes no saben si siguen siendo cristianos o no..., pero siguen existencialmente concernidos por el Evangelio". A éstos apropiaba Aranguren el apelativo de poscristianos. Pienso que acertadamente. Y me voy a permitir interpretar así el empalme semántico con la acepción que he desarrollado como primaria: esos intelectuales viven como prevalente en todo el tema la crisis que implica mi diagnóstico. Testigos importantes, por ello, de nuestro momento, no son tanto un grupo, cuanto una serie de pensadores de especial lucidez, con posturas que pedirían matizar diversamente en cada caso el pos del apelativo.
Mi segunda nota es algo así como un epílogo para cristianos. Trata de sacar conclusiones del diagnóstico. ¿Qué deben hacer los cristianos en una sociedad ya poscristiana? ¿Deben concentrar su estrategia en programas de recristianización (que casi inevitablemente serán intentos de desposcristianizar)? ¿Pero no es eso una quimera, a la contra de la marcha de la historia, y no es, además, inevitablemente ambiguo? Encuentro más razonable esta doble estrategia:
1. Asumir sin complejos la situación, viéndola como llamada a la purificación, y buscar ante todo más autenticidad cristiana de la que se mide por el patrón básico del cristianismo originario; buscando también que las Iglesias se renueven todo lo posible conforme a ese mismo patrón (que, después de todo, ha sido siempre su proclamado último término de referencia).
2. Por otra parte, colaborar con todos los que actúan por valores afines con el cristianismo auténtico (solidaridad, libertad, justicia ... ), aunque estén a veces entre los más reactivos frente a la cristiandad o incluso entre los menos cristianos según cánones usuales de eclesialidad. Será el único modo de dar vigencia, actual a lo válido de la herencia cultural cristiana.
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