Gesto de José Lipperheide
Con fecha de junio de 1977, al encontrarme en la barra de un bar, sin un solo céntimo y creo, según recuerdo, fumando un pitillo cedido por no sé que persona, se acercó a mí, luego de observarme un tiempo determinado, un señor, preguntándome cuál era el motivo de mi angustia.Entonces le conté que había llegado de Argentina, y al comprobar que lo que había ahorrado (el sueldo de un mes, 2.500 pesetas actuales) no me alcanzó para una semana (pensión, comida), lógicamente no podía estar de otro ánimo.
El, entonces, firmemente, tomando ambos un café, me invitó a acompañarle a su hogar, dándome de comer y un dinero para llegar hasta Galicia, la cual era mi destino.
Ese señor se llamaba don José Lipperheide, y gracias a él hoy día poseo una familia y un ideal destino, que de seguir en ese bar creo no sería el mismo.
Muchos de los que lean esta carta (si el destino así lo quiere) pensarán que a ese señor, con su posición económica, poco le costó hacer lo que hizo.
Y yo les pregunto a la vez: ¿No le costaba poco también el pagarme un sandwich y una cerveza (sin llevarme a su casa), sin tener por qué el aconsejarme y guiarme con sus palabras desinteresadamente?
¿Es que acaso hubiésemos empezado a caminar si nuestros padres no nos dieran ese primer empujón?
Creo que tengo la obligación moral, así, también de decirles a sus secuestradores que piensen y razonen.
¿No se equivocaron? ¿Supieron perder en el momento de penetrar en la casa de don José?
Ya que si por dinero fue, podían, creo yo, esperar otra ocasión.
O quizas es que esta triste historia, si lo piensan (de ser ese el final), es acabar con la vida de don José.
Ruego a ustedes, llegado ese momento, intercambien mi vida por la de él, ya que es mucho más joven y de haber seguido en esos días de 1977 hubiese sido quizá mi final el mismo.
Así también sepa usted, don José, perdonarme por no haber escrito anteriormente. Creo que sabrá comprenderme.
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