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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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Exámenes

Aunque muchas de las modernas teorías pedagógicas insisten en los efectos negativos que los exámenes tienen en la formación de los alumnos, exámenes tradicionalmente considerados, existe una serie de elementos positivos a tener en cuenta. Los exámenes pueden suponer un estímulo complementario para los estudiante que mediante este tipo de pruebas se ven obligados a desenvolverse por sí mismos.

Una carta publicada en EL PAIS, en la que don Andrés López Fernández hacía algunos comentarios acerca del sistema educacional basado en los exámenes, poniendo de relieve sus aspectos negativos, me ha sugerido algunas reflexiones que creo útil exponer en un artículo porque, aunque aquella carta apareció ya hace tiempo (14 de junio de 1981), la cuestión en ella planteada es siempre actual y de interés.Los inconvenientes de los exámenes (traumas psíquicos, complejo de inferioridad en los estudiantes fracasados, orientación de los estudios hacia la búsqueda del aprobado, injusticias al juzgar, etcétera) han sido comentados muchas veces, y si bien no hay duda de que esos inconvenientes existen, porque todos los procedimientos docentes los tienen, no es menos cierto que la evaluación mediante exámenes ofrece aspectos positivos que conviene ponderar.

Entre ellos debe destacarse, en primer término, el carácter formativo de esta clase de pruebas docentes: cuando el niño o el adolescente se presenta ante un tribunal examinador está aprendiendo a enfrentarse con las dificultades de la vida, porque allí se encuentra sólo: con su bagaje de conocimientos, con su inteligencia, con su capacidad de razonar, con su experiencia, con su ingenio y -¿por qué no?- con su habilidad para copiar o para disimular su ignorancia: pero solo, sin ayuda de sus padres, profesores o compañeros; obligado a desenvolverse por sí mismo.

Podríamos decir que el efecto educativo de los primeros exámenes es análogo al que se obtiene con el primer viaje que un niño hace solo o con la primera temporada que pasa fuera de su hogar sin la protección de sus padres. Es una ocasión para darse cuenta de que en la vida no todo se nos da hecho; el examen templa el espíritu del joven y debe mirarse bajo este aspecto, digamos, deportivo.

Y en cuanto al estudiante universitario, no cabe duda de que el examen es un magnífico entrenamiento para su actuación futura cuando, ya en el ejercicio de su profesión, haya de enfrentarse verbalmente a otras personas: hablando en público, soportando exigencias de sus superiores o reclamaciones de sus subordinados, dando cuenta de su actuación ante una asamblea, un consejo o un tribunal; o simplemente defendiendo sus derechos o discutiendo sus opiniones. Y es útil el examen en este aspecto porque obliga al estudiante a poner en orden sus ideas y conocimientos y a exponerlos con rigor.

Claro está que, para que el examen cumpla esta función de entrenamiento, es preciso incorporar a la metodología de la enseñanza la formación oratoria como instrumento educativo fundamental, no para que el educando aprenda a pronunciar discursos, sino para que aprenda a hablar con corrección, a dar explicaciones, a expresarse con claridad, a escuchar, a discutir, a participar en debates y reuniones.

Pero, además, los exámenes resultan absolutamente necesarios, si no en todas las edades, sí en la infancia y primera juventud, porque en esa época de nuestra vida, en que aún no tenemos suficiente sentido de la responsabilidad y no nos damos cuenta o no apreciamos la importancia que tiene el conocimiento de determinadas materias, nos es indispensable un estímulo para estudiar, y la práctica cotidiana de recitar la lección o hacer ejercicíos no es estímulo suficiente. Quizá se pudiese prescindir de pruebas y exámenes si la elocuencia, sabiduría y dotes oratorias de los profesores y la calidad literaria de los libros de texto tuviese atractivo bastante para mantener día tras día el interés de los alumnos, pero este es un ideal que rara vez se alcanza.

Por otra parte, el examen es un ejercicio útil, porque obliga al estudiante a dar a la asignatura un repaso completo, con el cual adquiere una visión de conjunto de su contenido.

Además, el examen brinda la oportunidad de aprobar la asignatura, mediante un esfuerzo realizado a final de curso, a aquellos que por pereza, enfermedad o falta de tiempo no hayan estudiado durante el período lectivo.

Reflexionar para mejorar

Por último, aun en el supuesto de un fracaso, hay en el examen un factor positivo, y es que induce al alumno suspendido a: reflexionar sobre la causa de sus fallos o insuficiencias, y si esta reflexión se hace con sinceridad y con la ayuda del profesor, puede ser muy provechosa, porque orienta al estudiante acerca de cómo debe obrar en lo sucesivo.

Es cierto que, frente a las ventajas comentadas, existen los inconvenientes enumerados al principio, pero también éstos pueden mitigarse en gran medida. Por una parte es preciso tranquilizar a los estudiantes inculcándoles la idea de que un suspenso no es un castigo, ni una humillación, ni un fracaso, sino una medida de su falta de madurez o de su insuficiencia de conocimientos, insuficiencia que siempre es posible subsanart mediante un esfuerzo que está al alcance de todos.

Ahora bien, la mayor parte de los suspensos se debe, quizá, a una falta de comunicación entre profesores y estudiantes; si se consiguiese una verdadera compenetración entre uno y otro estamento, lo que exigiría cursos o grupos poco numerosos, los, exámenes serían más llevaderos y sin duda bajaría mucho el número de suspensos, pero aun sin alcanzar este ideal cabe humanizar el examen y convertirlo en un ejercicio intelectual estimulante y creador, mediante la supresión de todo esfuerzo memorístico. Para ello debe autorizarse al examinando a consultar libros y apuntes mientras redacta su ejercicio (si el examen es escrito), o mientras prepara su disertación (si el examen es oral); al mismo tiempo han de combinarse las cuestiones teóricas con ejercicios prácticos y orientar unos y otros no a la medición de los conocimientos almacenados por aquél en su memoria, sino a la valora,ción de su capacidad de razonar, de relacionar entre sí los distintosconceptos y de manejar textos y fórmulas.

El examen, concebido de este modo, se completaría en todo caso con el acceso del alumno a sus ejercicios escritos (e incluso a su, explicación oral recogida magnetofónicamente), a fin de que pueda darse cuenta de sus errores para enmendarlos en el futuro, y con la posibilidad de recurso ante, un tribunal arbitral en caso de disconformidad con la calificación. Finalmente, cabe proporcionar al examinando mayores garantías de objetividad, bien mediante la fórmula de componer el tribunal con personas distintas de las que han llevado a cabo la función docente durante el curso, o bien con la de constituir varios tribunales para que el alumno pueda escoger entre ellos.

Creo que, si los exámenes se orientasen con arreglo a los criterios apuntados, mejorarían sus facetas positivas y desaparecerían muchos de sus efectos negativos.

Fernando Hevia Cangas es ingeniero de Caminos.

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