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Reportaje:El caso de los marqueses de Urquijo / 2

La grave enfermedad que padece Rafael Escobedo podría moverle a revelar datos decisivos

El asesinato de los marqueses de Urquijo fue, desde el primer momento, un laberinto en el que era muy difícil separar los sospechosos, las víctimas, los móviles y las coartadas. La capacidad financiera de los marqueses, cuya fortuna fue calculada en más de doscientos millones de pesetas, parecía estar detrás del crimen, aunque era dlfícil establecer en qué plano exacto, y aún no ha sido totalmente descartada esta hipótesis. Según los expertos, la grave enfermedad que sufre Rafael Escobedo, el presunto asesino, y su temor a ser víctima de una conspiración podrían provocar un inmediato desenlace del caso; podrían hacerle revelar los datos que faltan para la exacta reconstrucción de los hechos.

Las predicciones de los expertos en cosas de la alta sociedad madrileña no se cumplieron totalmente en la familia de los marqueses de Urquijo. Cuando Rafael Escobedo Alday se había casado con Míriam de la Sierra y Urquijo, la primogénita, muchos habían creído ver en el acontecimiento una repetición exacta de lo que había sido la carrera de Manuel de la Sierra, marqués consorte por su boda con Lourdes Urquijo. El 31 de julio de 1980, jueves, don Manuel seguía siendo el marqués, el cerebro que administraba más de doscientos millones de patrimonio familiar y el pequeño legislador doméstico que dictaba todas las reglas de juego en la casa. Tenía el carácter que unos calificaban como fuerte y otros como despótico, según que don Manuel estuviese o no participando en la conversación. En los ambientes sociales más próximos, aquella permanente sensación de dominio se explicaba de otro modo: Manuel de la Sierra seguía siendo un ex funcionario de embajada metido a marqués, un hombre que había conocido la-soledaddel- corredor-de -fondo o, más exactamente, la soledad del escalador. Por ello se explicaba que no estuviese dispuesto a hacer legados, mercedes o concesiones a nadie, ni siquiera a sus hijos.El 31 de julio, Rafael Escobedo estaba mucho más cerca de ser el antiguo Rafi del colegio Alamán que el nuevo yerno de los marqueses de Urquijo. Y era en realidad mucho más pobre de lo que parecía. Su boda con Míriam se había concertado sobre la base de un régimen de separación de bienes; con ello se le privaba de un acceso inmediato a la fortuna de los marqueses. A él no parecía haberle preocupado mucho todo aquello: nunca había tenido demasiadas cosas y ni siquiera había tenido demasiado a Míriam.

Sin embargo, Mírlam había sido y seguía siendo lo más importante en su vida. Para empezar, era hermana de Manuel de la Sierra, hijo, uno de sus mejores amigos, y la había conocido gracias a él. A decir verdad, ella siempre había admirado o querido a Dick, norteamericano y directivo en España de una empresa internacional de cosméticos. Dick era, sin duda, su propia antítesis: tenía más de cincuenta años, inspiraba confianza desde el primer minuto y se movía con la desenvoltura de los grandes ejecutivos de escuela. El, Rafi, quería mucho a Míriam, pero toda confrontación con Dick sería una derrota segura. Además, Dick no había organizado sus relaciones con Míriam como una guerra, sino como un amistoso convenio entre amigos; incluso les -había empleado a los dos en su empresa. Un día, Rafi se dijo que no pintaba nada allí, entre su mujer y Dick, y decidió resolver la situación de la manera más civilizada posíble. Cuando tuvo la oportunidad, se acercó a Míriam y le dijo simplemente que el matrimonio no podía continuar así y que eligiese. Como era de esperar, Míriam eligió a Dick.

El 31 de julío de 1980, Rafi era un simple vendedor ambulante de cosméticos, un servicio de puerta a puerta en la empresa de Dick. Estaba, más o menos, en primero de bachillerato.

El crimen

El 31 de julio de 1980, por la noche, Madrid era un desierto. Las únicas señales de vida estaban en las estaciones de ferrocarril, en las siete grandes carreteras de entrada y salida y en Barajas, y la vida oficial se había semiparalizado hasta septiembre. Todas las instituciones, grandes y pequeñas, sufrían el desajuste inevitable en los cambios y relevos de los equipos. Todo el mundo llegaba tarde a todas partes; por un momento, la tensión diaria parecía haberse relajado. El servicio estaba de vacaciones, los vigilantes jurados de agosto no habían llegado todavía a la urbanización del camino viejo de Húmera. En su chalé de Somosaguas, los marqueses de Urquijo ocupaban, como siempre, habitaciones separadas.

A primera hora de la madrugada, un coche indeterminado pasa entre las dos hileras de cipreses del Camino Viejo de Húmera sin hacer mucho ruido y se detiene ante el chalé. Descienden varias personas no identificadas. Una de ellas, al menos, sabe que el servicio de los Urquijo está de vacaciones: sólo habría que tener cuidado con Boli, el,caniche, que puede actuar como timbre de alarma; pero una de las personas, al menos, está familiarizada con él y, en caso de necesidad, podría tranquilizarlo. El grupo lleva un rollo de esparadrapo y un :soplete. Lleva también una pistola,del calibre 22, un arma concebida p,ara tirar al blanco. No parece la herramienta que desearía tener en las rnanos un pistolero profesional, pero en distancias cortas sus pequeños proyectiles pueden ser tan eficaces como los de cualquier otra de mayor calibre, .a condición de que se apunte bien a los órganos vitales de la víctima.

El grupo se mueve en la trasera del chalé, precisamente junto a la galería de la piscina cubierta. Alguien tiende unas tiras de esparadrapo sobre un cristal. Alguien lo golpea: las tiras atenúan el golpe y evitan que los grandes fragmentos puedan caei- al suelo con estrépito. Alguien pasa al interior, activa el soplete y comienza a abrir en una puerta uri hueco pequeño; el espacio justo para que pase por él una mano pequeña. Luego, la mano pequeña pasa a través del boquete y abre la puerta desde dentro. Pasan los minutos. El grupo sabe que está allí para cometer un crimen, lo sabe en cada instante, de manera que el acto decisivo del crimen, la acción final de apretar el gatillo una o varias veces, hasta que el marqués o los marqueses hayan muerto, está presente en el ánimo de todos, y de manera muy especial en el ánimo del encargado de usar la pistola, un segundo tras otro desde que el grupo se ha puesto en ma:rcha hacia el chalé. Puesto que ha sido premeditado, el crimen será. solamente la realización de un largo y minucioso ensayo mental.

El marqués recibió un disparo en la nuca. La marquesa, uno en la boca y otro en el cuello. Un cuarto proyectil., la bala perdida, se incrustó en un armario.

El presunto asesino

El 9 de abril de 1981, la policía detuvo a, Rafael Escobedo como presunto autor de la muerte de los marqueses de Urquijo. Los investigadores, habían encontrado varios casquillos de bala en la finca de su padre, Miguel Escobedo, en la provincia de Cuenca. El hallazgo podía no ser excepcional: el señor Escobedo era un experto en armas y había utilizado legalmente muchas. Sin embargo, los exámenes periciales de alguna de las vainas en el laboratorio fueron decisivos: la pistola que mató a los marqueses de Urquijo había sido disparada en la finca del padre de Rafael.

Conducido al chalé, para la reconstrucción de los hechos, Rafael oyó. que un agente explicaba en la galería que el cristal había sido roto con ayuda de un trapo mojado para evitar el ruido. Entonces, comentó que no; que había sido con ayuda de esparadrapos. El caso parecía estar claro.

Rafael se confesó autor, único de los crímenes. Al parecer, había disparado contra su suegro porque lo consideraba causante de su distanciamiento de Míriam. Más tarde se desdijo; argumentó que se había declarado culpable para evitar complicaciones y disgustos a sus padres, y se proclamó inocerite.

El 11 de abril, Rafi ingresó en la prisión de Carabanchel. El 8 de mayo fue procesado: en el auto decía que actuó de acuerdo con varías personas no identificadas. El 27, el Boletín Oficial del Estado publicaba la solicitud en la que Manuel de la Sierra, hijo, reivindicaba la sucesión en el título de marqués de Urquijo, con grandeza de España. El 9 de septiembre fue publicada la noticia del nombramiento de un juez especial, tercer magistrado que se encargaría del caso. El 11 de julio, José María Stampa, abogado defensor de Rafael Escobedo, presentó al juez un recurso de reforma pidiendo que el procesamiento quedara sin efecto. La petición fue denegada. El abogado recurrió ante la Audiencia Provincial: la solicitud será vista el próximo día 11 de enero. Se esperaba un inmediato cierre del sumario.

Hace varios días se supo que Rafael Escobedo, Rafi para los amigos, estaba gravemente enfermo. Tenía, tiene, un tumor junto al pulmón izquierdo, tal vez un cáncer. Se dijo que le sería extirpado el 15 de enero, o acaso antes. El 23, víspera de Nochebuena, su madre estaba convencida de que van a operarle mañana, lunes. Ayer, la fecha no había sido confirmada todavía. En la planta cuarta del Gran Hospital, fuera de la celda de la cárcel de Carabanchel, Rafí vuelve a sentirse frágil: ha dejado de viajar sobre su moto miniMarcelino de color azul, cómo un dibujo animado, y viaja en la cama número 22 alrededor de sí mismo. De esta manera, siempre llega al mismo sitio: cree que hay personas interesadas en matarle, y el temor de conspiración le parece insoportable ahora, cuando oye hablar de la muerte, aunque sea como hipótesis de trabajo. Pero, como en los viejos tiempos del colegio Alamán, hoy le es imposible ir más allá de la verja.

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