Ser liberal
Durante el coloquio que siguió a un seminario en el que yo había intervenido sosteniendo tesis que pueden calificarse de neoliberales, uno de los asistentes envió a la mesa la siguiente pregunta: "Señor Termes: ¿se puede ser liberal en economía y dogmático en otros aspectos de la vida". La escasez de tiempo y la decisión del moderador del seminario me privaron de contestar a esta pregunta. La verdad es que me quedé con verdaderas ganas de hacerlo. En primer lugar, porque el tema planteado me parece de apasionante actualidad. Después, porque la pregunta me tocaba profundamente, ya que, como sin duda conocía el que la formuló, proclamándome liberal procuro ante todo acomodar mi pensamiento y mi conducta, lo más consecuentemente que sé y puedo, al orden de creencias -las de la fe y la moral católicas- a que quiero someter en todo momento y circunstancia las incidencias de mi vida.Por todo eso he decidido contestar públicamente la pregunta que quedó en el aire de aquel coloquio, agradeciendo al anónimo interpelante el acicate que me brindó para exponer mis ideas sobre este tema.
Verdad, ¿para qué?
Si no es de recibo el ejercicio cínico del poder que se esconde tras la famosa pregunta "libertad, ¿para qué?", tampoco lo sería la que, como heredera del más antiguo "¿qué es la verdad?", se formulara con un descarado "verdad, ¿para qué?". Verdad, sí, para poder elegir. Como no es posible elegir a ciegas, sin la luz de la verdad no se es realmente libre, ya que ser libre, según es propio del hombre -en contraste con los dictados necesarios de los minerales, los vegetales y los animales inferiores-, consiste en poder elegir. Y la elección definitiva para el hombre es la que opta por la verdad o por el error, por el bien o por el mal. Esto es, por los aspectos tanto absolutos como relativos -cuestionables, opinables- de la verdad y el bien, y de sus negaciones teóricas o prácticas.
De aquí que un hombre es liberal, como tal hombre, cuando defiende su libertad y la ajena para apostar por los distintos aspectos de la verdad y el bien, pero usa también de un amplio margen de comprensión ante los errores ajenos, sean teóricos o prácticos. Si de lo que se trata es de un hombre que no cree en la verdad o no está dispuesto a defenderla para sí o para los demás, ya no estamos ante un liberal, sino pura y simplemente ante un escéptico o ante un pusilánime. El fondo del tema no está, pues, en no creer para ser liberal, ni mucho menos en llamar dogmático al creyente por el hecho de serlo. Esta misma manera de ser y decirse liberal cae ya del lado del escepticismo y sus consecuencias directas o indirectas. El liberal cree en la libertad, ante todo, pero nada le impide creer también en toda una concepción del hombre y de la vida, y hasta en una formulación determinada de la misma.
El ejercicio de la libertad requiere tanto la ausencia de error como el estar inmune de cualquier clase de violencia. En la práctica jurídica se entiende que el libre consentimiento va acompañado de uno y otro requisito. Ni la libertad sin verdad es posible ni la verdad sin libertad es admisible. Por esto, el cristiano sabe, por un lado, que, en máxima evangélica por demás conocida, sólo la verdad nos hace libres y, por otro lado, que no puede intentar imponerse la verdad y el bien por métodos violentos, sean éstos fisicos o morales. De aquí se deduce el respeto a la libertad de las conciencias, hasta en ese aspecto crucial que estriba en la libertad religiosa -en cuanto inmunidad de coacción civil- declarada por el Concilio Vaticano II. El creyente -al menos el católico- dista tanto del escéptico como del dogmático o del intolerante. Ser y mostrarse creyente no equivale a ser dogmático. Como tampoco ser liberal equivale a ser escéptico. El hombre de temple dogmático se resiste a acatar las verdades absolutas y tiende a absolutizar en su beneficio las relativas; no ama, defiende y profesa ninguna verdad, sino su propio yo. El falso liberal sería, en cambio, quien considerara inadmisible todo lo que se aparta de su propia manera liberal de enjuiciar principios y acontecimientos; ése acaba siendo un dogmático al revés, quizá por aquello de que los extremos se tocan. Las anteriores consideraciones, referidas principalmente al sujeto agente, nos llevana pensar sobre los objetos de la libre elección. Estos objetos son, evidentemente, innumerables, y la gran mayoría de ellos, de naturaleza indiferente; es decir, ni buenos ni malos. De modo que la calificación del acto depende de la intención del sujeto. Son lo que corrientemente llamamos temas opinables. Para unos son buenos, para otros son malos; para éste es mejor lo uno, para aquél es mejor lo otro. Ahí caen una gran parte de las materias de la vida social, política, económica, cultural, etdétera. Parece claro que en estas materias el respeto a la opinión ajena no puede ofrecer grandes dificultades. Y menos para un liberal, aunque desgraciadamente hay gente que se llama así y estima intolerable que haya quien piense distinto de ellos en materias tan contingentes.
Descendiendo al campo concreto de la economía, para mí está claro que es mejor para un país, y para todos sus habitantes, un sistema de economía libre de mercado que un sistema de economía regulada por la intervención del Estado. Creo que un sistema basado en la libertad individual, en la cooperación voluntaria y en la "Igualdad de oportunidades", con todos sus defectos, promueve el bien común de manera más efectiva que un sistema que, partiendo en teoría de mejores intenciones, tiende a la "igualdad de resultados" para todos, mediante la intromisión del Estado en la esfera propía de la actividad privada. Estoy convencido de que los resultados de este Estado paternalista y del bienestar han sido, son y necesariamente tienen que seguir siendo desastrosos, porque, como recuerda Milton Friedman, cuando se intenta ayudar al interés público alimentando la intervención pública, se producen los efectos derivados de una "mano invisible" que, actuando en dirección opuesta a la que señalara Adam Smith, conduce a alcanzar intereses privados que no formaban parte de las intenciones pretendidamente sociales. Yo estoy convencido de todo ello y, para defender mi punto de vista y lograr adhesiones de terceros al mismo, me considero en el derecho de esgrimir cuantos argumentos teóricos y experimentales tenga a mi alcance.
Sin embargo, a fuer de liberal, tengo que admitir que otros piensen de otra manera y defiendan también, con sus propios argumentos, su opuesto punto de vista. Incluso puedo pensar que, aunque de momento no lo vea así, mis oponentes pueden tener más razón que yo. Esto no es escepticismo; esto, tratándose de temas contingentes, no es más que otra manifestación del liberalismo, tal como yo lo entiendo. Digo tal como yo lo entiendo porque, como es bien patente, no siempre con la misma palabra se expresan idénticos conceptos. A veces se significan incluso cosas muy opuestas; todos sabemos, por ejemplo, que en Estados Unidos liberal significa más bien socialdemócrata. Creo que con lo que llevo escrito se intuye ya en qué clase de liberalismo, filosóficamente hablando, me inscribo. Pero, si hiciera falta, espero que el resto de este artículo lo deje claro del todo.
Este conflicto de opiniones en temas opinables se resuelve, en la práctica, por el sistema de las mayorías, que es la esencia de la democracia. Si, en un lugar y tiempo determinados, la mayoria piensa que es mejor este modelo que el otro, el verdadero liberal, después de haber luchado por el triunfo de su opción, acepta el veredicto de las urnas y la solución que de las mismas ha salido, sin pretender, en modo alguno, imponer por la fuerza "su propia verdad". Pero sin obstáculo, naturalmente, de seguir trabajando para que en la próxima oportunidad sus convicciones resulten mayoritarias. Esto me parece un apéndice de la coherencia interna de mi liberalismo; las libertades económicas deben ir de la mano de las libertades políticas. Y así como entiendo que sin libertades políticas puede haber o no libertad económica, no entiendo cómo el socialismo y sus emparentados puedan pretender un sistema de plenas libertades políticas sin plena libertad económica.
Los temas no opinables
Pero hay, en todos los campos que antes he citado y, desde luego, en el de la matemática, en el de la física, en el de la filosofia y en el de la religión, proposiciones que no son opinables. O son verdaderas o son falsas. Unas y otras pueden ser evidentes por sí mismas o pueden necesitar prueba. Lo que no pueden ser es materia de votación. Por ejemplo, dos y dos son cuatro; el todo es mayor que la parte; una cosa no puede ser ella misma y su contraria al mismo tiempo; la superficie de un triángulo es igual a la mitad de la base por la altura; la atracción entre dos cuerpos es inversamente proporcional al cuadrado de su distancia; Dios existe. De estas proposiciones, las tres primeras son evidentes; las tres últimas son demostrables. Pero la verdad o falsedad de todas ellas no puede ser sometida a votación. Si contrariando el sentido común se hiciera, cualquiera que fuera el resultado de la elección, las proposiciones, en relación a la verdad, seguirán siendo lo que son. Es evidente que los hombres son libres para decir, por mayoría o unánimemente, que dos y dos son cinco, o que la parte es mayor que el todo. Sin embargo, habrán hecho un mal uso de su libertad, porque la habrán empleado para adherirse al error. Y el límite de la libertad está en la verdad. Si de la verdad pasamos al bien, podremos hacer consideraciones idénticas. Para todo el mundo es evidentae que ayudar al prójimo es bueno y que matar es malo. En cambio, no es evidente, y por ello necesita demostración, por ejemplo, que el matrimonio, si es verdadero matrimonio, es único e internamente indisoluble y que entre los cristianos el único matrimonio válido es el canónico; que el aborto provocado, cualquiera que sea el tiempo transcurrido desde la concepción, es un homicidio, etcétera. Pueden todas estas cosas someterse a votación, pero el resultado de la misma es irrelevante en relación a la calificación moral de dichas proposiciones. Pueden, evidentemente, hacerse leyes que regulen estas y otras cosas referentes al comportamiento humano, pero estas disposiciones, si no son conformes a las exigencias de la moral natural, al no poder ser tomadas como norma de conducta, no son propiamente hablando leyes, sino más bien corrupciones de ley. Como no existe un verdadero pluralismo ético -no hay más que una moral correspondiente a
Pasa a la página 12
Ser liberal
Viene de la página 11
la naturaleza humana-, esas leyes no son expresión de pluralismo, sino de permisivismo jurídico.
Las vías de acceso a la verdad
En el campo de las cosas no evidentes es donde surge el problema de cómo saber si son verdaderas o falsas, si son buenas o malas. No parece que haya más que dos, caminos. Uno, el razonamiento demostrativo, sea propio, sea apropiado. Dos, la creencia en el testimonio ajeno. La importancia de esta segunda vía de conocimiento es tan grande que no sólo la mayor parte, sino las más importantes de nuestras convicciones las tenemos gracias a ella. Piénsese no ya en todos los conocimientos históricos, sino en el hecho de que sólo por el testimonio ajeno hemos llegado a saber las verdades que más íntimamente nos afectan. En cuanto al otro camino, el del razonamiento, es admisible, por ejemplo, que algunas personas, con gran esfuerzo de su razón, pueden llegar a conocer el contenido íntegro de la ley natural, hoy generalmente aludida bajo el nombre de derechos humanos. Pero si dejamos aparte los principios fundamentales de dicha ley -haz el bien y evita el mal; no quieras para otros lo que no quieras para ti, etcétera-, la gran mayoría de nosotros, al no ser capaces de llegar por nosotros mismos a: los principios secundarios y a las últimas consecuencias de la ley natural, necesitamos apoyarnos en el testimonio ajeno. Esto es lo que hacemos los católicos al aceptar por el testimonio de la Iglesia no sólo las verdades del orden sobrenatural que su magisterio nos propone, sino también las consecuencias de la ley natural misma, por ella interpretada.
Por tanto, cuando un católico acepta el dogma y la moral de la Iglesia, para orientar su conducta civil en los temas que tocan a uno o a otra, no renuncia a su libertad, sino que hace uso de la misma para adherirse a la verdad conocida por la vía del testimonio ajeno. En este caso, el testimonio revelado que, en su propia creencia, es verídico y veraz; es decir, no puede ni engañarse ni engañar. Cierto que todo esto sólo vale para los católicos que quieran comportarse como tales, y que, en aplicación del principio de la libertad de las conciencias, no puede imponerse a nadie la aceptación por la fuerza de estas ideas; aunque un católico no solamente puede, sino que debe intentar convencer a los demás de lo acertado de sus convicciones. Una cosa es imponer y otra es convencer. La consecuencia lógica de ello es que, si no se logra convencer, procede comprender la actitud de los demás, sin por, ello apearse de la verdad conocida, aunque los demás fueran la inmensa mayoría.
Conclusión
Para acabar enlazando con la pregunta que motivó estas consideraciones, creo poder resumir el tema contestando que, en cuanto a mí, en los temas opinables soy liberal hasta el extremo de considerar que la opinión opuesta a la que yo defiendo con todo vigor puede ser tan acertada o más que la mía, estando siempre, dispuesto a cambiar de opinión si se me convence. En economía, pienso que el sistema de libre mercado e igualdad de oportunidades, sin estar exento de defectos y desviaciones prácticas, es más eficiente para el bien común que el sistema de mercado intervenido por el Estado en busca de la igualdad de resultados. Pienso, además, que la mayoría de los defectos que se achacan al sistema de mercado no son resultado del propio sistema, sino de las distorsiones producidas por el Estado, cuando amplía su propia esfera de actuación para producir lo que, en tesis socialdemócratas, se llama una economía mixta. Pienso, finalmente, que el sistema de libertades económicas es el único compatible con un sistema de libertades políticas. Sin embargó, por ser todo ello materia opinable, estoy dispuesto, como he dicho antes, a modificar mi parecer si se me propusiera otro que resultara mejor fundado. En cualquier caso, respeto las opiniones distintas o contrarias a la que yo adopto, así como la libertad de sus mantenedores a defenderlas.
En las materias que no son opinables, la verdad o el error de las proposiciones relativas a las mismas o es evidente, o se pone de manifiesto por la demostración o por el fidedigno testimonio ajeno. En estas materias,soy liberal sólo hasta el extremo de respetar la libertad de las conciencias de los que, en contra de la evidencia, en contra de la demostración concluyente o en contra del fidedigno testimonio, ajeno, se aferran al error. En este sentido, considero rechazable cualquier intento de imponer la verdad por la fuerza, pero no puedo admitir que pueda ser verdadero lo que es falso, aunque sean mayoría los que piensen así. A esta última categoría de cuestiones no opinables pertenecen las materias relacionadas con. el dogma y la moral católicos. No es que deje de ser liberal para ser dogmático, entendiendo estas dos posturas como antitéticas. Es que la definición dogmática o moral de la Iglesia católica constituyen para mí una manera adecuada de llegar al conocimiento de la verdad, a la que libremente me adhiero. Respetando desde luego a las personas que usan de la misma libertad para adherirse a lo que me consta es error y que, por tanto, nunca podré aceptar por muy extendido que esté tal error.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.