El Atlético regaló el triunfo a la Real Sociedad
, ENVIADO ESPECIALEn un partido muy soso, aburridísimo en grandes fases del mismo (con un nuevo empacho de centrocampismo y nulidad en el tiro a gol), la Real ganó al Atlético de Madrid gracias a un gol de regalo. El partido, de dominio territorial casi completo de los rojiblancos quedó posiblemente falseado por el tanto rápidamente encajado en un tremendo fallo de Julio Alberto La Real jugó a partir de entonces a la contra, como si fuera un cómodo visitante, pues su rival evidenció una vez más su ineficacia cara al marco. El campeón disimuló así perfectamente su clara baja forma actual, en la que habrán influido las muchas lesiones que afectan a su ya corta plantilla, pero que es una realidad.
El juego fue un claro ejemplo nada más empezar, de cómo en fútbol no sirve dominar y controlar mucho tiempo el balón, sino ser más práctico y concreto cara al gol. Antes ya de encajar el único tanto del partido, el cuadro rojiblanco hizo un ordenado planteamiento con un gran pressing en el centro del campo. Ello le permitió contener bien en la zona crucial y dar la sensación de ser el equipo de casa; pero su grave problema otra vez fue que apenas profundizó y, para colmo, la defensa, en las pocas ocasiones en que la Real llegó a puerta, flojeó demasiado. No sólo Julio Alberto regaló a Satrústegui el balón de oro, sino que después también se produjeron fallos de Mínguez y Navarro que pudieron costar más tantos.
Buen juego atlético
Sin embargo, el Atlético se hizo con el mando del partido y sólo al final tendría peligro de más goles. Carriega mantuvo a Rubén Cano en el equipo inicial, junto a Marcos; pero su soledad, sin buena forma además, fue total. El Atlético funcionaba bien en el medio campo, con un Dirceu inspirado y el más adelantado de la línea (por eso fue vigilado por Celayeta), pero le sobraba siempre un regate (especialmente a Mínguez) o un último pase mal dado. Sólo a los diecinueve minutos, un tiro lejano de Julio Alberto, quizá para resarcirse del fallo anterior, aunque ya lo iba haciendo al marcar muy bien a Zamora, puso en aprietos a Arconada, muy seguro pese al intolerable riego del césped.
A los 38 minutos, Dirceu sacó magníficamente una falta y el balón rozó el poste izquierdo. Sólo después de un intenso dominio territorial (la Real apenas pasó de su medio campo desde los veinte minutos) se igualaba así la única gran ocasión realista de toda la primera mitad, aparte del gol: un gran cabezazo de Diego, a saque de falta de López Ufarte, que rozó esa Vez el poste derecho.
El Atlético, pues, seguía en su racha de mala suerte, pese a que Sierra había tomado la medida, tras los primeros minutos, a López Ufarte, Juanjo, a Satrústegui, y el ya citado Julio Alberto, a Zamora, el centrocampista más adelantado. En el medio campo, Quique podía con Diego; Mínguez, pese a su retención de balón, con Larrañaga, y hasta Ruiz con el íncansable Alonso. Sólo delante faltaban hechos.
Carriega, por ello se la jugó, y tras el descanso sacó a Rubio por Mínguez. Marcos se retrasó entonces más, Larrañaga se emparejó con Dirceu y Celayeta tomó al nuevo extremo para no dejarle tocar un balón. El gozo, pues, del entrenador rojiblanco quedó en un pozo quizá aún mayor del que estaba, pues salvo un tiro de Marcos a los nueve minutos, el Atlético no volvió a inquietar a Arconada. La Real además, aunque mantuvo su juego de reserva, se vio menos agobiada, quizá por el cansancio en el medio campo rival, y a los 28, 31 y 39 minutos, Navarro tuvo que salvar ante Larrañaga y Alonso, por dos veces, tres goles hechos. Al menos, el Atlético ha encontrado un portero.
López Ufarte empezó también a desbordar a Sierra y con tres jugadas de calidad salvó las apariencias del mal juego en general de su equipo ante su público. La entrada de Marián por Rubén Cano tampoco solucionó nada al Atlético. Marcos se colocó en punta, pero se unió solamente al desasistido Rubio en una inútil soledad. El Atlético sigue queriendo y no pudiendo. Como no encuentre rematadores rápidamente, ni siquiera va a poder en el futuro echarle la culpa de las derrotas a sus ridículos fallos.
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