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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Estados Unidos y Arabia Saudí

DESDE ANTES de Reagan, Estados Unidos comprendió que la base de su política en Oriente Próximo no podía apoyarse únicamente en la cabeza de puente de Israel: la cólera, el hambre y la humillación de los países árabes podrían suponer una fuerza superior a la del pequeño Estado militar intransigente. Camp David, en 1979, supuso ya una consagración de esa política; pero Egipto quizá fue más allá de lo que se le pedía, quedó aislado del mundo árabe y dejó de ser útil. Estados Unidos necesitaba un país más árabe, menos colaborador de Israel, y lo encontró en Arabia Saudí, considerado corno moderado (ambiguo para algunos) ' aun a pesar de las protestas de Tel Aviv. Estados Unidos acaba ahora de consagrar su inclinación hacia Arabia Saudí con el voto del Senado, que acepta la venta de aviones AWACS a ese país, aun en contra de Israel y del poderoso lobby judío. El asesinato de Sadat y la posible variación de la política de El Cairo -que quizá lentamente se acerque a los moderados- ha influido notablemente en esta decisión del Senado.Por otro lado, la moderación de Arabia Saudí no es considerada como tal por Israel. Efectivamente, los puntos de vista políticos expresados por el príncipe Fahd, que tratan de sacar a su país del viejo feudalismo y aprovechar la inmensa riqueza del petróleo para modernizar no sólo las estructuras económicas, sino también las sociales, no sólo no son aceptados por Israel, sino que tampoco son enteramente compartidos por Estados Unidos. Estos puntos consisten, sucintamente, en la retirada de Israel de todos los territorios ocupados en 1967, incluyendo Jerusalén, y la eliminación de las colonias israelíes en territorios árabes ocupados; la libertad de los Santos Lugares y el reconocimiento del derecho del pueblo palestino a la repatriación; la vigilancia de las Naciones Unidas sobre la franja de Gaza y el establecimiento posterior de un Estado palestino que pudiera tener como capital a Jerusalén; las garantías para la paz de todos los Estados de la zona y las garantías prácticas de las Naciones Unidas para el desarrollo de este plan. Es decir, la moderación de Arabia Saudí difiere esencialmente del extremismo del Frente del Rechazo en que éste no reconoce la existencia de Israel y pide, pura y simplemente, la implantación de un Estado palestino sobre lo que hoy es el solar israelí.

La política de Reagan en este caso consiste, como en casi todos los que está decidiendo, en considerar la situación globalmente, con desdén de las cuestiones locales. Reagan puede creer que el plan de Arabia Saudí no se llevará nunca a la práctica, al menos enteramente; pero ha dicho muy claramente que no está dispuesto a tolerar que se convierta en un nuevo Irán (la ocupación de La Meca por un grupo de fundamentalistas islámicos fue una señal de alarma importante), y, sobre todo, inscribe la cuestión en su política más simple: el enfrentamiento mundial con la Unión Soviética.

Estados Unidos basaba, y basa aún, su fortaleza antisoviética en la zona en Egipto, Israel y Arabia Saudí, y trata de extenderla a Jordania -el rey Hussein llega a Washington dentro de unos días-; pero intenta, sobre todo, desmontar a Gadafi de Libia, a la que considera responsable, con su dinero y su activismo, de todas las operaciones revolucionarias (en nombre de la URSS) de la zona. Es esta política global la que ha prevalecido, y se ha plasmado en la venta de los aviones especializados AWACS, cuya principal significación es la de quitar a Israel la hegemonía que en el espacio aéreo conquistó cuando, en un fulgurante ataque, destruyó en el suelo a todos los aviones enemigos.

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Puede ser que el desprecio de Reagan por lo que considera pequeñeces locales malogre en parte la operación. Si Mubarak lleva a Egipto por el camino de la moderación, apartándose del radicalismo de Sadat, y esta moderación consigue atraer a los palestinos como un posibilismo (sobre todo, si Libia queda desestabilizada), la situación de Israel, con arreglo a sus ideales de hegemonía de la zona y a la obsesiva necesidad de seguridad, será grave y no se sabe a qué puede conducirle. Tampoco es probable que los países del Frente del Rechazo, sobre todo Libia, de jen pudrir la situación y emprendan, en consecuencia, otro tipo de acciones. Cálculos todos ellos-que están, sin duda, en los ordenadores del Pentágono.

En cuanto a Reagan, su posición popular ha mejorado y su sensación de afianzamiento -la del hombre que va venciendo todos los obstáculos y rompiendo todas las cuerdas que tradicionalmente sujetan a los presidentes de Estados Unidos- se multiplica. Es un riesgo.

Cabe pensar que el poder judío en Estados Unidos -se acuñó hace tiempo la !roma de que Estados Unidos era un satélite de Israel- influya sobre Beguin para que acepte esta nueva situación en la zona; pero si algo saliese demasiado mal, es previsible que se volviera instantáneamente contra Reagan. Otro riesgo.

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