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Reportaje:Irán, una revolución de luto / 2

Las costumbres, sometidas a un proceso de islamización profunda

En todo avión que acabe de tomar la diagonal descendente hacia Teherán, las mujeres que viajan a bordo se anudan apresuradamente sus pañuelos oscuros y cubren sus brazos con rebecas. En la República Islámica de Irán una mujer sin "protección islámica", denominación que se le da al chador a los pañuelos de cabeza, a los babys azules, como de colegio, y a la cobertura de los brazos, puede ser hoy seriamente amonestada y obligada a ponérselos.Cada comité de barrio decide qué debe hacerse con la mujer que transgrede esta norma. Los hay que ignoran una indumentaria incluso atrevida, o un rostro muy maquillado aderezado con perfume intenso, y los hay que incordian cuanto pueden y exigen a las descubiertas, de modo altanero y machista, que se cubran inmediatamente. Algunas, con peor suerte, pasarán al interior del recinto y su frirán un sermón hiriente o una bronca trágica que termina entre sollozos, a veces con golpes.

No es nada fácil encontrar por las calles de Teherán una pareja con las manos cogidas. Las prohibiciones son muy rigurosas y las efusiones afectivas de novios y novias apasionados, de ser descubiertas, pueden acabar en latigazos, incluso en boda obligada ante un mullah, según asegura un extranjero largos años residente en el país.

"Debiera usted haber visto cómo era Teherán antes de la revolución", dice un anciano de aspecto grave. "Había barrios enteros dedicados a la prostitución, al comercio humano más vil, a las drogas. La juventud iraní se desangraba en aquellos antros. La audacia de las prostitutas era tanta que a lo largo de la carretera entre las zonas norte y sur de la ciudad colocaban cestos de reclamo para los automovilistas. Cerca del cesto aguardaban a sus presas y luego pecaban con un desenfreno endemoniado".

Los religiosos ínstan a los "jóvenes fogosos" para que se casen "cuanto antes", mientras las prohibiciones contra la "promiscuidad sexual" arrecian por doquier Las autoridades de Teherán impusieron a mediados de este mes la separación de sexos a partir de los nueve años en los autobuses de dos pisos de la línea 32, que une el Bazar y la plaza de Valyassr. Las hembras ocuparán el primer piso y los varones el piso de arriba.

El carácter estricto de estas medidas, según algunos jóvenes profesionales, "estimula conductas sexuales desviadas". Irán se ha convertido, según un hombre maduro con aspecto de playboy, "en un bosque de miradas lascivas y de deseos imposiblemente consumados".

Lo cierto es que en Irán cualquier transgresión de estas prohibiciones puede costar muy cara. Para una mujer que cometa adulterio probado y reiterado, la pena de muerte por lapidación es la condena, y el incesto, la homosexualidad o los abusos deshonestos pueden acarrear la muerte, si son probados.

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Los matrimonios entre iraníes y extranjeros son mal vistos por el sector más conservador de los dirigentes islámicos.

Para un joven funcionario, la mujer iraní ha dejado de ser un mero objeto de concupiscencia y ha logrado integrarse en una sociedad donde tiene un papel humano, como persona, previsto en la doctrina islámica. Es hiriente comprobar cómo la mujer occidental ha sido convertida, a su pesar, en un objeto que permite vender más coches, más lavadoras o más televisores. ¿Dónde está la pretendida liberación de la mujer occidental?", pregunta indignado.

La estructura familiar iraní es muy diferente de las patriarcales o matriarcales clásicas. El arraigo al domicilio paterno no existe apenas y los clanes familiares, en su acepción occidental, tampoco.

Ello obedece a la conjunción de dos tendencias. De un lado, la movilidad domiciliaria heredada por las clases occidentalizadas, que acostumbraban a cambiar permanentemente de vivienda.

Otra de las causas de esta movilidad es, para las clases no propietarias, la tradición nómada, muy arraigada todavía, pese a los procesos de asentamiento forzoso seguidos por el régimen anterior con las tribus del interior del país. La alfombra, el elemento decorativo movedizo por excelencia, presente en todos los hogares iraníes, sigue ejemplificando esta movilidad acelerada.

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