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Tribuna:TEMAS PARA DEBATE
Tribuna
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El poder de la televisión

Convertida en el medio de comunicación de masas más poderoso de nuestro tiempo, la televisión, como bien se ve ahora en España, es centro. de las más fuertes codicias políticas, económicas y sociales. Sociólogos, psicólogos y expertos en comunicación han multiplicado sus análisis sobre los efectos entre la imagen de la pantalla y la del espectador que, en apariencia, asiste pasivamente a ella. La acción nociva o virtuosa de la televisión, sus usos alternativos, pero finalmente su capacidad para cambiar la misma idea que la humanidad ha tenido de sí misma una vez que se ha contemplado global y simultáneamente en ella, forman en buena parte el núcleo del debate internacional que hoy ofrecemos.

Alain Touraine es sociólogo, director del Centro de Estudios de los Movimientos Sociales y profesor de la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales.

El tedio del monopolio

La televisión, como todo lo que desde hace, siglo y medio propicia la participación de las masas en la vida pública, suscita dos clases de temores: el primero se refiere a los efectos de la masificación, Una sociedad organizada, estructurada, rica por su diversidad, si carece del arraigo de sus miembros pasa a convertirse en una sociedad descaracterizada. La cultura más simple destierra a las obras de calidad y la violencia reemplaza al estilo, como sustituye la jerga al lenguaje hermoso. Crítica esta en buena parte reaccionaria, que se cuida bien de no interrogarse sobre la cultura a que tenían acceso los no privilegiados. Porque sería más honesto, a este propósito, evocar el aislamiento, el tedio y la dependencia en los que ha vivido la mayoría de la población, y sobre todo a partir del momento en que la industrialización y la urbanización vinieron a conmover los cimientos de sociedades con un ritmo de evolución más lento. Y crítica falsa también, pues todas las observaciones demuestran que la televisión y los demás medios de comunicación de masas constituyen verdaderamente un ámbito general de cultura. No es verdad que los más ricos o los más cultos los rechacen: cuando la televisión muestra un acontecimiento dramático y lejano o permite escuchar una orquesta de gran calidad, ¿cómo negar su aportación positiva?Las críticas reaccionarias no tienen fuerza propia, y si adquieren alguna es amparándose en el otro temor o crítica mucho más sólido, basadas en las primeras inquietudes sobre la sociedad de masas, que manifestaba, por ejemplo, Tocqueville. Es decir, en esa modificación que suprime los círculos y los cuerpos intermediarios para dar todo el poder a un Estado absoluto.

Nuestro siglo no está dominado por los efectos perniciosos del consumo de masas, sino por los horrores cometidos por los Estados totalitarios. E incluso Estados no totalitarios ejercen una peligrosa presión sobre los espíritus dirigiendo los medios de comunicación de masas. ¿Qué país que se considere democrático podría ofrecer hoy un diario único, publicado por el Gobierno, si bien amenizado con páginas locales y fotos espectaculares? Tal es, sin embargo, muy a menudo, la situación de la televisión. Se admite fácilmente que un instrumento tan poderoso no se deje en manos de las potencias económicas, pero es también inaceptable que sea propiedad exclusiva del Estado.

Pero si se elimina este peligro fundamental, mucho más grave que todos los otros, queda todavía el problema propio de todos los medios de comunicación de masas no sometidos cotidianamente al juicio del mercado. Porque, ¿cómo establecer la correspondencia entre la oferta y la demanda de información o de diversión? ¿Cómo evitar que la televisión sea tolerada solamente por indiferencia o placer efímero, peligro mucho más real de lo que se cree?

Recordemos que los efectos de la televisión sobre las opiniones políticas, por ejemplo, son muy débiles cuando un partido político no tiene el monopolio de la emisión. Para que sus efectos lleguen a ser importantes es necesario que los mensajes televisados sean retomados por pequeños grupos lo que se corresponde con la práctica de los grandes movimientos de opinión, los partidos de masa o las iglesias, que se apoyan siempre en grupos de base para transmitir los mensajes emitidos desde el centro. Esta observación de los sociólogos (Lazarsfeld ha hablado de efectos en dos etapas) nos descubre el problema central de la televisión: la televisión es efectiva en tanto que da expresión a grupos o a movimientos colectivos reales y, paralelamente, en cuanto se dirige a públicos especializados. Una televisión que conciba a su público como una masa indiferenciada tendrá poca influencia, a menos, repitámoslo, que cuente con todo el poder del Estado. En todos los países occidentales el éxito de la Prensa se centra en las publicaciones especializadas: publicaciones para las mujeres, para los aficionados al jardín, a la vela, a la moto, al automóvil, al esquí, a los viajes, etcétera. Igualmente, la televisión por cable se fuerza también en dirigirse a públicos locales o especializados. Mañana, el magnetoscopio y el videocasete o el videodisco; pasado mañana, los sistemas informáticos bidireccionales desarrollarán aún más la especialización de los públicos y de los programas. Ya se puede imaginar que un día cercano muchos de nosotros recibiremos en casa, sobre una gran pantalla, un diario que tendrá para unos veinte páginas de deportes; para otros, veinte páginas de análisis económicos, y para otros, veinte páginas de información de libros y exposiciones.

Es importante subrayar que la televisión no es de por sí viva. Es decir, la televisión no es capaz de modificar las aptitudes, las opiniones y los comportamientos activos, a menos que presente una vida social y cultural no masificada, es decir, llena de iniciativas, de movimientos y de debates. Existe un gran peligro de destrucción tanto para una televisión masificada e indiferente (excepto cuando sirve imágenes dramáticas que suscitan la compasión, la admiración, el miedo o el horror) como para una televisión de grupos o asociaciones que, al ser rechazadas por la opinión general, se cierran en un círculo estrecho de aficionados o de especialistas. La Prensa es viva cuando da la palabra a los sindicatos y a los empresarios, a los artistas o a los intelectuales; cuando ofrece reportajes sobre un barrio, un país, una población y, sobre todo, si lleva a cabo campañas de opinión. Esto puede aplicarse también a la televisión.

Se puede elegir entre tres tipos de televisión: la que está al servicio del Estado, que se atiende para informarse sobre las intenciones de este Estado y que no alcanza credibilidad. Al margen de ella, y contra ella, pululan las historias divertidas, los rumores, las informaciones verbales. Una segunda televisión es la masiva y neutra, la que puede disponer de un monopolio del cual no abusa: ésta es a la vez omnipresente y poco influyente. Y finalmente se encuentra la televisión no monopolista y que goza de la mayor independencia frente al Estado. Esta última televisión, sometida a un tipo u otro de competencia, se dirige activamente a públicos particulares y trata de adaptarse a los cambios de sensibilidades e ideas. Dentro de poco, los satélites permitirán a la mayoría de la población europea recibir un gran número de programas procedentes de diversos territorios nacionales. Tal vez los Estados se pongan de acuerdo para hacer reinar por todas partes el mismo tipo de televisión, controlada estatalmente, aceptable para todos, neutra y sin efectos importantes; tal vez también nosotros saldremos de la infancia de la televisión y lleguemos al fin a verla desempeñar un papel comparable al que conquistó la Prensa y al papel que busca actualmente la radio, obligada, por la potencia de la televisión, a un contacto más directo con sus oyentes.

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