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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

De la desunión a la unanimidad

EL 29º Congreso del PSOE prosigue sus trabajos en un clima público de sosiego -seguramente contrapunteado con fuertes terisiones ocultas para la renovación de los cargos dirigentes- y de eufórica confianza aparente en el futuro. El inmaduro, agitado y belicoso 282 Congreso estuvo a punto de dar al traste con la unidad de los socialistas. Esta nueva asamblea ofrece, en cambio, el peligro simétricamente opuesto de la unanimidad.

El informe. de Felipe González para rendir cuentas de la gestión de la. comisión ejecutiva, del PSOE, elegida en el congreso extraordinario de septiembre de 1979, ha ofrecido escasas novedades y no ha hecho sino insistir en ideas y opiniones ya conocidas. Resulta comprensible, .desde luego, que el máximo representante de un colectivo no arroje piedras contra el propio tejado, subraye los aspectos positivos de sus realizaciones y eluda los campas resbaladizos o criticables de su trabajo. Sin embargo, el Felipe González que dimitió de su cargo en el 28º Congreso, pocos meses después de su derrota en las elecciones generales, tal vez hubiera sido bastante menos autocomplaciente y algo más autocrítico. Porque el PSOE actuó, durante la etapa anterior al 23 de febrero, con ligereza en el, terreno autonómico, rivalizando con UCD en la puja de los agravios comparativos y en la miopía para dibujar un desarrolloracional del título VIII en aquellas regiones carentes todavía de instituciones de autogobierno. De añadidura, la operación de acoso y derribo al anterior presidente del Gobierno no se limitó al ámbito legítimo de las mociones de censura o las votaciones dentro de las Cortes Generales, sino que se prolongó en maniobras extraparlamentarias, que contribuyeron a la defenestración, por vías ajenas a los mecanismos de una democracia representativa, de Adolfo Suárez.

La humillación del 23 de febrero y la toma de conciencia de los enormes peligros que acechan a la Monarquía parlamentaria han llevado al PSOE a la estrategia de respaldar al actual presidente del Gobierno. Cabe opinar que los socialistas han sobreactuado en ocasiones su papel, como sucedió con su incomprensible apoyo a la llamada ley de Defensa de la Democracia. En el terreno autonómico, el PSOE propició, antes del golpe frustrado, aquella chapuza legal que consistió en promulgar una norma destinada a interpretar con carácter retroactivo los resultados del referéndum del 28 de febrero y cambiar las agujas de la autonomía andaluza de la vía del 143 a la vía del 151. Las semillas de la pugna entre socialistas y centristas a propósito de las autonomías han fructificado, tras el 23 de febrero, en los pactos de julio y la LOAPA, que van a hacer pagar los platos rotos a las únicas instituciones de autogobierno que están ya funcionando, y en las que centristas y socialistas unidos ion minoritarios.

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Mientras el 28º Congreso del PSOE puso de manifiesto los peligros de la desunión, este 29º Congreso está empezando a evocar el fantasma de la unanimidad. La ruptura, tras la revolución rusa de 1917, de la II Internacional y la subsiguiente creación de la III Internacional Comunista se produjo por irreconciliables discrepancias ideológicas y estratégicas, pero también por las contrapuestas opiniones de socialistas y comunistas acerca del modelo de partido deseable. En ese sentido, no deja de resultar paradójico que mientras el PCE se esfuerza, aunque tímida y desastrosamente, por alejarse de los viejos patrones de la III internacional (basados en la sacralización del líder máximo, la fortaleza de un aparato burocrático todopoderoso e identificado con el partido mismo, la rígida disciplina interna, la persecución y expulsión de los discrepantes y la prohibición de las corrientes), el PSOE comience a presentar síntomas inquietantes de un alejamiento de las tradiciones estatutarias de la Internacional Socialista y un acercamiento al modelo organizativo de la Internacional Comunista, compatible con una plataforma ideológica y política moderada. Ni que decir tiene que no hablamos de una transformación consumada o de un deslizamiento irreversible. Sin embargo, los signos de esa tendencia, como las meigas de Rodríguez Sahagún, existen.

No es probable así que Felipe González salga ganando, tanto en su capacidad para percibir la realidad como en su instinto para medir sus propias fuerzas, de saunas de unanimidad como la escenificada en esa votación ganada por el 99,6% de los sufragios. Es muy probable que la votación, cuyo honor salvó tan sólo la abstención de Avila, respondiera de verdad a la voluntad sincera y honesta de quienes, en la sala del congreso, la realizaron. Ahora bien, resulta que el derecho de sufragio de cada delegación es ejercido exclusivamente, en nombre de todos los componentes, por la persona que la encabeza, con el resultado de que las voces de los delegados discrepantes no sólo son sofocadas, sino que resultan además computadas como favorables a la opinión adversa. Sucede, de añadidura, que el sistema mayoritario para la designación local de los delegados al congreso ha dejado fuera de sus muros a las minorías derrotadas en cada elección y que sólo la displicente benevolencia de los vencedores permite a algunos humillados vencidos participar, sin derecho a voto en las cuestiones fundamentales, en él congreso.

Por otra parte, la posible creación de una comisión permanente dentro de la comisión ejecutiva, a su vez enmarcada dentro del comité federal, reproduciría un esquema organizativo familiar en los partidos de la III Internacional. Porque esa comisión permanente sería el equivalente del secretariado comunista, mientras la comisión ejecutiva, asimilable al politburó de la III Internacional, perdería en la práctica gran parte de las atribuciones que el organigrama le reconoce en teoría. Este esquema organizativo, ideado por los bolcheviques, fue criticado por los socialistas, antes y después de 1917, con el plausible argumento que invertía los papeles y transformaba a los mandatarios en mandantes. La cáustica broma de que el secretario general -o el viéesecretario- del partido nombra al secretariado, al buró político y al comité central, elige también a los delegados a los congresos y designa incluso a los militantes de base, se inventó en su día para caricaturizar las prácticas leninistas. Sería una jugada, del destino que ese mismo sarcasmo pudiera ser dirigido mañana, por ejemplo, contra Alfonso Guerra.

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