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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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El Parlamento no es el dios de la democracia

Sin duda, una de las mayores paradojas de la transición española es el énfasis que distintas tendencias políticas, representativas de intereses, proyectos sociales y visiones del mundo diferentes e inclusive contrapuestos, han manifestado para reforzar el Parlamento. Esta verificación en una primera lectura requiere matizaciones. Cuando se dejan de lado las presiones más brutales e inmediatas (léase el 23-F), que influyen, por muy variados motivos, para que se coincida en el apoyo a las formalidades, por lo menos, del sistema democrático, y se prescinde de las afirmaciones encendidas, para situarnos en el plano de las acciones concretas, es fácil apreciar que muchos sectores políticos que cada día sientan a sus representantes en el hemiciclo han contribuido, por acción u omisión, a que el Parlamento fuese el único espacio de ejercicio de la democracia.Paralelamente, en los últimos seis años se ha. producido una asociación entre Parlamento y democracia, y viceversa, estableciéndose un doble juego en el cual ambos conceptos han «ido perdiendo esencia y potencialidad, inclusive su historia, al tiempo que se legitiman mutuamente por la vía tautológica. Si la derecha ha sido coherente y eficaz para lograr esto, la izquierda tiene una gran responsabilidad al haber aceptado esa dinámica sin potenciar entre tanto otras formas de ejercicio de la democracia y de clarificación de la misma.

¿Otras formas? Sí; diferentes y complementarias. Porque en el país del aceite de colza y la entrada en la OTAN por mayoría simple, la actividad política de los ciudadanos parece condenada a ser pasivos espectadores frente al debate parlamentario televisado. Y entre este papel pasivo, el llamado desencanto, que se está haciendo hastío, y la crisis. y desprestigio de las Cortes, el centro del debate quizá esté en revisar la significación de Parlamento y democracia y estudiar otras experiencias concretas.

Orientada por esta necesidad de reanalizar el papel del Parlamento en una perspectiva de ampliación y profundización de la democracia, la Fundación Pablo Iglesias organizó en Madrid hace pocos días un coloquio internacional.

Desde las ponencias iniciales de Gregorio Peces-Barba y Silvano Labriola (presidente del Grupo Socialista del Parlamento italiano) hasta el discurso de clausura de Alfonso Guerra, hubo una coincidencia básica: el Parlamento es el espacio donde se simboliza un Estado democrático; lugar de encuentro de diversos intereses del cual emana la Administración del Estado y la legitimación del mismo; institución que debería encontrar las líneas generales de acción en función del bien de toda la sociedad (lo cual remite a la pregunta ¿qué tipo de Estado?); y, respecto a su historia, que su aparición no sólo ha sido una concesión y una necesidad de la burguesía, sino un triunfo de las clases populares.

Quedó en claro que estas definiciones, tan generales e indiscutibles desde un punto de vista democrático como difíciles de cumplir -y mucho más si las situamos en el contexto de la lucha política entre quienes desean perpetuar el sistema social vigente y quienes buscan su transformación-, sólo pueden acercarse a cierta realización si se articulan con la sociedad civil, con cada uno de sus segmentos, poderes locales (ponencia del socialista francés Alain Richard), movimientos (ecologistas, mujeres, parados, etcétera) y organizaciones sin representación parlamentaria. Nos encontraríamos entonces ante una complementariedad entre un ejercicio plural de la democracia más allá de los parlamentos y la actividad dentro de ellos. Esta última actividad encontraría su verdadero sentido, adquiriría toda su fuerza, en esa ida y vuelta entre ejercicio de la democracia, que podríamos denominar social, y la labor parlamentaria. En buena medida, uno de los síntomas de la crisis parlamentaria -su falta de poder real- quedaría en parte saldada, ya no mediante una extensión formal de ese poder, sino ampliando sus conexiones sociales.

Pluralidad y proyecto economico

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La trivialización de los conceptos democracia y Parlamento, y la recuperación para sí de ellos por parte del discurso del poder y la responsabilidad de la izquierda, fue admitida por Jordi Solé Tura al confirmar que se descuidaron asociaciones de vecinos, de profesionales, movimientos ciudadanos, en función de la vida parlamentaria y la redacción de la Constitución. Se pasó así de un extremo -el rechazo al parlamentarismo en la literatura socialista, que señaló Isidro Molas- al otro: su elevación a categoría absoluta. Esta relación entre vida parlamentaria y partidos fue analizada críticamente por Claus Offe, de la Universidad de Bielefeld, quien planteó la posibilidad de la desintegración del partido político como forma dominante de la participación masiva en una democracia, tomando como ejemplo el modelo keynesiano del Welfare State (Estado benefactor) y la emergencia de nuevos sectores sociales colectivos.

Sin duda condicionados por el desarrollo que alcanzó el Welfare State en el Reino Unido, y por los intentos de Margaret Thatcher de eliminarlo, como una salida a la crisis económica, los analistas de ese país han desarrollado agudamente la vinculación de una mayor o menor intervención del Estado en un sistema democrático. Geoff Hodgson y Stephen Lukes se detuvieron en esta cuestión. El primero, por ejemplo, afirmó que en cualquier sistema capitalista, socialista o de transición, hay que evitar las determinaciones mecanicistas a la hora de planificar, y partiendo de la idea de no certeza absoluta en los proyectos económicos, eslabonó esa relatividad con la libre expresión política a través del pluralismo. Queda, de este modo, sobre la mesa de debates una cuestión clave para quienes desean transformar el sistema capitalista: ¿dónde está situada la transición al socialismo en el terreno existente entre la planificación centralizada, rígida y sin pluralismo de los países llamados socialistas, y el máximo de socialización que acepta el capitalismo, que ha sido el hoy en crisis Welfare State? ¿O quizá está fuera de ese terreno? Y, ¿podrá superar esta limitación y encrucijada la actual experiencia socialista francesa? El desarrollo de la democracia en todos los ámbitos sociales, según lo plantearon los franceses Richard y Guy Carcassone, es una puerta de entrada a una posible respuesta.

Otras muchas cuestiones, en las que no podemos detenernos aquí, surgieron en el curso del debate. Como una posible. síntesis muy esquemática podría decirse que la idea dominante del coloquio de la Fundación Pablo Iglesias fue que la democracia parlamentaria no puede funcionar y ser un instrumento válido de avance hacia el socialismo sin el desarrollo de una sólida democracia social. Y viceversa: la democracia social es una ficción, fachada del totalitarismo, sin una efectiva democracia parlamentaria.

Mariano Aguirre es periodista y escritor.

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