Discoteca infantil con el grupo musical Parchís
Una vez más, el circo Price ha instalado su carpa estrellada junto a la madrileña plaza de toros de Las Ventas. Y, aunque todos sabíamos de antemano que el circo ya no es lo que era, en esta ocasión se esfuma todo parecido con el pasado. Ni los zapatones de los payasos ni las acrobacias de las águilas humanas logran competir con la presencia alborotadora del grupo musical Parchís. Estos cinco muchachos dejan que los niños invadan el escenario para bailar al ritmo de sus canciones. Ante la mirada admirativa de los padres, aquello se convierte en febril y enternecedora discoteca.
El desfile tradicional pasa sin pena ni gloria. Ni siquiera los payasos se escuecen de la indiferencia con pipas que promueven sus amarillos chistes, seguidos de martillazos, gimnasia de guantes infinitos, estallidos, falsas meadas, lentejuelas multicolores, combates melodiosos de boxeo y marchas militares. Y en balde se la juegan los equilibristas sobre imposibles bicicletas, tan rubiales, tan de verde y blanco, entre jijeos ridiculizados por el respetable. No digamos nada del tedio que originan los aguiluchos, tan ágiles y sonrientes, con sus saltos mortales a ojos tapados y su éxtasis mecido sobre el abismo con red. Inútil es, en fin, que un domador con bañador de monsieur Hulot se esfuerce para que el burrito sabio baile La cucaracha. Lo que el gentío espera no son leones ni cristianos.Llegan, al fin, los anhelados redentores: Parchís. Lo circense es hoy eso: que la pantalla del televisor se haga añicos y aparezcan, en carne y hueso, los héroes cantarines. Son cinco chavales, cinco voces, cinco bailones, cinco titubeos y cinco colores. Blanco: David, "el rubito cabezón". Verde: Gemma. Amarillo: Yolanda. Rojo: Tino. Y azul: Frank, "la zanahoria". No son gran cosa, pero tienen sus fans a punto de pirulí, de tarareo y palmas.
Poco importa que el sonido sea deplorable. Ellos, conscientes de su poderío, se extienden como acaramelada plaga por el escenario, danzan al sol que tocan, cuentan mentiras, viajan en tren, en coche y en barca. Luego entonan lo del Veo, veo, La magia del circo (¿dónde?), Corazón de plomo, Cumpleaños feliz (los padres ceden sus mecheros a la muchachada) y Comando G. Pero la marimorena se arma cuando dejan que todos los niños salgan a bailar El baile de los pajaritos y El twist del colegio. Un desmadre tropical.
Es un verdadero entrenamiento para pasar más tarde a la discoteca. Los del programa televisivo Aplauso tendrían que ir fichando a las párvulas promesas. Hay cinturas de flauta, brazos como avispas, pies mudables en canela sin rama. Cabriolean como descosidos. La raza está salvada. El circo Price recupera sus matinées dominicales de goma y brillantina.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.